Violentos e indignados

Durante los últimos días hemos visto el incremento de voces de indignación ante los hechos violentos que ocurren aquí y allá y que los medios de comunicación nos sirven a toda hora como ineludible alimento de nuestra era; y la indignación está muy bien: poco futuro hay para una sociedad en la que la violencia deja de provocar irritación.

Algunos, demagógicos y simples se quejan de los indignados pues los acusan de preocuparse por las desgracias ajenas e ignorar las propias.  Como si ellos, los señores de la lupa, fueran ejemplo vivo de acción más allá de los alaridos lastimeros que lanzan en las redes sociales; como si fuera posible, ante el horror, escoger el menos lejano o el más urgente.

Tengo para mí que la violencia, suceda donde suceda, nos interpela a todos.

Aún más, creo que el acto violento nos reta y se nos ofrece como camino de conversión, que no es otra cosa que el abrir nuestra conciencia a nuestra realidad humana más profunda, que es siempre trágica: todos vamos a morir, pero todos tenemos en el amor una posibilidad real y concreta de redención.

[bctt tweet=»¿Qué puedo hacer yo para hacer de este mundo un lugar menos violento? todos tenemos, la enorme responsabilidad de no agregarle más dolor a la vida (Alex Ramírez Arballo)» username=»hispanicla»]

Más allá de los diarios y los chismorreos virtuales, me gusta preguntarme siempre qué es lo que puedo hacer yo, aquí, ahora, para hacer de este mundo un lugar menos violento. Creo que no es poco: todos tenemos, lo sepamos ver o no, la enorme responsabilidad de no agregarle más dolor a la vida.

Lo primero es conocer nuestra naturaleza humana, sagrada y única. Quien es consciente de eso, sin importar su credo político o religioso, está llamado a colaborar con los demás, a respetarlos y, lo más importante, a trabajar en lo público para construir una mejor sociedad.

La persona de bien, que es como creo que somos la mayoría de nosotros, no puede recluirse en lo privado ni debe esconderse tras los lemas gastados de la ideología y el politiqueo. Que nuestra indignación de cara a los violentos nos conecte con nuestra misión esencial, que es la de amar y trabajar por la justicia. Eso basta, lo demás habrá de llegar por añadidura.

Álex Ramírez-Arballo. Profesor de cultura y literatura latinoamericanas en la Pennsylvania State University. Doctor y maestro en literaturas hispánicas por la University of Arizona. Poeta y escritor. En el mundo académico imparte cursos de lengua y literatura latinoamericana, así como un taller de composición para hablantes nativos durante las primaveras.
A la fecha ha publicado cinco libros de poesía, uno de crónicas y un libro de ensayos: Las comuniones insólitas (ed. UNISON 1998); El vértigo de la canción dormida (Ed. UNAM 2000); Pantomimas (Ed. ISC 2001); Oros siempre lejanos (Ed. ISC 2008); Las sanciones del aura (Ed. ISC 2010); en crónica: Como si fuera verdad (Ed. ISC 2016). Su libro de ensayos se titula Buenos salvajes –seis poetas sonorenses en su poesía (Ed. ISC 2019).
Ha sido ganador de premios de poesía a nivel local (Sonora) Libro Sonorense (2000, 2010, 2015 y 2017) y nacional, como el premio Clemencia Isaura (1999), los Juegos Trigales del Valle del Yaqui (2001), mención honorifica en el premio Efraín Huerta de poesía (2001), así como los premios binacionales Antonio G. Rivero (1998) y Anita Pompa de Trujillo (2006).
Ha sido articulista de El Imparcial (Hermosillo), La Opinión (Los Ángeles) y actualmente es escritor en la revista iberoamericana Letras Libres.
Sobre su obra poética, el Diccionario de escritores mexicanos dice: “La poesía de Álex Ramírez-Arballo se proyecta como una exploración dentro de los territorios del pasado, la oscuridad y la ausencia. Esta sensación de vacío surge porque los elementos verbalizados son definidos no por lo que son, sino por lo que un día fueron: la infancia, el amor, el lenguaje, etcétera. En sus poemas proliferan las imágenes relativas al fenómeno de la mirada, la enunciación poética, el inconsciente y los procesos del sueño”.

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