Hay líneas que se borran con el tiempo; incluso las cicatrices se desvanecen. Pero hay otras que se marcan como surcos en la piel y la tierra, como si existieran con la mera intención de recordarnos lo que fue, lo que es y lo que quizá jamás será. Como la frontera. El muro es una de esas líneas que se enraízan a pesar de tanto.
La etiqueta de la diversidad
Soy mexicana y migrante en una tierra que no es mía, pero que es mi hogar. Soy un ser entre dos mundos, con dos idiomas y un acento, con una identidad bivalente; soy la herencia hispana y la revolución; soy lo que otros no quieren que sea; soy en contra de todo y hasta de mí misma. Soy la hija de la independencia y el recordatorio constante de las líneas que se borraron a fuerza y se redibujaron para marcar otros límites territoriales.
Hoy soy lo que Estados Unidos celebra como diversidad. ¡Cómo pesa esa etiqueta! Cansa. Entierra. Sangra. Yo soy y estoy aquí, sobre los hombros de mis antepasados que estuvieron mucho antes de estas disputas políticas que se convirtieron en fronteras.
¿Por qué tengo que justificarme por estar y ser? ¿Por qué debo conformarme con un mes de Hispanidad cuando mi vida es un tributo a mi esencia latina?
Nuestra identidad
Ser mexicana en Estados Unidos no es desnudarse de la historia ni nuestras guerras. Ser latina acá no es cuestión de moda, sino de identidad. No soy el trofeo de nadie. Existo con descaro, porque también pertenezco, porque me gané un lugar en una tierra que nos duele aceptar que vendimos o nos robaron.
Celebro este Mes de la Herencia Hispana y grito Viva México para revivir una independencia que se nos quedó a medias, una que nos sacudimos cuando decidimos migrar porque nos faltaba un poco de todo y mucho de libertad. Pero yo no soy un mes; soy toda una vida.
A mí la herencia me la da mi madre y mis muertos; me la dejan las canciones, las letras y los sabores; me la da la añoranza de lo que recuerdo y lo que me imagino que pudo ser. Festejo más, tal vez, porque me fui, porque llegué y conquisté, porque vivo una eterna cruzada entre el legado y los fantasmas o entre lo que fuimos y en lo que nos estamos convirtiendo es esta colonización social obligada.
Conmemoro estas fiestas con las manos llenas de todo lo que me han echado en brazos por mi raza, el color y mi español; con lo que cargaron los que llegaron antes y con lo que espero que suelten los que vendrán. La latinidad pesa mucho porque la hemos convertido en un punto y aparte, en una cruz, en una prótesis cultural, sin entender que no tenemos nada que justificar. Quizá cuando lo aceptemos la dejaremos de cargar y la volveremos líneas de nuestro ADN, nuestras arrugas y nuestras pieles. Quizá entonces dejaremos de sentirnos impostores. Somos. Así. Somos. Contra todos y a pesar de todo. Somos.