Verdaderamente creo que el periodismo es un género literario. Decir esto y después leer algún periódico nacional o regional me pone en verdaderos aprietos, pues lo que abunda no es el buen estilo sino todo lo contrario: notas, columnas y hasta editoriales escritas sin gracia ni talento. Los medios no se cansan –por la presión del tiempo o por la ineptitud de sus redactores–de inundar el día a día noticioso con una masa de expresiones casi telegráficas que pretenden dar cuenta del acontecer de una comunidad. Pareciera que la brevedad se pondera por encima de cualquier otra condición de estilo. ¿Escritores o periodistas?
Le propongo un ejercicio, querido lector; vaya hacia una hemeroteca y comience a leer los periódicos de hace diez, veinte o treinta años. No le será difícil, estoy seguro, darse cuenta de que los periodistas de antaño solían ser mejores escritores. ¿Cómo entender esta diferencia? ¿Por qué se vive hoy en día una escasez de buenas plumas? ¿Son los periodistas de hoy menos talentosos que los de antes? Debo afirmar con toda honestidad que no tengo las respuestas; por ello es que escribo, porque en el acto maravilloso de redactar se van abriendo muchas puertas interiores que permiten precisar ideas, templar emociones y mejorar el milagro de la comunicación entre las personas.
Es una verdad de Perogrullo afirmar que el mundo de hoy se mueve al son de la imagen o, para decirlo en términos menos coloquiales, es un mundo dominado por el signo audiovisual. Baste recordar, por ejemplo, que el 15 por ciento del tráfico mundial de Internet lo acapara un solo sitio: Youtube.
A este imperio audiovisual se le debe agregar la urgencia o la prontitud con la que queremos enterarnos de aquello que se considere los más relevante del día; mientras uno camina por un campus universitario, un centro comercial o por la acera de una céntrica avenida de la ciudad es casi seguro que uno encontrará a miles de personas revisando sus teléfonos inteligentes, mandando mensajes o haciendo el popularísimo tweeting: la escritura sometida a una prisión de ciento cuarenta caracteres.
Sin embargo, no todo está perdido. Los grandes periódicos del mundo cuentan entre sus participantes asiduos a escritores de estilo precioso y gran penetración y lo más importante es que el número de lectores que atienden con interés estas plumas no es menor. Lo cual quiere decir, pues, que a pesar de las condiciones de nuestra época, ya explicadas en el párrafo anterior, el periodismo sigue –y estoy seguro seguirá– produciendo escritores notables que sean capaces de unificar inteligencia, sensibilidad y contundencia expresiva.
En nuestro mundo hispánico los periodistas de altas plumas no han sido pocos y han incidido de manera directa en la política y la literatura de la península y las Américas. Pensemos en Bécquer, Larra, Galdós, Lizardi, nuestro Guillermo Prieto, Unamuno, por mencionar sólo a unos pocos. En la actualidad existen columnistas y cronistas que escriben en lengua española y que dignifican el periodismo con sus entregas recurrentes; por todo esto pienso que la tradición, si bien sosegada y hasta cierto punto ignorada por las grandes masas, continúa y habrá de prolongarse en la aparición de nuevos periodistas de fuste.
Finalmente, creo que existe cierta discriminación hacia el periodista y ésta tiene que ver con el prestigio atribuido inexplicablemente a los escritores. Por razones más bien recientes, la gente asocia al escritor con la seriedad y al periodista con lo perecedero, lo frívolo. Esto es injusto, pues para mí no existe gran diferencia entre un escritor de buenas crónicas y aquel otro que escribe novelas inquietantes; en ambos casos se precisa de una gran agudeza en la observación y una gran solvencia escritural. Lo digo de una vez: para mí hay solamente buenos y malos escritores. Así de simple.
P.S. En cualquier caso, antes de escribir se precisa leer. Un buen escritor es, por regla general, un mejor lector.