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Es hora de cancelar las pruebas SAT

Stanford pruebas SAT

Jordan Hall en la Universidad de Standford. FOTO: Wikimedia Commons

El College Board, la organización sin fines de lucro propietaria del examen de ingreso universitario SAT, anunció que a partir de 2023 para estudiantes internacionales y 2024 en EE.UU., implantará el nuevo SAT digital, reemplazando el papel y el típico lápiz No. 2. 

Aunque aún se llevarán a cabo en un centro de pruebas o en una escuela, y el cambio refleja la modernización del examen, la decisión crea nuevas inequidades en lo que respecta al acceso a la tecnología, y esperamos que College Board efectivamente las abordará. 

Pero la nueva modalidad no soluciona el problema básico de los exámenes SAT y ACT, que aunque ya perdieron su exclusividad del pasado y en muchos casos son opcionales, siguen constituyendo un requisito líder de admisión para miles de universidades y colegios en todo el país. 

El problema es que desde su inicio hace 100 años, los estudiantes latinos y afroamericanos habitualmente reciben puntajes más bajos, especialmente en la sección de matemáticas. 

Lamentablemente, muchos aún piensan que hay algo mal con los niños que no tienen éxito con el examen en lugar de reconocer que algo anda mal con las pruebas.

Porque esta diferencia inaceptable es resultado de un diseño fallido, donde las pruebas usan un vocabulario más fácil de entender para los estudiantes blancos de clase media que para las minorías, que a menudo usan un idioma diferente.

Pero también es consecuencia de las generaciones de políticas económicas, educativas y de vivienda excluyentes. Los estudiantes afroamericanos, latinos o nativoamericanos tienden a ir a escuelas con calidad educativa más baja, lo que incide negativamente en su preparación. 

Así, las pruebas pruebas estandarizadas demostraron ser instrumentos de desigualdad institucional en detrimento de estudiantes de color, en particular los de familias de bajos ingresos.

Las investigaciones repetidamente demostraron que los exámenes de ingreso estandarizados como el SAT miden las habilidades que afroamericanos e hispanos tienen menos probabilidades de desarrollar en su socialización, en lugar de las habilidades que tienen más probabilidades de desarrollar. 

Además, los estudiantes blancos de clase media se benefician por la alta participación de los padres en su educación. Sus esfuerzos son estimulados por maestros y compañeros de su grupo, mientras que los otros a menudo son desalentados, desafortunadamente, por sus propios pares. 

Esto significa que en lugar de reducir las diferencias raciales existentes como pretendían los proponentes de la prueba, usarla como condición de admisión universitaria las refuerza.

Precisamente, el sistema de la Universidad de California, con sus casi 300,000 estudiantes, dejó de considerar los puntajes de SAT/ACT a la hora de tomar decisiones de admisión, por una demanda que cuestionaba su contexto racial. Una decisión similar corrió por parte del sistema de la Universidad Estatal de California. El SAT cae en desuso por sus propias fallas y la cantidad de alumnos que lo toman se achica.  

Es más: la examinación excesiva, que deja menos tiempo para la enseñanza real, llama a la corrupción y facilita escándalos como el de 2019 – llamado Operation Varsity Blues – en la que familias pudientes conocidas conspiraron criminalmente para influir en las decisiones de admisión de varias universidades importantes. 

Las autoridades educativas volvieron el año pasado a exigir que las escuelas administren nuevamente el SAT luego de un hiato de un año debido a la pandemia. Es decir, volvieron al mismo uso excesivo de las pruebas, que no proveen una evaluación auténtica del potencial del alumno. Fue un error. 

Deberíamos en cambio eliminar las pruebas estandarizadas como el sistema SAT – creado en 1926 para uniformar las admisiones universitarias – y reemplazarlas por una política de admisiones abiertas y adecuadas, que tenga en cuenta las diferencias con que los estudiantes llegan a la universidad. 

 

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