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El Gol y la Patria

El gol y la patria

Estoy echado en la silla del dentista. Encima de mi, un monitor muestra los resultados de los rayos X. Inicia una larga sesión de anestésicos, tornos, tubos de aspiración, gasas, el especialista en periodoncia y dos asistentes. ¿Duele? No, pero me lamento de que será la primera vez que me perderé ver por TV los partidos del Mundial de la mañana.
Not so fast, dice el doctor, y contecta el monitor a la computadora, y la computadora al internet, y de allí a una transmisión del match.
¡Qué maravilla!
Pero el dentista y una de las asistentes ignoran el fútbol. Miran con los ojos como platos. Qué rápido, comentan, la pelota no se detiene nunca. Qué, ¿los jugadores sustituidos no pueden volver? La segunda asistente, una latina, les contesta con paciencia, hasta que termina el partido y comienza la cirugía.

Es que el fútbol, el que se escribe con ú, no es el deporte más popular en Estados Unidos. Ni de lejos. Lo preceden el football americano, el baseball, las carreras de automóviles, la NBA, el básquetbol de universidades. Para la mayoría de los estadounidenses, sigue siendo un deporte marginal, de los latinos, de los inmigrantes. Incluso para aquellos que lo conocen, el interés se perdió una vez eliminado el cuadro de «las barras y las estrellas», al que los medios en español también llaman «el equipo de todos». Quizás.

Aquellos que sí lo seguimos de pronto nos unimos y luego dividimos por país de origen. Subitamente somos patriotas del país que abandonamos, porque para nosotros [bctt tweet=»…el patriotismo es la selección de futbol… » username=»hispanicla»]en estos días de Mundial el patriotismo es la selección de fútbol. ¿Y qué, sino?

Pero estamos en Estados Unidos, no en nuestros países, y somos inmigrantes o hijos de inmigrantes. En ningún país hay tantas diferencias de matices, opiniones y selecciones de fútbol favorecidas como éste.

Somos fanáticos, fans, hinchas, aficionados.

Cuando juega nuestro equipo nos reunimos con familia y amistades. Llevamos casacas, banderas, escarapelas, canciones, comida, bebida y ahora hasta vuvuzelas.

Si ganamos, perdón, si gana el equipo que apoyamos, somos felices y la vida es color de rosa. Si perdemos, estamos, como después de la derrota mexicana del domingo, aguitados y ardidos. El tamaño de la desilusión sólo se compara con el de la certeza que teníamos de ganar, antes del partido. Es que la ilusión y el deseo habían sustituido la realidad. Por eso en cada uno de los países participantes, antes de cada partido la enorme mayoría opina por una victoria. Para, claro, influir en el resultado.

Y, como eso no funciona, llorando resignados explicamos que «Nuestra selección es el reflejo del país».

Pero no siempre lo es.

Más veces, la selección es una imagen falsa, una engañifa. Nunca lo fue más como en mi país, cuando el Mundial de 1978 fue utilizado por la dictadura militar para maquillar una realidad de represión: a metros del estadio Monumental en Núñez, en  donde se jugó la final que ganó Argentina por la magia de Kempes, funcionaba la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el más tenebroso centro de tortura, asesinato y desaparición de personas.

Cierto, aquel fue el caso extremo. Pero la verdad es que el amor por la selección denota un ansia de hermandad y unidad entre las personas, una solidaridad entre quienes comparten la misma cultura e historia, un deseo de que la vida sea distinta a lo que es, una tregua de tanta tribulación y dificultades: todo lo que queremos que exista, y que con el pitido final recordamos que no está.

No importa. El pequeño hincha que tenemos adentro se impone y con el corazón agrandado perdemos la cabeza y, en el éxtasis de la felicidad, gritamos el nombre de la (selección) amada: ¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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