Por segunda vez consecutiva en unas elecciones presidenciales, el establecimiento político de Estados Unidos nos da dos candidatos entre los que el votante tiene que elegir al menos malo, o como se dice en inglés: ‘the lesser of two evils”.
Un candidato inconcebible
En 2016 tuvimos a Donald Trump, calificado como uno de los peores candidatos de la historia. Un candidato inconcebible de imaginar como presidente, no solo del país más poderoso del mundo, sino de cualquier país tercermundista que hubiera llegado al poder apoyado por gente en su sano juicio.
Por otro lado, teníamos a Hillary Clinton, una funcionaria que hubiera hecho historia al convertirse en la primera mujer líder del ‘país de la libertad’. Pero su reputación no le alcanzó. Por el apoyo a la guerra de Irak. Por representar lo que el estadounidense común y corriente ya no quería ver: un sistema político encargado de servir a unos cuantos y no al grueso de la población.
Un gran número de estadounidenses decidió darle el beneficio de la duda a un individuo racista, homofóbico, ignorante, corrupto y acusado de abuso sexual en numerosas ocasiones, con tal de detener a ese sistema político que representaba Clinton.
Trump llevó la corrupción y el nepotismo a niveles nunca antes vistos. Cualquier otro funcionario hubiera sido destituido de su cargo en el primer año de su mandado por menos de la mitad de lo que este Presidente ha hecho y dicho. Pero la complicidad de los republicanos y en gran medida de los demócratas, lo ayudaron a sobrevivir por cuatro años. Ahora, una vez más es candidato a la presidencia.
La misma opción ya rechazada
Lo peor de todo es que en estos cuatro años de pesadilla política, el Partido Demócrata no pudo elegir a un candidato que represente esa alternativa que el pueblo buscaba en el 2016. Nuevamente presenta una opción que representa más al establecimiento político. La misma que rechazaron millones de votantes al elegir a Trump hace cuatro años.
Aún peor, Joe Biden tiene más problemas que la misma Clinton. Votó y apoyó la guerra de Irak. Es responsable en gran medida del encarcelamiento masivo y del hecho de que los estudiantes no puedan eliminar su deuda universitaria. El respaldo corporativo, la corrupción, las acusaciones de abuso sexual y el nepotismo no le son ajenos.
Algo muy preocupante es que desafortunadamente el candidato demócrata ya no puede hablar en forma coherente y muestra problemas de memoria en sus presentaciones en público. Lo que significa que probablemente gobernará de manera directa la clase corporativa demócrata, si es que es elegido presidente.
Como en 2016, los votantes irán a las urnas derrotados. Tendrán que votar por ‘the lesser of two evils”. Por Trump, un racista corrupto y sin límites. Por Biden, un funcionario que ha dicho que ‘fundamentalmente nada va a cambiar’ para la clase corporativa.
Agustín Durán es editor de Metro de La Opinión
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