Después de siete días de lucha y pese a los esfuerzos de miles de bomberos de 20 estados, Canadá y México, los incendios en Los Ángeles y sus alrededores siguen ardiendo. Los focos existentes aún no han sido totalmente contenidos y nuevos fuegos se han declarado por los fuertes vientos. Miles de hogares se perdieron completamente, dejando a sus moradores en la calle. Al menos 25 han muerto y centenares están heridos. Cien mil residentes aún no pueden volver a sus casas y otros tantos están bajo alerta de evacuación.
Los incendios de Los Ángeles que comenzaron el 7 de enero constituyen una terrible tragedia y un ejemplo doloroso de las condiciones extremas del clima características en esta nueva era. Son exacerbados por la sequía imperante desde hace un año, la baja humedad y los vientos huracanados de Santa Ana, que sobrepasaron los 100 kilómetros por hora.
Sí, la infraestructura contra incendios en los primeros tres días falló, porque fue construida para responder a incendios estructurales rutinarios, no a incendios urbanos y forestales de una envergadura sin precedentes y en múltiples vecindarios. Tampoco está claro si los hidrantes se quedaron sin agua por la necesidad de apagar los fuegos que se expandían a gran velocidad o porque las empresas de obras públicas debieron cortar el suministro eléctrico para prevenir incendios, o simplemente porque “Nunca tendrás suficiente agua para apagar un incendio cuando soplan los vientos Santa Ana”, como afirma un experto. Y eso que solo en la zona de Altadena hay tres tanques de agua para estos casos, cada uno con un millón de galones. Se agotó en la mañana del 8, el segundo día del siniestro.
No todo funcionó como debía. Se cometieron errores, a veces graves. Que la situación no tenía precedentes no impide que una vez superados los incendios se investigue a fondo el nivel de preparación y la extinción de los fuegos.
En situaciones como esta, es normal que la nación entera se solidarice con las víctimas, contribuya a la protección de la población y ofrezca toda la ayuda necesaria a las autoridades. Esa solidaridad es la base de la existencia de la nación.
Lamentablemente, estamos presenciando manifestaciones inequívocas de hostilidad y resentimiento, que acusan a los angelinos de su propia desgracia y acumulan falsedades y críticas con el solo intento de debilitar a un rival político y con poco interés en ayudar a los damnificados.
Pululan teorías conspirativas, olas de desinformación e información errónea iniciadas por Trump, quien escribió: “Son cenizas y Gavin Newscum (refiriéndose en un insulto al gobernador Gavin Newsom) debería dimitir. ¡¡¡Todo esto es culpa suya!!!” Sus imitadores continuaron:
Que los demócratas iniciaron los incendios para desalojar a los residentes y traer inmigrantes. Que el gobernador estaba tramando rezonificar el terreno quemado para la construcción de apartamentos.
Que los bomberos fallaron por su política de diversidad racial en sus filas.
Que los incendios de Los Ángeles están siendo provocados por DARPA (la agencia federal de desarrollo bélico) con armas energéticas.
Que por qué no bombardearon las nubes causando lluvia.
Que las regulaciones ambientales impidieron enviar agua desde el Norte del estado (los encargados dicen que agua, no falta).
Que la alcaldesa Karen Bass ordenó recortar el presupuesto de los bomberos (falso, los subió en 7%).
Y muchas más.
Esta actitud es repudiable porque pregona la indiferencia ante el sufrimiento de la población y justifica declaraciones como la del presidente de la Cámara de Representantes Mike Johnson de que se necesitan «condiciones» para aprobar la ayuda federal a las víctimas y que podría vincular la ayuda al aumento del límite de deuda del país.
Otros congresistas directamente culpan de los fuegos a “los demócratas” y pretenden que negar la ayuda “les enseñará una lección”.
La financiación federal cubre alrededor del 75% de la reconstrucción de «carreteras, alcantarillas, sistemas de agua, parques y estaciones de bomberos». escriben Ryan Sabalow y Alexei Koseff en CalMatters.
Claro, la votación del Congreso no es la única manera de prevenir o retrasar la ayuda federal. Un presidente puede no declarar la situación de desastre – esa declaración es condición sine qua non para la ayuda. O retrasarla por diversos motivos.
Durante su primer gobierno, Trump retrasó el envío de 20,000 millones de dólares de ayuda a Puerto Rico después del huracán María que devastó la isla en 2017.
Mientras siguen su ruta de división y odio, la población reacciona con muestras de solidaridad y apoyo, tanto corporaciones como individuos. Disney donó $15 millones de dólares; AIRBNB ofrece vivienda para quienes no tienen adónde ir; la organización World Central Kitchen de José Andrés con decenas de chefs ofrecen miles de almuerzos.
Más que ellos, emocionan los innumerables ejemplos de ayuda entre los vecinos, incluyendo por quienes perdieron sus casas y sin embargo ayudan.
Se organizan y administran comida gratis, pañales, café, agua, frazadas, ropas para quienes la perdieron, juguetes, comida para los centenares de perros ahora en refugios y más.
Más de cinco mil personas se ofrecieron como voluntarios de la Cruz Roja.
Es llamativa entonces la comparación entre la población activa y los políticos que aprovechan para ganar puntos con la base.
El dinero que se pedirá no es para los políticos y menos para “los” demócratas, sino para acomodar a la gente que lo perdió todo, reponer los recursos consumidos y comenzar la reconstrucción de Los Ángeles. Es inconcebible que millones de angelinos sean rehenes de esta falta de miramientos humanos.