Torrelavega (Cantabria).- Ayer mi buen amigo Andrés (52 años) andaba pidiendo algo de dinero prestado a los pocos clientes que aún con cierto asiduo seguimos frecuentando El Anticuario, un pub que regenta desde hace más de 10 años junto a la Iglesia Vieja, en pleno centro de Torrelavega.
“Ya no tengo ni para pagar la renta. Tenía 2 mil euros ahorrados pero poco a poco he tenido que echar mano de ese dinero para acabar el mes y ya no me queda nada”, decía cabizbajo. “No sé qué hacer. He pensado en traspasar o convertir el bar en una cooperativa, pero no creo que cambie nada, ya no viene nadie por aquí”, se lamenta el empresario.
Andrés no es el único. Ramón (49), propietario desde hace más de 20 años de un otrora concurrido pub nocturno en la zona de vinos – De Sol a Sol – lleva ya dos años trabajando los veranos en otros establecimientos junto a la playa.
“Hay mucha gente paseando, pero muy pocos entran a encargar una pizza o a tomarse una cerveza. Este año es incluso peor que el pasado”, dice Ramón con resignación.
Lo mismo le ocurre a la familia Castillo. De gran tradición hostelera, el bar Urbanos frente el gran Teatro Municipal Concha Espina, goza de una excelente reputación por los canapés que desde 1963 preparan cada día con gran esmero y dedicación. Hace dos años tenían cuatro camareras en nómina; el año pasado sólo quedaban dos, y desde hace unos meses Laura (24) es la única que conserva el puesto de trabajo.
“Esto es deprimente, me paso las tardes apoyada en la barra viendo como pasa la gente por delante sin ni siquiera atreverse a entrar a tomar un café”, dice Laura dibujando un gesto de amargura con la boca.
Y no sólo son los bares, las tiendas de ropa, muebles, complementos y utensilios hogareños, zapaterías, comercios de electrónica, agencias inmobiliarias y de viaje, salas de cine y teatros, se encuentran en una situación muy parecida. Y eso se ve en las calles más céntricas de esta ciudad de unos cien mil habitantes que desde tiempos inmemoriales destaca por el buen hacer de sus comerciantes.
“Esto ha caído en picado”, dice Verónica (32), propietaria de El Taller de María un establecimiento de ropa de niños. “Nunca lo había visto así de mal, no sé qué es lo vamos a hacer”, me dice esta empresaria apurando un cigarrillo consumido al vuelo.
Lo mismo debió pensar Vanesa, una diseñadora de interiores de 36 años quien hace un mes ya no pudo resistir más y cerró las puertas de Triana, una tienda de decoración y complementos para el hogar con cinco años de antigüedad. “Nadie tiene un negocio para perder dinero”, decía hasta no hace mucho esta mujer con una resignación poco disimulada.
Distintas asociaciones de comerciantes llevan tiempo ofreciendo alicientes para estimular las ventas. Meriendas y parking gratuitas, cupones de descuentos, bandas de títeres recorriendo las calles más comerciales, apertura de comercios en horarios antes prohibidos y otros, son sólo unos ejemplos que no han servido para nada. Cuando no hay dinero ni crédito, el consumo brilla por su ausencia.
Torrelavega no es un caso especial, sino un perfecto ejemplo de lo que ocurre en las calles y ciudades de una España que va ya por el tercer año consecutivo de una crisis económica cuya contundencia no tiene parangón en la memoria de los más viejos del lugar.
Con una tasa de desempleo nacional del 21% (45% entre jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y 30 años), la situación no tiene pinta de cambiar. España está a la deriva. El verano puede aliviar en alguna medida la economía de aquellos pueblos y ciudades costeras que presumiblemente se verán beneficiadas de una llegada de turistas, en su mayoría europeos, que ahora eligen España por la ausencia de las masivas protestas violentas que desde hace unos meses imperan en el Mediterráneo. Marruecos, Libia, Túnez, Egipto, Siria y Grecia son plazas que este verano no competirán con España por los mismos turistas.
El desencanto hizo que decenas de miles de personas se concentraron pacíficamente en las plazas de las principales ciudades y pueblos en las vísperas de las pasadas elecciones municipales y regionales del pasado 22 de mayo. El motivo no era otro más que el hartazgo con una clase política que no ha hecho nada para paliar una desastrosa situación en la que un millón trescientas mil familias que no tienen ningún miembro empleado o con subsidio de desempleo. Es decir, sin ingresos.
El resultado de las urnas supuso la mayor derrota en la historia de los socialistas en España. Apenas si conservan algún ayuntamiento de relevancia. Solamente Andalucía mantiene la rúbrica socialista en el gobierno autonómico, algo que puede cambiar en marzo de 2012 cuando están previstas las elecciones en esta comunidad ininterrumpidamente gobernada por los socialistas desde el origen de la democracia hispana.
Paradójicamente, estos días tuvo lugar en el Congreso el Debate del Estado de la Nación. Escuchar el discurso de los políticos tienta a convocar una sublevación popular. La gente pudo observar con estupefacción cómo el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero seguía totalmente ajeno a la realidad. Escucharle decir esas cosas tan suyas como que “Lo peor ya ha pasado”, o “Hemos ya iniciado el terreno de la recuperación económica”, o enmascarar de “optimista” una situación que a todas luces sigue deteriorándose, esas cosas hacen a más de uno gritar improperios hacia la imagen televisiva de quien pasará a la historia como el peor presidente de la joven democracia española.
Zapatero dice estar dispuesto a culminar un ambicioso paquete de reformas desde hace tiempo exigidas por un amplio abanico de partidos en la oposición parlamentaria. Sin embargo, no fue sino hasta hace un año que se puso manos a la obra no por la exigencia interior, sino forzado por las más poderosas advertencias de Angela Merkel y Barak Obama.
Las reformas en el mercado laboral, la industria financiera y la financiación de las regiones autonómicas (estados), son aspectos ampliamente divulgados por los socialistas con Zapatero a la cabeza, pero aún sin realizar. Los recortes en las prestaciones sociales, la prolongación en dos años de la edad de jubilación, la congelación de las pensiones y la reducción de sueldos del ingente e improductivo ejército de funcionarios públicos, son medidas implementadas que sirvieron de origen al llamado Movimiento 15 de Mayo también conocido como el de Los Indignados.
Durante algo más de un mes he estado escuchando las reivindicaciones de Los Indignados y las apaciguadoras palabras de un gobierno que no se ha atrevido a hacerles frente. Quizás anticipándose a lo que venía, un mes antes de las elecciones municipales, Zapatero anunció que no se presentará a la reelección. Quizás sea esta la única decisión sensata de un presidente que tendrá que sufrir por el resto de su vida una coletilla que se ha hecho famosa: recibió un gobierno con el mayor superávit de la historia y lo dejará hundido en la mayor miseria conocida por todos aquellos que no superan los 60 años de edad.
Tras dos días de intenso Debate del Estado de la Nación, y otra vez comprobado el pésimo discurso de la clase política, la falta de ideas y escasos recursos, pocos son quienes dudan de un adelanto de las elecciones generales de marzo del 2012 a después de este verano.
Más le vale a Zapatero alejarse de la arena pública. Muy pocos serán quienes le echen de menos, aunque no es esa la razón, sino el número creciente de personas dispuestas a presentar una demanda legal a quien se atrevió a negar la crisis cuando el barco hacía agua por los cuatro costados y además se regocijó en mentir despiadadamente en contra de la opinión de tanto asesor financiero a su disposición. Existe el antecedente de Islandia que, pese a tratarse de un caso distinto, contiene los mismos ingredientes de la deriva española: equivocarse es lícito, mentir no.