No pasa un día – incluyendo los del fin de semana – sin que una nueva noticia sobre la degeneración de la Casa Blanca y las acciones ilegales del presidente de Estados Unidos Donald Trump vuelva a sacudir los titulares.
Vienen en andanadas.
El trasfondo: la Cámara de Representantes está en proceso de investigación hacia un juicio político a Trump por pedir a Ucrania que investigara a su rival político Joe Biden.
Las declaraciones de Trump son cada vez más feroces, denotan una rabia ya no contenida, un enojo inmenso propio de su narcicismo, una indignación característica de los «Don» en las mafias. Y la trama sigue desarrollándose. Un día demanda públicamente que Ucrania y China investiguen a “los Biden”. Otro, nos enteramos de la existencia de un segundo denunciante (“whistleblower”) que corrobora lo afirmado por el primero. Otro, que el líder republicano del Senado McConnell – uno de los que carecen de cuello, de columna vertebral – se compromete a detener el juicio político.
Ante lo innegable de esta crisis, uno de los peligros es nos rindamos a las pasiones políticas, o que normalicemos las barbaridades solamente porque son diarias, repetidas. Es decir, que perdamos la perspectiva histórica.
Entonces, fuerza es señalar estos tres procesos ahora.
Primero, y lo que el diario La Opinión ha denunciado repetidamente, no con triunfalismo sino con tristeza, la claudicación total del partido todavía llamado Republicano, que degeneró en un grupo de defensa incondicional e irrestricta de Trump y el Trumpismo. La consecuencia es que el partido podría ser insalvable aunque Trump no esté, por la infiltración de elementos totalmente extraños a él. Y la muy anunciada confrontación interna nunca llegó. Es que los que podrían oponerse a Trump tienen miedo. Con pocas excepciones, como la del senador Mitt Romney.
Segundo, que sin embargo es posible que exista un futuro después de Trump. Que Trump sea recordado sin pena ni gloria, o bien con horror. Y que la democracia estadounidense resurja de las cenizas. Lo que no se puede decir de los ya mencionados republicanos.
Pero tercero, que los héroes de este momento, son unos pocos valientes. Y unos pocos profesionales.
En la lucha inclaudicable por la verdad cabe un lugar de honor a nuestros medios de comunicación, a los periodistas.
Los periodistas, con su incesante búsqueda de la verdad, (aunque sea para derrotar a su competencia) los periodistas previenen que nuestro país decaiga en la tiranía. Con sus métodos de verificación, su profesionalismo, su intachable dedicación, los periodistas son los héroes de este momento. Porque descubren las fechorías que los corruptos en los gobiernos, los poderosos, los criminales que han accedido al poder, los que buscan la oscuridad de la ignorancia para perpetrar sus acciones, llevan a cabo. Y traen los escándalosos atentados contra la democracia y la vida misma a la luz del conocimiento público.
Para que ese público esté enterado.
Sí, los periodistas, desde el principiante hasta el más reconocido, podemos, aunque solamente por un segundo, respirar hondo y mirar alrededor y ser orgullosos de nuestra labor. Es decir, agradecer que formemos parte de un grupo dedicado a fomentar la información veraz.
Pero después de ese segundo todos deben volver a poner las manos a la obra y decirse “let’s do it”. Porque este trabajo debe seguir. El futuro depende de ello.