ARIZONA – Soy mujer y soy migrante; soy periodista y soy migrante; soy mamá y soy migrante; soy esposa y soy migrante; soy amiga y soy migrante; soy todo y soy migrante.
Tú también lo eres. Quizá con otros sustantivos y con todos los verbos enraizados en una tierra a la que llamas casa, pero en tu sangre se revolotean las batallas que tus antepasados libraron para desplazarse.
Sí, la vida comienza con la migración y, cuando se nos acaba, seguimos migrando, ¿a dónde?, ¡quién sabe!
Somos el cúmulo de pasos andados y fronteras cruzadas, por nosotros y por los nuestros, pero lo olvidamos. Cuando nos asentamos y nos domesticamos, cuando nos dejamos seducir por lo que los especialistas llaman la integración, pareciera borrársenos la memoria. Es entonces cuando nos sentamos a la mesa y nos atragantamos de privilegio… ¡qué banquete es haber llegado!
Calentamos las sillas, ponemos los codos en la mesa y escupimos el dolor. Hablamos de ellos, los que apenas vienen, mientras nos lamemos las heridas.
Nosotros, los de antes, nos sentimos incómodos con el asilo.
Por eso nos molesta tanto hablar de política en la cena, más si es la de Navidad; por eso nos fastidia el que desentona con la postura familiar. Nadie quiere de postre una cucharada de feminismo o migración. ¡Qué indigestión, por Dios! ¿Podemos cambiar de tema ya? ¡Noooo!
Pero no se trata de arruinar las fiestas ni sabotear la tradición, sino de sacudir los silencios para que griten los recuerdos, los dolores y los miedos. Sí, en las familias se esconden muchos de esos. Hay que dejar que salgan las voces internas que hemos censurado por costumbre o rito social. Es dejar que cuenten su historia de la lucha continua de migrar, de la angustia burocrática, de los abusos laborales, del miedo de ser mujer, de enfrentarse con el racismo, de huir del clasismo, de la resistencia, de la incertidumbre, de las trabas… de los interminables por qués.
Hablemos de los que nos fuimos y los que nos condenan por haberlo hecho. De los que se quedaron y nos critican porque se quedaron con todo y las ganas de largarse con nosotros para sentir la verdadera añoraza del volver.
¿Por qué tenemos que vivir siempre justificando nuestra existencia? ¿Por qué tenemos que gastarnos el tiempo comprobando nuestro valor? ¿Por qué malgastamos las comidas familiares en fingir que no pasa nada o que ya todo pasó? ¿Por qué nos duele tanto admitir que como ellos también nosotros fuimos? ¿Por qué nos incomoda tanto mirarnos en ese espejo?
Ser migrante me ha costado muchas noches de desvelo, lágrimas de impotencia, angustias reprimidas y silencios que algún día contaré. Dicen que las mejores sonrisas son las que nacen de los dolores más intensos. Por eso me río tanto. Y yo migré por amor. A mí no me expulsó la pobreza ni la violencia. Ahora, no sé si podría volver…
Pero sé que este año seré la voz que incomode en la mesa. Pero ¡es que tanto ha cambiado!
Comencé el 2019 como una aventura y lo termino como una lección. Después de recorrer los meses a través de los ojos de niños migrantes, mujeres asesinadas, periodistas atacados y colegas abusados, jamás podré dejar que se cambie la conversación.
Quiero que cuando se me acabe la vida, mi alma pueda migrar en paz y que lo haga con los suyos que también son migrantes. Sí, hoy y en la eternidad, creo en nuestro derecho al asilo y nuestro sueño de paz.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.
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