Estamos caminando en el filo de la navaja de una guerra mundial nuclear. Es simbólico que la OTAN lance un grito de guerra contra Rusia en Hiroshima. Sobre esa ciudad Estados Unidos lanzó sin piedad la primera bomba atómica contra una población civil indefensa.
La humanidad conoció, por primera vez en la historia, el efecto mortalmente devastador que desencadena un bombardeo nuclear. Constató cómo, en segundos, en Hiroshima quedaron pulverizados más de 120,000 seres humanos japoneses.
¿Cuál es el mensaje que quisieron lanzar los halcones en Hiroshima, en 2023? ¿Acaso especulan que para concluir a su favor la guerra en Ucrania, debería considerarse la “opción Hiroshima? ¿Una opción que significaría la bomba nuclear que haría desaparecer de un solo plumazo a 100,000 civiles rusos? ¿Que obligue a Vladimir Putin a una capitulación? ¿En esa dirección es que ensayan los drones ucranianos atacando civiles y territorios rusos?
Todo esto supone un calculo erróneo, un error fatal. A diferencia de Japón en 1945, Rusia no se encuentra en situación de derrota ni inerme frente a un ataque nuclear. Por el contrario, a lo largo del tiempo, al margen de los cambios sociopolíticos históricos vividos (en algunos casos, verdaderas mutaciones societales y estatales, como la revolución bolchevique), Rusia se configuró y superó sus dificultades. Recreó su identidad de imperio histórico. Fue exitoso en garantizar su existencia y sobrevivencia como poder mundial, y en defender sus inmensos territorios y riquezas.
En los recientes siglos, Rusia derrotó la invasión de Francia encabezada por Napoleón y la de Alemania por Hitler, cuyos ejércitos venían triunfantes después de invadir y someter a toda Europa. En la actualidad, Rusia es una potencia científica y nuclear cuya población civil no puede ser atacada a mansalva sin que sus poderes desaten una respuesta implacable correspondiente al nivel y naturaleza del ataque.
Por eso, asombra que los altos círculos de poder político, económico, mediático y militar de Europa, Asia y de Estados Unidos, envíen armas a Ucrania con contenidos radioactivos (como lo hizo Londres) tratando de “normalizar” y “familiarizar” la modalidades de guerra nuclear en la mente de las poblaciones –principalmente europeas–, porque estas serían las primeras víctimas de una guerra de tal naturaleza.
No hay que olvidar que las nubes radioactivas y sus efectos mortales no distinguen fronteras, razas, ideologías, ni estatus sociales y, por el contrario, veloces traspasarían océanos, ríos, desiertos, y mares, destruyendo o contaminando gravemente la vida de todo el planeta.
Entonces, ¿a qué juega la OTAN en Hiroshima, un lugar trágico y a la vez sagrado en la memoria mundial por la paz?
Breny Cuenca es analista salvadoreña. Exdirectora de la revista Tendencias.