Con las elecciones generales de Nicaragua de noviembre donde la dictadura familiar Daniel Ortega-Rosario Murillo se impone por un período presidencial más, es necesario apartar la vista de esa desagradable página negra de la historia nicaragüense escrita por los políticos que traicionaron la causa democrática volviéndose ellos mismos un retrato corregido y aumentado de la tiranía de los Somoza.
Ortega, Murillo, Somoza y los politicastros de turno pasarán al basurero de la historia pero, al final de la partida, solo queda lo valioso de la época. En Nicaragua uno de esos símbolos es Ernesto Cardenal, poeta al margen del tiempo, cuya poesía es un espejo móvil de la eternidad.
Conocí al poeta Cardenal en 1972 en un Congreso Latinoamericano de Escritores en Santa Bárbara de Heredia, Costa Rica, donde también asistieron otros grandes de la literatura latinoamericana como Eduardo Galeano, Miguel Donoso Pareja, Paolo Cavalcante, Mario Monteforte Toledo, Marta Traba.
Perteneciente a la “Generación de 1940”, junto a Carlos Martínez Rivas y Ernesto Mejía Sánchez, su poética revolucionó la poesía nicaragüense y latinoamericana. Sobre todo porque logran desmarcarse de dos territorios hasta entonces predominantes en la poesía latinoamericana: el territorio geográfico-político del “Canto General” de Pablo Neruda, y el intimista, espiritual, presurrealista de César Vallejo y sus “Poemas Humanos”. Cardenal trae una intensa expresión fresca con su poesía exteriorista, sus imágenes y metáforas son la realidad sin adornos, es una poesía desenfadada, directa, irónica, comprometida, que se desliga de los lugares comunes de la familia Neruda y Vallejo. Palpable en sus primeros libros de poesía como “La Hora Cero”, “Oración por Marilyn Monroe y otros Poemas”, “Epigramas”.
A dicha poesía hay que agregar la veta mística de libros como “Gethsemany Ky”, escrito en el seminario de la Orden de la Trapa de monjes contemplativos en el cual se formó, con su maestro el poeta Thomas Merton, pero también sus libros “Salmos”, “Oráculo sobre Managua”, “Canto Cósmico”, “Somos polvo de estrellas”.
Hay también en su poesía la presencia de un filón poético-descriptivo en libros como “Homenaje a los indios americanos”, “El estrecho dudoso”, “Canto Nacional al FSLN”, “Vuelos de victoria”.
Las fuentes que nutren su poesía son los poetas de habla inglesa como Walt Whitman, T.S. Elliot, Ezra Pound, Thomas Merton, Allen Ginsberg, William Carlos Williams, así como los antiguos poetas chinos Tu Fu y Li Po y los poetas latinos como Catulo, Virgilio, Marcial y Ovidio. A nivel latinoamericano sus referentes eran el chileno Nicanor Parra con sus Anti-poemas, el cubano José Lezama Lima y el salvadoreño Roque Dalton. De Nicaragua admiraba a sus antecesores Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos, José Coronel Urtecho, Salomón de la Selva, Rubén Darío.
Escribió una prosa brillante y de una inusual fuerza expresiva, con un magistral manejo del idioma en libros como “Vida en el amor”, “El Evangelio en Solentiname”, “En Cuba” o “La Revolución perdida”, donde confiesa su decepción con los dirigentes que habían traicionado los postulados de la revolución sandinista.
“Vénganos a la tierra el reino de los cielos”, tituló su Conferencia Magistral en la Universidad Complutense en el verano de 1991, entre cuyos oyentes estaban destacados líderes progresistas del mundo como Yassir Arafat, Laurent Kabila, Julio Anguita, Rodrigo Asturias, Álvaro Cunhal, Txema Montero y otros. Es el canto de vida y esperanza del gran poeta trapense. Así sea.