La propuesta de Trump es otro fraude más

¿Es posible negociar con el diablo sin que en algún momento haya consecuencias nefastas?

La respuesta es no. Tarde o temprano nos quemaríamos, pues la maldad tiene un propósito específico, y cuando encarna en ámbitos y personas de poder, su dañina transparencia es tan evidente, que es mejor desenmascarar sus pretensiones desde el principio y, por supuesto, no pactar.

Eso, en sentido figurado, es lo que pasa al negociar con un presidente como Donald Trump, que cambia de postura arbitrariamente. Trump no es de fiar, como tampoco es de fiar su pretendido “arte de negociar”, pues precisamente debido a ello se ha ganado una ominosa reputación a nivel nacional e internacional y que ahora mismo lo tiene en capilla con la trama rusa, por ejemplo.

El sábado ofreció un alivio temporal, sin ninguna vía de legalización y mucho menos ciudadanía a una fracción de los Dreamers y beneficiarios del TPS —aproximadamente un millón de personas—, a cambio de los casi 6 mil millones de dólares para su muro fronterizo. El plan contiene además medidas nefastas que minan la posibilidad de los migrantes, sobre todo menores de edad, de solicitar asilo.

Esta medida es su condición para poner fin al cierre del gobierno que él mismo provocó precisamente por cambiar de opinión de manera arbitraria y decidir que no promulgaría el proyecto de ley que financiaba las agencias ahora cerradas, aunque le había asegurado al líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, que lo firmaría. Pero su burda “prestidigitación” política ya no funciona, como aquel mago al que se le descubre el truquito.

Es decir, lo ridículo de la propuesta es que Trump está ofreciendo devolver lo que ya canceló. Primero terminó DACA porque fue una orden ejecutiva girada por el presidente Barack Obama, y Trump se ha propuesto no dejar rastro de su predecesor. Luego canceló el TPS a quienes provienen de países que Trump considera “mierderos”.

Así, ha querido aparecer ante su público como un “salvador” integral de asuntos públicos, sin mencionar que él mismo los convirtió en caóticos mediante su necedad y su soberbia, afectando a cientos de miles de seres humanos, cuyas vidas ahora mismo penden de un hilo. Y él parece disfrutarlo.

El año pasado Trump rechazó una propuesta que le habría dado 25 mil millones de dólares para seguridad fronteriza, incluyendo el muro, si se proveía una vía de legalización para los Dreamers, pero no la aceptó porque la extrema derecha que lo apoya la tildó de “amnistía”. Su convenicencia personal, ya se sabe, está por encima de todo y de todos. Eso no es ser presidente en democracia.

Ahora está contra la pared por un cierre gubernamental del cual es responsable y por el que la mayoría de los estadounidenses lo culpan. Un cierre que provocó por una “crisis de seguridad” en la frontera que también se inventó. La única crisis que hay en la frontera es humanitaria creada con sus políticas de cero tolerancia, separación de niños de sus padres, detención masiva de menores y trabas para que migrantes que huyen de la violencia puedan solicitar asilo. Un funesto panorama que también será parte de la definición de su presidencia en los anales de la historia de los peores mandatarios de Estados Unidos.

Así, sigue usando a los inmigrantes como chivos expiatorios para no caer de la gracia de su prejuiciosa base y también los usa como fichas de cambio proponiendo soluciones temporales que no suponen garantía para los inmigrantes, sobre todo porque esa misma extrema derecha ya está tildando a estas medidas migratorias temporales como “amnistía”. Vaya giro del absurdo cotidiano en que se debaten las diferentes ramas de la intolerancia “trumpiana”.

Y mientras echa mano de todo tipo de medidas para arrinconar a los indocumentados, le dice vía Twitter a la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, que no habrá esfuerzos para remover del país a los 11 millones de indocumentados, aunque le advierte “que tenga cuidado”, como dando a entender que sí podría suceder. Usa, una vez más, la misma fórmula zigzagueante y poco confiable que no conduce sino hacia su propio terreno.

En la semana que se conmemora el natalicio del icónico líder de los derechos civiles, Martin Luther King, Jr., es lamentable ver cómo este presidente y sus habilitadores usan a los inmigrantes y a los sectores más desprotegidos a su antojo para impulsar su agenda de prejuicio y división. Mientras tanto, poco les importa jugar con las vidas de cientos de miles de empleados federales, al fin y al cabo ellos, con el poder político y económico en las manos, tienen todo resuelto.

La caótica presidencia de Trump es un triste recordatorio de que el prejuicio sigue latente y de que el Sueño de King, que costó vidas, lágrimas y privaciones de la libertad, todavía no se hace realidad.

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