Un mundo cobarde, por Álex Ramírez-Arballo
Tengo la sensación de que vivimos en una generación o en un mundo cobarde.
Bueno, así se le decía antes, pero seguro que ahora existirán mil y una palabras para referirse a nuestra incapacidad de reaccionar ante los retos y obstáculos de la vida. Se dice, por ejemplo, que estamos desmotivados, estresados o que tenemos déficit de atención. Se dice también que nosotros somos buenas personas, pero lo que pasa es que el maestro nos tiene tirria o el gobierno y sus musarañas nos asfixian un día sí y el otro también, o el vecino o quien sea confabula en nuestra contra.
Existe una propensión cada vez más extendida a hacer de los problemas de la vida una patología, es decir, algo que no está en mis manos resolver. Se promueve a como dé lugar evadir las responsabilidades de las personas, parece haber una justificación para todo y así vamos todos por la vida, tan campantes.
Hace mucho, pero mucho tiempo que no escucho a alguien decir: “Es mi culpa” o esta otra expresión tan hermosa: “Asumo las consecuencias de mis actos”. No sucede entre la clase política, pero tampoco entre los ciudadanos de a pie. Todos buscamos una excusa que nos libere de las consecuencias lógicas de las malas decisiones que hemos tomado.
Yo no quiero comulgar con estas ruedas de molino. En un mundo en el que los convenientes olvidos de la moral suceden, se impone, si es que uno quiere vivir con un mínimo de decencia, meter el dedo en la llaga y hurgar para crear conciencia de nuestro imperativo ético más elevado, que es el de hacernos cargo de nosotros mismos y nuestras acciones. Se impone recordar que debemos actuar desde la voluntad y nuestra convicciones más profundas, enamorados del juego de la vida y sus retos, decididos siempre a sacudir con ambas manos el árbol de la existencia para que caigan los frutos que más me hacen falta. Se impone no olvidar que cada una de nuestras decisiones tiene una o varias consecuencias que no son responsabilidad de nadie sino de nosotros mismos, que somos quienes hemos decidido qué rumbo tomar.
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Vivir duele, vivir cuesta, vivir es despertar en medio de una batalla en la que no pedimos participar y que debemos resolver de algún modo: esconderse debajo de la cama no es una opción.
Si las películas de zombies gustan tanto ha de ser porque son un espejo de lo que somos: una horda de muertos vivientes que deambulan de un lado para otro, hurgando aquí y allá, buscando un poco de carroña. Los seres humanos estamos cambiando la libertad por un determinismo tramposo que nos justifica pero que nos mata. De ahí que sea necesario una vez más mi viejo mantra: ser libre es ser responsable, es decir, tener la capacidad de responder por lo que hemos hecho. No se da lo uno sin lo otro.
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