***
***
La bonaerense Marcela Funes lo tiene todo. Cintura, culo, papeles y un trabajo relativamente relajado de más de 100 mil al año. Pero al parecer, necesita un retreat de tanto retreat.
Este fin de semana acaba de volver de un retreat sufi donde le enseñaron a dar vueltas como trompo para seguir la energía de la fuerza de gravedad, tamaño misterio, que Eistein no pudo resolver, según le ha contado un amigo físico. La semana anterior se ha ido a un retreat zen donde ha aprendido a comunicarse con el agua a través de meditaciones de cinco horas cada uno.
El fin de semana anterior se ha ido a un retreat de yoga tres para agarrar las posturas más difíciles y está a punto de ser promovida a instructora con un récord de tres horas parada de cabeza sobre su corona, eso sí añadiendo cinco más con piedras en la espalda y dos de acupuntura para relajar la pobre columna.
El fin de semana anterior se ha ido con los coreanos del Dhan Yoga a hacer tai-chi, yoga y shing ghon y ha vuelto con un cinturón verde de graduada.
Marcela aterriza como de costumbre en la silla de un psiquiatra. «¿Cómo va esa neurosis?», pregunta. «Deme las pastillas mejor doctor, todavía no bajo de los treinta cigarros al día, esta ansiedad que tengo me está matando, como me decía mi madre estoy funada».
El doctor, cubano en exilio reciente, le aconseja que se cambie de isla por un tiempo y que aproveche de llevarle un dinero a su madre a La Habana. «Pos chica» le dice. «Yo te financio. Andate a Cuba». Funes marcha el fin de semana siguiente, llevandole el paquete al cubano.
En una casa destartalada de La Habana Vieja la espera la madre del psiquiatra, que la abraza, la besa, le baila abriendo los regalos, da vueltas como sufi contando el dinero que le ha mandado su hijo. Dos semanas pasa Marcela Funes en Cuba comiendo moros con cristianos en casa de la vieja, que cuando hay baila y salta alcanzando el éxtasis que alcanzó con las cinco horas parada de cabeza, cuando no hay un té o un café todos esperan para celebrar.
Los brincos que dan se parecen mucho al dhan yoga y para qué decir de la salsa al compás del son sublima. Lejos del aire acondicionado, expuesta la piel al hedor de la isla dos, le devuelve la fe, le extingue la ansiedad y como no tiene pa fumal, reemplaza los cigarros por unas nalgas prietas del vecino que la estruja como tela recién planchá, sin yoga, sin na.
Es así como la bonaerense llega de vuelta a la isla 1 con una sonrisa de oreja a oreja…neurosis, cero…