Los Ángeles es la capital de muchas cosas. Del mejor clima del país. De Hollywood. De los terremotos. De los homeless en Estados Unidos. De los freeways en todo el mundo.
Es también —el Gran Los Ángeles— la capital de los indocumentados. Aquí está la concentración más grande de quienes llegaron de México o de la China; de todo el mundo, en busca de mejor fortuna, trabajo y dinero para mejorar sus vidas y las de sus familias. Millones de almas.
Son nuestros padres, hermanos y hermanas, amigos y vecinos. Son parte de lo que somos.
Por eso, la actitud nacional hacia los indocumentados define a Los Ángeles. La alienta o sobrecoge, estimula o amedrenta, según la corriente.
Y la corriente, la percepción que el indocumentado tiene en la cultura popular de hoy en Estados Unidos es la más negativa posible. El indocumentado es el paria. El nombre que muchos usan para llamarlo lo dice todo: el ilegal. Un nombre peligroso, porque una persona ilegal es una no-persona, una persona ilegal es inhumana y no merece ni derechos ni igualdades sino el escarnio, la cárcel, la expulsión, la persecución. En eso los han convertido.
Esta hostilidad tiene un solo paralelo en la historia de Estados Unidos. Una sola comparación posible.
El indocumentado es como el esclavo prófugo de la época de la esclavitud.
No pasó tanto tiempo: seis, siete generaciones atrás, en este país se compraba y vendía gente. El color oscuro de piel de los afroamericanos fue aprovechado para cazarlos como animales: si aparecían en público, seguro era porque se habían fugado.
Ahora, en estados como Arizona y otros se busca legalizar una cacería parecida. Milicias armadas recorren las fronteras. Unidades del Sheriff bloquean las calles en barrios populares. Buscan a los de la piel de bronce. A por ellos, se dicen. También están en nuestros condados de Riverside, Orange, Imperial.
En el clima político actual en todo el país, inmigración es una barra de hierro candente. No tocar.
Y en política estatal la cuestión migratoria es la verdadera venganza de Moctezuma. No comer.
Ante la inminencia de las elecciones nacionales, candidatos que en el pasado favorecerían una reforma migratoria y el camino a la ciudadanía se tragan las palabras y sólo dicen que están un 100% contra la «amnistía». Y ahora llaman «amnistía» a todo: el DREAM Act, que permitiría estudios universitarios a jóvenes que crecieron aquí aunque nacieron en otros países; el plan de trabajos en el campo, favorecido por la industria del agro de California con sus 30,000 millones de dólares.
Entonces, tratan de evitar tocar el tema migratorio por todas las vías, porque es tóxico.
A algunos les encuentran su «ilegal» en el closet en forma de una niñera. Tratan de eludirlo y es como si aferrasen la barra incandescente por ambos extremos. Pero no pueden.
Ni tragar ni escupir.
Los Ángeles es la capital nacional de los indocumentados. Aquí viven con nosotros. En las sombras. Humillados. Se necesita una solución, y pronto. Porque quien empieza a deshumanizar a unos seguirá con otros, hasta la destrucción.