Apenas sorprendidos por la negativa al Partido México Libre de Margarita Zavala y Felipe Calderón Hinojosa así como el pase a tres institutos políticos de caricatura, la noticia de la detención que se hace al General Salvador Cienfuegos, Exsecretario de la Defensa Nacional en el sexenio de Enrique Peña Nieto, constituye un relumbrón de asombro más.
Cambio de intereses
Confirma un cambio de intereses en la perspectiva de colaboracionismo estadounidense con los grupos tecnocráticos del sistema político mexicano a cambio de los nacionalistas.
Inclusive, pareciera que la historia se repite.
Durante el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, una situación semejante hundía el decoro de la vieja guardia revolucionaria.
En ambas situaciones, el denominador común radica en la traición de las agencias de seguridad estadounidenses a sus aliados mexicanos. Militares, policías, políticos y narcotraficantes; trabajan para la inteligencia estadounidense y, luego, esta los jubila para crear nuevos enemigos y continuar dirigiendo el juego.
El único gobernante que ha entendido el juego es el expresidente Vicente Fox, más vale legalizar las drogas y que los norteamericanos vengan a dejar remesas. No ha valido la pena ninguna bala, ninguna gota de sangre, en el combate al narcotráfico. Estados Unidos es el Gran Capo y no hay que tomarlo en serio.
La reconsabida frase de que Estados Unidos tiene intereses, no amigos; se ejemplifica en la experiencia de Felipe Calderón Hinojosa.
La orfandad de Felipe Calderón
La negativa a su partido por parte del INE y luego del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, dan muestra de la orfandad en que se encuentra la vertiente civilista de los humanistas católicos. Más allá de las confrontaciones con AMLO e internamente en el PAN, hace tiempo que Felipe Calderón perdió el apoyo de Estados Unidos y, como otros personajes en la historia latinoamericana, le queda la ruta del autoexilio en el clóset del presidencialismo mexicano o iniciar una ruta antinorteamericana donde exponga la vileza del pragmatismo yanqui en el tema de las drogas.
A Felipe Calderón, como al panameño Manuel Noriega, los norteamericanos lo usaron y, luego, lo defenestraron en el bote de la basura. Como presidente, Calderón llevó al cénit la militarización de la seguridad pública como lo pedía Estados Unidos, México se estructuró como un estado de excepción y, la marca del sexenio, será una guerra fallida, fratricida y sangrienta. Asimismo, el sexenio de muerte y violencia pareciera ser el objetivo de Estados Unidos en el escenario mexicano.
Calderón llegó casi a la ruptura con Estados Unidos porque le quedo claro que México es, y será, el Vietnam de las drogas. Es decir, la guerra al narcotráfico nunca será ganada por el Estado Mexicano, nunca, al menos, cuando para Estados Unidos haya otra opción. Si los militares mexicanos son asesinos, narcotraficantes y delincuentes, es porque Estados Unidos así lo plantea en su estrategia geopolítica.
Los más grandes narcotraficantes latinoamericanos han sido miembros de la CIA. El problema es que Estados Unidos se lleva el dinero y la droga, pero nos deja los muertos y los rencores.
Felipe Calderón Hinojosa, García Luna y Salvador Cienfuegos, quedarán en el cúmulo de políticos que cooperaron con el narcogobierno estadounidense y, luego, fueron abandonados a su suerte. Queda en paréntesis la posibilidad de que el expresidente también pise la cárcel.
Abandonados a su suerte
Lo más trágico, no obstante, es la condena contextual que a México se le impone: mantenerse como el espacio de distribución, tráfico y explotación de drogas para beneplácito de la economía de guerra y consumo estadounidense.
Atrás de la frustrada presidencia de Felipe Calderón, queda el gobierno americano que no tiene ningún interés en que México cambie y sólo mantiene la inteligencia supina de que un muro lo puede salvar del caos. Hay que vociferar a la DEA, CIA y FBI, etc., que no sólo el sur de Estados Unidos es territorio mexicano, existen cientos de células de cárteles que pronto serán narcoterroristas; el estado fallido no es un estado, es un virus que se contagia. Al radicalismo musulmán, afroamericano, pronto le acompañará el radicalismo hispano.
México es más que una república mafiosa (Escalante Gonzalbo), es un narcosistema que avanza sin control, a diferencia de Estados Unidos.
La guerra iniciada en el calderonismo no va a detenerse. Está empeorando y agravará si Estados Unidos se mantiene traicionando a sus colaboradores mexicanos. El presidente de México, los partidos políticos y la sociedad civil, tienen la obligación de enmendar la vocación geopolítica que nos asignó Norteamérica y dejar de festinar el destino de los García Luna y Cienfuegos.
El problema es que Estados Unidos y la ultraderecha los reproducen a montones mientras el país se desbarata y llena de sangre y fosas. ¿Quién certifica a Estados Unidos en su lucha contra las drogas?, ¿Qué capos norteamericanos han caído en su guerra antidrogas? ¿Por qué Estados Unidos no cesa el tráfico de armas para los grupos de la delincuencia organizada en México? ¿Por qué Estados Unidos no permite que los agentes y militares mexicanos actúen dentro de su territorio?
Una guerra de baja intensidad
México se encuentra en una guerra de baja intensidad (A. Schedler) en la que Estados Unidos es causa y efecto. EE.UU. obliga a que los gobernantes, personalmente, salgan a matar capos de la mafia y, por otro lado, la inteligencia gringa pacta con ellos. En medio están los desaparecidos, muertos y demás taxonomía criminal a que nos acostumbra la violencia generalizada.
Estados Unidos no es digno de confianza. Quizá por ello Felipe Calderón estuvo a punto de cerrar su embajada permanentemente. Estados Unidos es desleal.
La crisis del sistema de partidos confirma que México retorna a una era de caudillismos y faccionalismos, semejante a la experiencia del siglo XIX y a la de Latinoamérica cuando había un golpe de estado cada cuatro años. Los partidos fueron pulverizados y el cemento cohesionador del PRI ya no pega nada.
El faccionalismo político que continuará exige sistemas electorales y de gobierno que obliguen a la cooperación o, cuando menos, a la definición clara de mayorías.
La negativa a formar partidos políticos es ilógica. Además de permitir que se integren los que quieran, también deben retirarles los recursos públicos que se les asignan. Si alguien quiere luchar por el poder que apueste su dinero.
Diego Martín Velázquez Caballero, UPAEP – Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, Departamento de CIENCIAS POLÍTICAS