El pasado lunes 23 de enero fue uno de los días más tristes que recuerde. La muerte pesó como un mazazo en el alma. En la ciudad de Half Moon Bay, un trabajador del campo asesinó a siete de sus compañeros. Para nosotros esta no es una ciudad desconocida, es nuestro lugar. Las millas junto al mar que recorremos a diario desde que la pandemia nos dejó a la vera del camino.
Esta tragedia nos estruja el alma y nos pone a pensar junto con el sentir. Un intento para poder responder a esta eterna pregunta: ¿Hasta cuándo?
Las banderas rojas que fueron ignoradas
En el año 2013, el asesino ya había amenazado a otro compañero de trabajo cuando se enteró que estaba despedido de su puesto en un restaurante de la ciudad de San José. Trató de de asfixiarlo con una bolsa de plástico y después lo hirió en el cráneo con un cuchillo. Le dieron una orden de restricción para no acercarse a la casa de la víctima. La policía trata ahora de investigar cómo pudo legalmente este hombre comprar el revolver semiautomático con el que destruyó siete vidas en minutos.
Del otro lado de la belleza, viven los infiernos
Half Moon Bay es una pequeña ciudad al sur de San Francisco, sobre la costa del Pacífico. Conocida por las gigantes Mavericks y el clásico festival de calabazas para la fiesta de ´Halloween´. Hermosos cafés, playas amplias y lugares de ensueño para caminar, andar en bicicleta o practicar surf, son el refugio de cientos de turistas locales durante los fines de semana. Mientras tanto los trabajadores ilegales, sumidos en la explotación, bajan sus cabezas sobre los campos porque la resignación les ha doblado la espalda. Vienen de países donde la pobreza y el miedo los ha azotado. Buscan una mejor vida para ellos y para sus familias. Esta vez encontraron la muerte.
La violencia toma diferentes formas culturales en los diferentes países. En Estados Unidos, las masacres por armas se han convertido en el grito inhumano de los alienados que dejan de sentirse parte de la sociedad para destrozarla desde el odio. El dolor de los seres humanos se transforma en una destrucción que no podemos entender del todo, pero que está facilitada por la libre venta de armas.
Casi todos los días alguien o muchos mueren en Estados Unidos por la práctica extrema de una frustración social que en segundos transforma la vida en cadáveres.
El dolor de los que quedan
Es jueves 26 de enero y la calma de una tarde de sol reina en el centro de Half Moon. Un altar con cientos de ofrendas florales se extiende sobre la plaza central. El abrazo solidario de una comunidad sacudida por la violencia.
Los campesinos se acercan al lugar, charlan entre ellos, pero ninguno quiere ser fotografiado ni dar su nombre para dejar un testimonio de la tragedia que los envuelve. Vieron morir a sus compañeros pero hasta el dolor tiene que quedar en las sombras. Como sus vidas, sus lágrimas también están condenadas a la ilegalidad.
Joaquín Jiménez, el Vicealcalde de la ciudad de Half Moon Bay y director de Alas, un centro de apoyo a la comunidad latina, es la voz que hoy representa a estos trabajadores. Diferentes medios locales y nacionales llegan a la plaza para entrevistarlo.
En un breve intervalo, charla con HispanicLA agradeciendo nuestra difusión de los acontecimientos.
“Estamos prestando apoyo psicológico para todos aquellos que sufrieron el trauma de ver morir a sus compañeros y que ahora sienten miedo de volver a las granjas a trabajar», dice Jiménez.
Le pregunto si considera si este fue un crimen de odio racial. Jiménez descarta esta hipótesis. «Fue la acción criminal de un hombre alienado», me confirma. «Desde diciembre 31, las lluvias han creado condiciones muy difíciles para el cultivo, las pérdidas de puestos laborales son enormes y la incertidumbre y el stress es muy grande».
Luego charlamos sobre la situación legal de los campesinos y la angustia constante que conlleva la ilegalidad.
«Los trabajadores del campo realizan un trabajo esencial para uno de los estados más ricos del país, como es California. No existe ninguna máquina que pueda suplantar sus tareas, que pueda decidir qué frutilla, por ejemplo, tiene el tamaño exacto para estar en el mercado. Esta tarea solo la puede realizar un humano. Sin embargo no son esenciales a la hora de una legislación migratoria», explica el vicealcalde. «Después de las fuertes lluvias y las inundaciones, muchos quedaron sin empleo y hay familias que están siendo acomodadas en hoteles porque han perdido sus viviendas. Está tragedia fue un doble golpe para la comunidad».
Desde ALAS, la organización que preside, están prestando apoyo con bolsas de comida y colectas para los afectados.
Vivir bajo el miedo
Esta tragedia pone en el mapa la tremenda realidad social que viven los trabajadores del campo.
“Durante la pandemia, fueron los campesinos los que arriesgaron sus vidas trabajando para que no faltara la comida”, afirma Jimenez. «Son trabajadores esenciales y es esencial también que una reforma migratoria les dé el lugar que ocupan en la economía de este país”.
Y agrega, «No podemos seguir viviendo de espaldas a los campesinos»
Ayudando Latinos a Soñar (ALAS) es una organización sin fines de lucro y se encuentra actualmente recolectando fondos para repatriar los restos de Marciano Martinez Jiménez y José Romero Pérez, dos de los siete campesinos asesinados, oriundos de Oaxaca, México.
De este lado de la montaña queda el miedo, la tremenda tristeza y la enorme necesidad de abrazar al dolor para darle un rumbo diferente. Es imperiosa la necesidad de una legislación migratoria para los trabajadores rurales. La obtención del status legal y la dignidad que merecen por el trabajo que realizan para la comunidad. Nadie merece vivir bajo el agobio del miedo y la ilegalidad. Nadie merece un destino de bala, impuesto por aquellos que enfermos de ira y ayudados por la falta de control de armas, arrebatan vidas y destrozan familias para siempre.
Half Moon está de duelo, nosotros estamos de duelo y cansados de tanta muerte y de tanta injusticia.
Nuestra solidaridad con los campesinos nos lleva a exigir un reclamo urgente: Reforma migratoria, ¡ya!