Actualización: Este texto fue escrito originalmente la tarde del miércoles 19 de marzo, mientras Elvira se encontraba en detención. La tarde del jueves 20 de marzo fue liberada en Estados Unidos bajo palabra. En los próximos días deberá presentarse ante un juez para que se le otrogue la resolución final a su caso. Mientras tanto, la activista permancerá en Chicago con sus dos hijos.
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En unas horas, Elvira Arellano podría volver a casa.
Para quienes viven en Estados Unidos, o están familiarizados con el tema migratorio, el nombre de Elvira es una referencia. Es la migrante mexicana que, trabajando en el aeropuerto de Chicago, en 2002 fue arrestada por agentes de inmigración por usar un número de Seguro Social falso. Es la mujer que consiguió que un congresista presentara recursos legales para evitar su deportación, misma que evitó por algunos años. Es la activista que, desafiando al sistema, permaneció durante un año al interior de un templo en Chicago, como parte del Movimiento Santuario, para evidenciar las incongruencias del sistema de inmigración; ningún agente se atrevió a irrumpir en el edificio para arrestarla. Es protagonista de una historia que le valió ser nombrada Personaje del Año por la revista Time en 2006. Es la madre de Saúl, ciudadano estadounidense que a los siete años de edad tuvo que dejar su país, porque finalmente en 2007 arrestaron a su madre: la detuvieron cuando hacía una visita a Los Ángeles, y por la noche estaba deportada en Tijuana.
Conozco a Elvira desde aquella ocasión en la que visitó Los Ángeles. De rostro sereno pero mirada afilada, a veces desafiante, su arrojo y seguridad fueron construidos a base de levantarse en todas las ocasiones en las que la han mandado a la lona. Originaria de Michoacán y madre soltera de Saúl, Elvira llegó a los veinte años a Estados Unidos buscando, como todos, una oportunidad de salir adelante. Después de varios empleos, la esperada oportunidad se presentó en forma de limpieza de aviones, actividad que le daba un ingreso de seis dólares y medio por hora. Tras el arresto y la orden de deportación, Elvira decidió que si su familia estaba en riesgo de ser separada, evidenciaría que no era la única y haría un frente común con personas en la misma situación.
Elvira cofundó entonces la organización La Familia Latina Unida, a través de la cual llegó hasta el Congreso estadounidense para abogar por los cerca de tres millones de niños, ciudadanos estadounidenses, que están en riesgo de ser separados de uno, o de sus dos padres, debido a un proceso de deportación; aunque para algunos ya es muy tarde: un reporte de Pew Research Center indica que entre el año 2000 y el 2009 fueron deportados 112 mil padres de familia, lo cual significa que medio millón de niños en Estados Unidos se quedaron en su hogar sin uno o los dos padres.
La otra alternativa que les queda a las familias es, tras el retorno forzado de los padres a sus países de origen, llevar a los niños con ellos, pero, ¿es justo que un ciudadano estadounidense sea obligado a dejar su país porque las leyes del mismo impiden que sus padres vivan en éste?
Tras su deportación en 2007, Elvira se sumó al trabajo de la organización Movimiento Migrante Mesoamericano, encabezado por Marta Sánchez Soler, uno de los grupos pioneros en promover un trato justo y digno para los migrantes centroamericanos que cruzan por México rumbo a Estados Unidos, y en crear una red de apoyo para las madres que buscan a sus hijos perdidos en su paso por este país. Al mismo tiempo, en colaboración con Hermandad Mexicana Trasnacional, el nombre de Elvira sirvió para bautizar un albergue para migrantes deportados en Tijuana, un servicio que el gobierno mexicano no otorga a los cientos de ciudadanos mexicanos que cada día son repatriados por el cruce fronterizo más concurrido del mundo.
Elvira y Saúl, hoy de 38 y 15 años, regresaron a vivir a Michoacán, el estado en el que los grupos delictivos y la falta de acción del Estado mexicano han obligado a los ciudadanos a organizarse y a crear sus propios ejércitos para proteger sus vidas y sus bienes. Es en este entorno en donde la familia Arellano ha pasado los últimos años, y en el que hace cuatro meses nació Emiliano, el segundo hijo de la activista.
Ahí, conversando con otras familias, Elvira descubrió varios casos similares al de ella, o peores. Madres que fueron deportadas y cuyos hijos siguen en Estados Unidos, o familias que volvieron por la deportación de uno de los padres, sólo para encontrar extorsión y violencia en las comunidades de las que son originarios. Hace unos días conversé con Yolanda, una de estas mujeres: me contó cómo al volver a su pueblo, el Michoacán que ella recordaba ya no existía: un día iba caminando con sus dos hijos pequeños y les tocó ver a tres hombres colgados de un puente. A su marido, mientras se encontraba en su trabajo, lo encañonaron con una pistola para pedirle “la cuota”.
Hace un par de semanas, Elvira regresó a la frontera acompañando a cinco familias de Michoacán para participar en la tercera ronda de la campaña #BringThemHome, de la que he hablado anteriormente en este espacio.
Encabezada por jóvenes Dreamers –chicos que fueron llevaros a Estados Unidos de manera indocumentada siendo menores de edad, y que buscan el reconocimiento de sus derechos en el único país que conocen y al que consideran suyo– esta campaña se ha enfocado en identificar casos como el de Yolanda, o el de algunos jóvenes que al volver a México han sido víctimas de violencia, discriminación o falta de atención por alguna enfermedad, para buscar su retorno legal a Estados Unidos mediante la solicitud de asilo político o de una visa humanitaria. Tras realizar dos campañas previas en 2013, los chicos de la Alianza Nacional de Jóvenes Inmigrantes (The NIYA) han logrado el reingreso legal al país de más de 35 personas. En esta ocasión, mediante cuatro cruces realizados a lo largo de nueve días, fueron 150 las personas que solicitaron su retorno a Estados Unidos.
Entre ellos iba Elvira. Este martes 18 de marzo una airosa, firme Elvira Arellano, acompañada de su hijo Saúl y llevando al pequeño Emiliano en brazos, llegó hasta la garita por la cual fue expulsada siete años antes, acompañada de otras madres, de decenas de medios de comunicación, de la presión ejercida por quienes llevan consigo la fuerza de la razón, de la más elemental justicia social. Tras presentar su caso y ser detenida, este miércoles Saúl, su hijo, fue liberado y entregado a Emma Lozano, pastora del templo en el que estuvo Elvira en Santuario, y quien es su tutora legal en Estados Unidos. Los primeros indicios apuntaban a que Elvira podría salir en las siguientes horas, permitiéndole estar en el país de su hijo y en el que ella vivió la mayor parte de su vida adulta. La determinación en su caso está cargada de simbolismo político, tanto como su decisión de intentar volver.
El retorno de Elvira es un parteaguas para el movimiento proinmigrante en Estados Unidos. Se da en el momento en el que Barack Obama, el presidente con el mayor récord de deportaciones –dos millones en lo que va de su gestión– habla de implementar mecanismos para lograr “deportaciones humanas”, lo que sea que ello signifique. Se da también en el momento en el que organizaciones como The NIYA demuestran que es posible cambiar la manera de trabajar desde el activismo y lograr resultados, evidenciando la burocracia inútil de las decenas de organizaciones activistas proinmigrantes en el país que reciben cuantiosos fondos cada año para ir a cabildear en Washington D.C. con nulos resultados –ninguna de estas organizaciones, por ejemplo, pudo hacer algo por Elvira cuando llegó el momento de su deportación.
Lo más importante es que, en caso de que ser liberada, la primera acción de la activista será visitar a políticos y legisladores para, con la autoridad moral que le da su caso, volver a poner rostro e historia al tema migratorio; recordar que tras cada inmigrante indocumentado hay una familia, hombres y mujeres que trabajan, niños en los cuales este país ya ha invertido, un tejido social que no puede prescindir más de sus migrantes.
Elvira: este es el mejor momento, el más necesario, para volver. Bienvenida a casa.