En YouTube hay una colección completa de los discursos públicos del expresidente Donald Trump, especialmente de sus cada vez más frecuentes mítines públicos. Intento escuchar uno de ellos para tomar nota de lo que habla y termino por confundirme.
Los temas del discurso en 15 minutos
Trump salta de un tema a otro; se interrumpe a sí mismo, desborda de ideas y de sentimientos. Estos son sus temas:
- El sufrimiento por el que sus familiares y allegados tienen que pasar.
- Su campaña contra China cuando presidente
- Su victoria electoral en 2016.
- Insultos contra el gobernador Ron DeSantis su rival en la campaña presidencial por “engañoso” (deceitful).
- Alabanza a los gobernadores republicanos que lucharon exitosamente contra el COVID sin cerrar sus estados
- Sus enemigos, identificados como “marxistas, republicanos solo en el nombre, fanáticos de las fronteras abiertas, cabilderos”,
- El hecho que él es una persona leal. Señala con el dedo a los políticos que vinieron a rendirle pleitesía y los alaba porque ellos son leales a él.
- Un patético político que vino a pedir su apoyo pero que sus números en las encuestas son casi nulos y no tiene dinero para su campaña.
- Su reconstrucción de las Fuerzas Armadas.
- La derrota de ISIS que él obtuvo.
- Que salvó a los negocios con el recorte regulatorio más grande en la historia de nuestro país.
- Que dejó atrás una vida magnífica y me presenté para luchar por América.
- Que la gente parada detrás de él tienen el mejor lugar del evento y que muchos encontraron empleo como consecuencia de ello.
- Que la izquierda radical lo ha señalado en la mira, aunque a quien realmente quieren atrapar es a la audiencia allí presente.
- Que la retirada de Afganistán.
Y más temas que pasaron desapercibidos por mí. Todo ello en menos de 15 minutos. Yo me pierdo, pero el público sigue cada palabra, y lo festeja. El evento fue el lanzamiento de su segundo campaña de reelección, este 24 de marzo en Waco, Texas.
Donald Trump no tiene discursos escritos. No sabe de antemano qué es lo que va a decir.
No se aleja de sus lemas famosos, que se repiten en millones de gorras y remeras rojas: “Make America Great Again”, tomado de Ronald Reagan, y “America First”, que fue el lema del Ku Klux Klan en la primera mitad del siglo XX.
El Agitador Extraordinario
“Donald Trump”, dice Ken Paulson, experto en cuestiones de la Primera Enmienda en el Middle Tennessee State University, “es un maestro de la libertad de expresión. Su estilo de hablar sin adornos y sin pretensiones, junto con su cadencia distintiva, lo impulsaron hasta la Casa Blanca. Si Ronald Reagan fue el Gran Comunicador, Trump es el Agitador Extraordinario”.
Sí, los discursos de Trump, así como sus “tuits” o “truths” son agresivos, violentos. Hasta que llegó a la arena política la norma era que “a los ciudadanos no les gusta la negatividad en las campañas y a menudo buscan candidatos que ocupen posiciones de centro o “intermedias”” Con él cambió todo. Lo contrario es lo cierto. Y tiene el apoyo de decenas de millones de estadounidenses.
¿Cómo lo hace?
Las frases hechas de Trump
Los analistas detectaron sus formas de hablar características, de vocabulario limitado. Usa el término “the bad guys” de múltiples maneras. Repite “believe me”, con lo cual sugiere que él y sólo él tiene la experiencia y los conocimientos necesarios para lo que sigue. Y cuando dice algo sin fundamento -y sabe que lo es- y eso es muy frecuente, Trump dice “many people are saying”. Esto hace que suene más confiable para los oyentes. La gente cree aquello que fue compartido.
Sus logros son siempre, “never seen before”. Como jamás acepta un error, si algo sucede qué él no previó es “nobody knew”.
Crea conceptos nuevos al vuelo, que definen un hecho de manera subjetiva, clara, directa. Como un aviso publicitario: “Russia, Russia, Russia”.
Cuando Trump nos habla a los periodistas, tanto los invitados a los rallies, y cuya presencia alimenta su ego, como los que lo acosan a preguntas sobre sus investigaciones y juicios, Trump inteligentemente, agrega al final de sus explicaciones “and you know that”. Así, hace de los oyentes cómplices silenciosos de lo que acaba de afirmar.
Un análisis de las primeras 30,000 palabras que Trump usó ya como presidente, arrojó que habla al nivel de cuarto grado de la escuela. Obama estaba en noveno grado. George W. Bush, en el séptimo.
Oratoria deliberada o mente caótica
Esta oratoria, ¿es deliberada y estratégica? ¿O es el resultado inconexo de una mente caótica? Sus frases explosivas, sus interrupciones incesantes, sus desviaciones de lo que estaba hablando hace un segundo, los detalles de los que pierde la memoria y su constante pérdida de la ilación en lo que se convierte en una retahíla de conceptos inconexos, ¿son síntoma de inestabilidad mental o la huella de un gran genio?
Pero de algo no existen dudas.
Ese lenguaje funciona. Crea solidaridad. Hace las mentes de los escuchas maleables. Él lo sabe y es por eso que utiliza ese lenguaje para promover sus ideas de odio y resentimiento. Como narcisista en jefe, apela a los narcisistas en su público para perpetuar la noción de superioridad de quien tiene “muy buenos genes, déjame decirte”. Del hombre blanco. Como tal, todo lo que haga o diga es superior.
Otras características del lenguaje de Trump son:
El We, el nosotros: Trump lo integra en sus planes para restaurar el país de la situación caótica y desastrosa que dice tener. Es un país en el que “ya no ganamos nunca” mientras que con él “ustedes se van a cansar de ganar tanto”. Win como victoria, superación, redención, abrumadora superioridad.
Y es con ese “nosotros” que se presenta a sí mismo como la solución a todos los problemas que enumeró sin mucho detalle ni explicación ni justificación ni, en realidad, conocimiento. El mejor desde Abraham Lincoln y quizás hasta mejor que él. Sí, lo ha dicho múltiples veces.
El discurso de Trump está vestido de informalidad. Por naturaleza, es anti intelectual. Por propósito tiene como base el engrandecimiento personal. Y por logro consiste en la demonización sistemática de todo aquel que se le oponga. Es “retórica maniquea y apocalíptica de muerte y liberación”, explican Jamieson y Taussig.
Los expertos definieron estas características con términos como “menosprecio” y “denigración”, que a su vez se relacionan con la “dominación”. El menosprecio consiste en ridiculizar algo o a alguien para hacer afirmaciones que lleven a la acción. Como ejemplo; “Nuestro país es un desastre”. La denigración es llamar al “otro” un estúpido, perdedor, feo y tonto. La dominación es la desembocadura: un discurso racista, nativista y supremacista blanco.
Los tres son conductores capaces de promover el odio y la violencia.
Qué pasó el 6 de enero
El discurso que pronunció Trump en las calles de Washington el 6 de enero de 2021 fue quizás el más importante de su vida. Allí usó sus dotes de oratoria en un discurso de odio destinado a incitar a la turba a tomar una acción que prevenga que Joe Biden sea declarado ganador de las elecciones.
Claro que hay divergencias. Sus abogados argumentan que el uso repetido al hartazgo de la palabra lucha, “fight” en aquel discurso, es una retórica política ordinaria, nada especial. Y nada especial son sus palabras tomadas individualmente, sin aplicar el contexto de la frase, ni qué hablar del contexto del momento. Pero para demostrar su tesis, los abogados generaron un video montaje de demócratas que utilizaban la palabra “fight” en sus propios discursos. Fueron muchos.
Para sus fieles, los llamados de Trump a la insurrección constituyen actos bajo la libertad de expresión, afortunadamente tan permisiva en nuestro país.
Pero fue un discurso de incitación. De miedo. Una herramienta de control de masas. Y como sabemos, tuvo efecto.
En octubre de 2020, Nickel Terry-Ellis escribía en USA Today:
“El presidente Donald Trump ha socavado a los manifestantes de Black Lives Matter, llamándolos terroristas y matones. Ha convertido a los estadounidenses de origen asiático en el blanco de crímenes de odio, llamando al coronavirus mortal el «virus chino» y la «gripe Kung». Y el presidente ha utilizado la eugenesia para atraer a sus partidarios blancos, diciéndoles a una multitud mayoritariamente blanca en Minnesota que tienen «buenos genes».
Afroamericanos, asiáticos, latinos. En el inicio de su presidencia, en enero de 2016, fueron los musulmanes la minoría más atacada, y la primera decisión que vino de la Casa Blanca fue la prohibición de personas provenientes de siete países musulmanes de entrar al país. Pero en pocas semanas la lista se fue alargando. Ingresaron primero los inmigrantes mexicanos y de otros países latinoamericanos, a quienes ha denigrado como violadores, traficantes de drogas y criminales, aprovechando el fervor nativista para lanzar su campaña en 2016; también los refugiados que vienen huyendo de la guerra civil en Siria; las congresistas de color. Y Barack Obama a quien persiguió durante su presidencia liderando el mito de que no nació en Estados Unidos.
La lista negra
Sin piedad, sin descanso, sin disculpas. Al senador federal Ted Cruz, que hoy es uno de sus grandes simpatizantes (no utilizo el término “aliado” porque presupone una igualdad que en su mente nunca existe en la menta de Donald Trump) lo acusó de que su padre participó en el complot para asesinar a John F. Kennedy.
Y así se fueron agregando a la lista negra grupos religiosos, países en desarrollo, discapacitados (especialmente periodistas discapacitados) y en general, las mujeres.
El racismo, la xenofobia, la irracionalidad, la agresión constante y máxima se combinan en su mente. Y los resultados están a la vista. Su retórica racista condujo a un aumento del acoso xenófobo hacia los estadounidenses de origen asiático, muchos de los cuales fueron atacados físicamente mientras se les gritaba que volvieran a China y en geneeral, hacia «el otro».
La estructura gramatical
Hay una estructura gramatical propia del discurso de Trump, y los estudiosos hallaron en este estos componentes: hipérbole, repetición e intensificadores; aparente franqueza; oraciones fragmentadas y sin organización; digresiones y distracciones; nivel de cuarto grado y la característica más importante quizás: la charla de ventas. Trump es un excelente vendedor de autos usados.
Dice David Beaver, lingüista de la Universidad de Texas, que Trump refleja las tácticas de los anunciantes diseñadas para llevar al escucha a la compra, y que prefiere la persuasión emocional a la racionalidad.
Su discurso de discriminación lo lleva a postularse como el primer populista de derecha de Estados Unidos, basado en sus apelaciones emocionales y la exclusión de los grupos externos a los que culpa de los males sociales.
Un discurso tan potente tenía que ser imitado y lo ha sido. Menos en la forma y más en el contenido de confrontación y desafío, en un lenguaje que hasta hace poco era codificado. El discurso de Trump y sus cuatro años de gobierno despertaron y animaron a los extremistas de derecha, tanto individual como organizadamente, lo que resultó en ataques violentos y en parálisis política.
No solo en Estados Unidos. La retórica de Trump es cada vez más común entre los líderes populistas a nivel mundial, quienes al igual que él, culpan al globalismo y a los gobiernos democráticos por convertir a sus países en “perdedores”.
Y ni siquiera menciono el «fake news», un término que primero usó el New York Times para definir sus propias publicaciones y que él vorazmente adoptó, y que contribuyó a la caída del concepto de la verdad, del que me he ocupado varias veces en esta plataforma.
La retórica de Trump es real. Son reales sus fantasmas, su percepción de sus enemigos y más que nada su sed de venganza. Lo que dijo e hizo entre 2015 y ahora es poco comparado con lo que dice y hará si resulta reelecto en noviembre de 2024.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.