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Cuba, la nostalgia imprescindible

La nostalgia imprescindible

 

Uno de los aspectos cruciales para residir en la Imago es la nostalgia (debo aclarar que me voy a referir a la nostalgia de las generaciones de cubanos que ya hoy en día han muerto, o tienen 90, 80 70 y hasta 60 y 50 años).

La nostalgia, por naturaleza propia, es imaginación, y es imaginación consustancial con la paradoja; sí, y es paradoja porque es el deseo de tener lo que ya no se tiene, o se tuvo y aún guarda la esperanza de recuperarse. De modo que el cubano de esas generaciones, haciendo honor a la imaginación y a un espíritu contradictorio, anhelaba emigrar al mismo tiempo que añoraba la Isla.

Todos sueñan con Cuba

Creo que es difícil que se logre encontrar a uno de estos cubanos que por muy asimilado que esté a la cultura de su nuevo país, y aun después de años y años de exilio, que no hable de su tierra, que no sueñe con Cuba.

Y una de las cosas desgarradoras de esta tragicomedia es que los hijos que nacen en el extranjero y que, supuestamente (aquí he preferido no usar el adverbio “realmente”), son extranjeros en relación con la patria de los padres o de los abuelos, también crecen con la insistencia de conocer esa quimera que la familia les ha metido por los ojos. Que de tanto mencionar, mañana, tarde y noche, días, meses y años, ya les rechina en las entendederas y les envuelve en una sábana blanca, azul y roja, como un manto tibio e irrompible de cubaneo. Una burbuja que les mantiene en una imperecedera atmósfera de nostalgia virtual (una nostalgia heredada por lo que no se conoció).

Y lo curioso está en que muchos dicen que ellos son cubanos, de comer arroz con frijoles y lechón asao, plátanos maduros fritos o tostones y yuca con mojo, y que algún día van a ir a su Isla (Isla que de verdad, aun cuando no la conocieron, les pertenece).

Este fenómeno es producto de la nostalgia de los abuelos y de los padres. Y desde esta perspectiva generacional la nostalgia es, pues, una energía muy poderosa que contagia la memoria; es una fuerza de recuerdos que se hace vivencia diaria en la mente del que se fue.

Las otras nostalgias

Los emigrantes de otros países también tienen su nostalgia, porque es un sentimiento universal, aun cuando es una problemática muy sui generis en cada persona y de cada país, la nostalgia es una pasión que embarga a todos los que dejaron algo muy querido. Todos nos desmembramos, salimos del arraigo, y es como si flotáramos en el espacio, en la soledad de una noche sideral oscura y sólo nos queda recordar para no morir. Entonces, la nostalgia es lo que se constituye en una función vital, en una razón existencial.

Pero el tipo de cubano de las generaciones que he mencionado al principio, con esto como con otras tantas cosas más, ha sido (y es) obsesivo compulsivo. Hasta se adapta en el nuevo lugar que le ha tocado. Pero nunca, jamás, ha perdido la idiosincrasia. En mucho, lucha por preservar las costumbres, la forma de hablar, y de traspasársela a los hijos y a los nietos. Independientemente de que sepa que no va a poder regresar (porque en el subconsciente siempre late el regreso). Pienso que toma la nueva cultura como un enriquecimiento. Una manera socialmente disciplinada de cumplir con el entorno de vida.

Un ejemplo de ello se encuentra en las grandes comunidades de Miami, en Hialeah, o en el condado de Dade. O en New Jersey y en California (al menos, hasta la fecha). Por supuesto, también en España y en otros países donde haya cubanos. Pero las de Estados Unidos son las de mayor concentración. En todos estos lugares han reproducidos las antiguas asociaciones que tuvieron en la Isla, los clubes. Han creado instituciones, negocios, compañías, industrias. En otros países, por supuesto, han hecho menos, pero se buscan y se encuentran. Y aunque a veces se están señalando con el dedo, de una forma u otra se reencuentran, se pelean y se unen en agrupaciones.

Las imágenes de Cuba

Otro ejemplo puede ser las páginas que, con mayor o menor calidad, con mayor o menor sentimentalismo, circulan por la Internet con fotos y videos de Cuba. Casualmente, en estos precisos instantes, me acaban de enviar una página de fotos, La Cuba que yo dejé al salir en 1962, de recorrido en tren por la Isla de aquellos tiempos de antes de 1959. A cualquier otra persona le puede parecer una pérdida de tiempo eso de ver fotos de lugares que ya posiblemente ni existan o estén muy transformados. Sin embargo, para el promedio de los isleñis cubichis (y aquí reconozco que me refiero al cubano de otros tiempos, no a los que actualmente tienen 20, 30 o 40 años de edad), es algo que se agradece mientras se hace el recorrido virtual, para luego transferirla a otros en una cadena que nunca termina.

Un nuevo ejemplo, también por Internet, son los poemas sobre Cuba.

Las páginas que dicen cómo son los cubanos… (Bueno, como ya he dicho, los cubanos de las generaciones pasadas. Las nuevas generaciones —los nacidos en las décadas de los años 60, 70 y 80— tienen otro tipo de nostalgia y, naturalmente, otro tipo de comportamiento que veré más adelante)…

Pero, para mí, la más importante y famosa hasta ahora, por la calidad y el sentimiento desgarrador, sin perder un trasfondo de humor, son los dos escritos que hizo el profesor Luis Aguilar León, fallecido en 2008.

Solamente con usar cualquier buscador de Google, Yahoo!, etc. y escribir el nombre de Luis Aguilar León, les va a salir este artículo del Profeta (inspirado en el poeta libanés Gibrán Khalil Gibrán) hablando de los cubanos, que se hizo público en la red de una manera incesante. Pero años después, en El Nuevo Herald, Aguilar León publicó una continuación en la que El Profeta habla del regreso a Cuba.

El cubano es pura nostalgia

¿Qué otra cosa podría decirse, entonces —si se ve desde la proyección de las primeras generaciones de exiliados— que no fuera que el cubano es pura nostalgia, que lleva el ímpetu de su imaginación hasta los más remotos recovecos de la memoria para poder sentirse de nuevo, y siempre, en su Isla?

De aquí también le viene la resistencia a ese cubano exiliado, de este gran aliento de memoria vital y constante. Y en sus comunidades donde puede reproduce el ambiente dejado atrás. Así, te lo encuentras en cualquier lugar del mundo. En los puestos y los cargos más espectaculares o increíbles. Y no es de extrañar que en seguida, ese cubano si se encuentra con uno nos hable del lugar donde nació y vivió, y de sus calles y costumbres, y te pregunte ¿de dónde eres? Compadre, ¿de qué parte de Cuba eres?, y te recuerde la comida y las andanzas isleñas…

Si algo grande hemos descubierto en el exilio —hablo de esta clase de cubano— es que somos tales gracias a la nostalgia…

La nostalgia así parece ser una fuerza creadora en nosotros; está en nuestra naturaleza. Para los médicos y los psiquiatras o psicólogos podría ser una enfermedad, en determinados casos, pero para los isleñis cubichis significa, en mucho, un mecanismo de existencia. Claro, estoy hablando del que está fuera de la Isla, pero es que todos los que se encuentran en la Isla la tienen escondida. Tan pronto se marchan y se instalan en otro país, no más pasan unos días, y ya se desata. La nostalgia es una fuerza, como dije, pero que muchas veces se da a la distancia del origen. Irremisiblemente su vector apunta al pasado, aunque metafísicamente hablando, quizás pueda dirigirse hacia el futuro, cuando sabemos que hay un futuro que se pudiera encontrar en el origen, el futuro de la nostalgia.

A no dudar, la nostalgia es el resultado de una contradicción en nosotros (los viejos, digámoslo así): nos queremos marchar para luego regresar. Anhelamos asimismo el viaje; el viaje que siempre esperamos, incluso, nos damos cuenta de que la vida, de una forma u otra, es un viaje, y el viajante lo es en la medida que necesita recordar el pasado, la tierra primigenia. Por eso somos viajeros y nostálgicos; somos el ansia y la paz; somos ese deseo de ser la imaginación misma.

La libertad de la nostalgia

Pero en la medida que somos nostalgia por imaginación y deseo, además, somos libres; y esto es así, porque la libertad viene a ser una resultante más de la fórmula imaginación más nostalgia, debido a que siempre el mayor camino verdadero para ser libre proviene de la imaginación. Por ejemplo, un preso político y hasta el común, por muy encerrados que estén, son hombres libres porque viven de la imaginación. Su pensamiento se convierte en un almacén de imágenes, y a no dudar es en ese encierro cuando más rienda suelta le dan a la nostalgia (que significa ser los recuerdos y algo más). Por eso en el cubano, incluso en el que está preso por puro delito común, ya lo dije, o el ciudadano que se encuentra atenazado entre las cuatro paredes de la Isla, la nostalgia aguarda y se impone.

La nostalgia histórica

El isleñis cubichis se busca constantemente en sus épocas anteriores, incluso viviendo dentro de la misma Isla. No en balde uno de los programas de televisión mejores y más vistos en Cuba, que duró probablemente alrededor de treinta años, fue San Nicolás del Peladero, un programa costumbrista de crítica de la politiquería antes de la Revolución; con excelentes libretos y encomiables actuaciones. Pero el programa en sí no era sólo visto porque fuera de crítica política, que supuestamente favorecía al régimen castrista, y porque fuera muy bien realizado; no, sino porque era toda una serie de nostalgia, algo que imaginaba tremendamente bien caricaturizada la vida antes de 1959. Y muchas generaciones de cubanos, que sabían que más o menos había sido así, se regocijaban viéndolo, vivían de nuevo aquel mundo intrigante, corrupto y oportunista y al mismo tiempo gozaban de la pasión, la inteligencia picaresca y en una libertad que tenían los habitantes de aquella dimensión para existir que, por encima de cualquier crítica, dejaba entrever que era un mundo más libre que el que les daba el régimen. La nostalgia así, entre tantas cosas, estaba en la misma Isla.

Otro medio, este ahora radial, que ayudaba a los cubanos en Miami a sobrevivir mediante la nostalgia era el programa Nocturno, programa de canciones y música instrumental que surgió en la Isla y que del presente fue pasando al pasado; quiero decir, por su duración, fue conjugando el presente y el pasado, y nos puso siempre en sintonía con distintos momentos del ayer en la Isla, representadas por cantantes, grupos y por canciones muy populares en diferentes épocas, me refiero a los que teníamos 30 y 40 años en la década de los 70.

Esta imaginación nostálgica, que ha sido contundente en nosotros para caracterizar nuestra personalidad, propicia de hecho la esperanza, debido a que potencia más aun nuestra memoria histórica, y cuando digo esto es porque quiero señalar que con la nostalgia contamos con un recurso que nos sirve para recuperar nuestros verdaderos recuerdos en un futuro (la memoria que nos han querido robar).

O sea, estoy hablando de una paradoja más: tenemos que recuperar el futuro; en otras palabras, tenemos que prepararnos para un futuro (que pudiera ser no muy lejano) en el que volvamos a encontrar la libertad esencial, no superficial, ni a medias, ni mediante jueguitos reformistas, no, hablo de la libertad legítima, auténtica, en la que realmente seamos lo que hemos tenido que ser siempre; la libertad que cuando se tenga nos permita entonces recuperar de veras nuestro mejor pasado, y regresar de nuevo a esos principios que latían en el ayer y que, sabemos, se encuentran en el presente y el futuro de los países democráticos.

Esta nostalgia es deseo y amor

Y aunque nunca lleguemos a materializar nuestros recuerdos, nuestra añoranza, nos conformamos con recordar y soñar; aun cuando la memoria permanezca con exactitud en la realidad dejada atrás, pero por eso mismo aceptamos y queremos la nostalgia, porque en la memoria nuestra Isla sigue siendo sentida de una manera extraordinaria; es cuando la realidad objetiva del pasado viene a ser imaginada, y se convierte en idílica por el deseo, que es una fuerza emotiva muy fuerte. De hecho, quiero aclarar que nunca nos vamos a encontrar lo que quedó atrás como mismo estaba; no sólo porque el tiempo cambia las cosas y a la gente, sino además porque el Gobierno en cincuenta años y más se encargó de transformar, para mal, y destruir para peor, los lugares, las construcciones y hasta el espíritu de muchos de los que se quedaron. Y esto desafortunadamente es real.

El caso es que la nostalgia está dentro del ánimo incesante de uno; eso de vivir completamente para la imaginación. En buena medida somos una ficción objetiva. Y todo esto lo que quiere decir es que, en última instancia, vivimos para amar nuestra Isla Imaginada.

Por eso necesitamos esta nostalgia. El día que no sea así, dejaremos de ser los cubanos que somos.

La otra nostalgia

Claro, me he estado refiriendo a los cubanos que hemos tenido una Cuba más libre, mejor estructurada, de muchas más opciones de vida, con defectos económicos, políticos y sociales, pero una Cuba más humana, esperanzada siempre en la posibilidad de progresar.

Desafortunadamente, después de 1959 las generaciones que nacieron fueron viviendo una nostalgia de la miseria. ¿Qué puede añorar hoy en día un cubano de 30, 40 ó 50 años de edad en esa Isla en ruinas que dejó atrás: las becas, las escuelas en el campo, las escuelas al campo, la masa cárnica, las hamburguesas McCastro, la máscara como si fuera un rostro, la artesanía en la Plaza de la Catedral?… Una vez leí en un blog de Denis Fortún en Encuentro en la red (29/01/09) lo siguiente:

… ‘esos recuerdos’ para muchos se resumen en las escuelas al

campo y los desayunos con una leche saborizada a humo y leña; los

inseparables ‘tres mosqueteros’ integrados por el aguado chícharo

con granos como balines en medio de un ‘caldejo’ insaboro e

irreconocible, arroz blanco y un huevo hervido —en una época de

aparente abundancia—; los muñequitos

rusos con Tusha Cutusha y Tío Stiopa a la vanguardia;

Elpidio Valdés y Carburo; el ‘De Pie’ de los becados en

Habana Campo con el horrible Programa Habana 19; las

incontables y estériles tareas que debíamos cumplir; o

cualquier otra de las tantas cosas, innumerables por

espacio y extensión, con las que crecimos en medio de

una realidad socialista enrevesada y demagógica.

Hay un cierto sentimiento de conmiseración hacia estas personas que, cuando miran atrás, no encuentran más que desgarraduras. Recuerdos de hambre y carencia, de miedo y acoso. Independientemente de que sí se podría sentir una quizás agradable tristeza de algunas cosas. Como por ejemplo, el hecho de ir al Malecón de La Habana en las tardes para ver el crepúsculo; algunas reuniones en casas de amigos tomando te, y hasta digamos té con alcohol de 90 grados. O recordar las extravagancias de fiestas inventadas. Olas gestiones para lograr celebrar un cumpleaños; las escaramuzas para evitar los trabajos voluntarios; o cómo fue la boda o el nacimiento de un hijo; las reuniones familiares y clandestinas para escuchar Radio Martí; el grupo de la universidad en el que nos burlábamos de la política y de los funcionarios del régimen.

Este último tipo de nostalgia es placenteramente triste; pero se hace demasiado triste cuando un cubano en el exilio mira hacia atrás y se da cuenta de que no puede recuperar su juventud. Cuando nada más puede recordar los agravios, la discriminación, la falta de libertades, la miseria y el hambre. Años que gastó bajo el asedio de los absurdos; tratando de escapar del laberinto; años pensando en una esperanza nunca definida, una esperanza de la incertidumbre; esperando, siempre esperando, sin saber incluso por lo que se espera, por lo que se quiere. Despierto para soñar con un consumo que no llega. Dormido para soñar con la miseria que perdura; y peor, con la miseria inacabable que corroe el espíritu.

Esta entonces es la nostalgia del espejismo y, por tanto, no es tal. Lo que quiero decir es que el recuerdo de cualquier cosa no conforma la nostalgia. En el sentimiento nostálgico siempre —además de una tristeza placentera— hay un deseo, un sabor de algo cálido siquiera, de algo que sirvió para mantener la filialidad o el amor por otro ser, o por el rincón de algo muy querido, algo que siempre quedó ahí latente; a no dudar también fuera una experiencia de vida pero que nunca fue desagradable, sino al contrario. En realidad, la nostalgia es la añoranza de lo mejor que dejamos atrás.

Capítulo XIX tomado de su libro 1959:
Cuba, el ser diverso y la Isla imaginada, inédito

Autor

  • Manuel Gayol

    Manuel Gayol Mecías Escritor y periodista cubano. Editor de la revista literaria online Palabra Abierta (http://palabrabierta.com). Graduado de licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana en 1979. Fue investigador literario del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas (1979-1989). Posteriormente trabajó como especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza, en La Habana, y además fue miembro del Consejo de redacción de la revista Vivarium, auspiciado por el Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana. Ha publicado trabajos críticos, cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas de su país y del extranjero, y también ha obtenido varios premios literarios, entre ellos, el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1992. En el año 2004 ganó el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano, de Nueva York, por El otro sueño de Sísifo. Trabajó como editor en la revista Contacto, en 1994 y 1995. Desde 1996 y hasta 2008 fue editor de estilo (Copy Editor), editor de cambios (Shift Editor) y coeditor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California. Actualmente, reside en la ciudad de Corona, California. OBRAS PUBLICADAS: Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995).

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