Para todos los cubanos que a pesar de la opresión
y el miedo tienen la fuerza de hablar.
Fidel Castro llegó al poder con la promesa
de una vida mejor para el pueblo de Cuba.
Hoy, a medio siglo “del triunfo de la Revolución”, la esperanza es
que los Castro mueran para empezar de nuevo.
Primera de cuatro partes
Fotos: Jesús Sanpedro
La bienvenida
No sabía muy bien qué esperar de una breve aunque largo tiempo esperada estancia en La Habana. Siempre fue uno de esos lugares donde quieres ir antes de que Fidel pase a la historia, o algo así.
Tras un largo viaje, al salir del avión, ya en una de las aduanas, un funcionario me manda cambiar de posición, quitar las gafas y alzar la vista para que la cámara en forma de micrófono colgando del techo del cubículo hiciese la foto pertinente. La ausencia de antecedentes y el hecho de ser la primera visita a la isla, hacen fácil sortear el primer trámite gubernamental.
Es el Aeropuerto José Martí; hay otro, más alejado, por el que llegan estos días los primeros vuelos de cubano-americanos procedentes de Miami permitidos por ambos gobiernos. Ahí, dicen, la inspección es mucho más rigurosa.
Pese a lo avanzado del año, hacía un calor muy húmedo en La Habana. En el autobús, ya de camino al hotel, recordé la entrevista leída un par de días antes a Juanita Castro, la “hermanísima” de Fidel Castro, farmacéutica jubilada de 76 años exiliada en Miami. Sin aún agotar los ecos mediáticos por la polémica suscitada con la reciente publicación de sus memorias “Fidel y Raúl, mis hermanos. La historia secreta”, Juanita insiste en decir que su hermano “Jamás fue comunista. ¡Jamás!”; si Fidel se convirtió en uno fue para perpetuarse en el poder, lo único que le interesaba. La entrevista giraba en mi mente al mismo tiempo que la guagua, perfectamente equipada con aire acondicionado, destapaba la primera estampa de La Habana al atardecer.
Hoy los sistemas comunistas se cuentan con una sola mano, y sobran dedos. La Habana, pensé, es conocida por ser la capital de Cuba y por el intransigente protagonismo de los hermanos Castro, Fidel y Raúl; por las jineteras y las ruinas de bellos edificios, y por tantas otras cosas y detalles que no escapan a nadie.
Cuba se ha convertido con el tiempo en una isla-reliquia del comunismo. Irónicamente, Cuba también alberga una de las más infames prisiones de la Tierra en manos capitalistas: Guantánamo. Pero no es la única. La isla entera se ha convertido en un gigantesco presidio para muchos de los 11 millones largos de habitantes de la llamada Perla del Caribe.
Los hermanos Castro, “gaitos” o de padres gallegos y/o españoles, deciden todo desde hace medio siglo. Cincuenta años son muchos años, y el progresivo deterioro del sistema inicialmente respaldado incluso con entusiasmo por obreros, campesinos, profesionales, periodistas, escritores, artistas e intelectuales, no ha hecho más que aumentar la represión de cuantos se atreven alguna vez a dar libre albedrío a la palabra.
Paradójicamente, no es esta la imagen que suele conocerse en el exterior. Cuba, según declaraciones de altos representantes de la ONU, la OEA y la UE, es un país pequeño y pacífico con un avanzado sistema social que brinda paz, seguridad social, cuidado médico y educación gratuita a sus ciudadanos.
“Es el David endeble que se enfrenta al gigante Goliat”, dice en un correo electrónico un escritor cubano que ahora reside en Estados Unidos y que por motivos políticos, es uno de los muchos cubanos repudiados por el régimen castrista que no pueden volver… hasta nueva orden; es decir, hasta que mueran los Castro y el sistema político de poder que crearon se desplome, lo cual probablemente no ocurrirá de inmediato.
Reconocida debe quedar la capacidad de un líder que lleva desde comienzos de los años sesenta del siglo 20, soportando un brutal embargo económico, considerado injusto en gran parte del mundo civilizado.
“Son muchos quienes piensan en Cuba como un país bloqueado y hostigado por el vecino del norte, una nación valiente con un sistema político que se afinca en la gran popularidad de su líder mesiánico, Fidel Castro. Pero esa es la gran mentira”, opina el escritor con aplomo y cierto tono de indignación contenida.
Sin libertad de expresión ni de movimiento, con una tremenda censura mediática, con carencias alarmantes de productos básicos alimenticios e higiene personal además de la deficiente práctica médica, la falta crónica de medicinas, y el hambre de mucha gente, en la Cuba de Castro sobran los argumentos con los que exponer el fracaso y desencanto en que ha derivado la Revolución, 50 años después.
Esto lo dicen muchas personas que no conocen otra cosa más que la dictadura, otros que cuentan la historia en términos de “Antes y después de 1959”, (año del triunfo de la Revolución) independientemente de si han salido de Cuba o si por el contrario no pueden regresar, y también lo dicen quienes han salido y vuelto alguna vez. De todo hay.
En la guagua y a golpe de micrófono, una funcionaria de turismo estatal se dirige al grupo de turistas diciendo: “Aquí como siempre, todo lo malo viene del norte”.
Valga eso de bienvenida.
La Habana
Cada año, más de dos millones de turistas llegan a Cuba. La Habana suele ser el punto de aterrizaje, lugar donde se decide si puedes entrar o te vas de media vuelta en el primer avión.
Ya en la ciudad, los bares y restaurantes de las plazas de Armas, la Catedral y la Vieja, todas ellas en La Habana Vieja, centro histórico de la ciudad, rebosan de turistas. En algunas calles – Mercaderes, Obispo – no cesa el ritmo de música caribeña al compás de tragos y bailes salseros difíciles de obviar.
La Habana Vieja, dice una mujer, “es como ir al extranjero. Ves gente de otras partes, y escuchas hablar en otros idiomas. Debe ser como estar en otro país”. Y en cierto modo tiene razón.
La mujer, bien entrada en la madurez, aun mantiene vívidas imágenes de la única ocasión en que, por motivos profesionales, conoció uno de los grandes hoteles de Cayo Coco. “Allí los extranjeros no se privan de nada. Buena comida, música, cabaret, mojitos, de todo, hay de todo”, dice con un gesto de incredulidad. La memoria no le traiciona, asegura, y “Esas cosas, “pocos cubanos las han visto”, añade con un intenso brillo en los ojos.
Millones de cubanos nunca han salido de la isla. Aquellos que residen en lugares como La Habana, Santiago de Cuba y algunos lugares turísticos en cualquiera de los Cayos, o en Varadero, pueden convivir con los turistas. Pero no vivir como ellos.
Los complejos turísticos de Varadero, a dos horas en coche al oeste de La Habana, son un lugar que “los cubanos no conocemos”, coinciden en señalar dos cubanos expatriados residentes en Estados Unidos que por razones políticas son también de los que no pueden regresar, personas a quienes el régimen se refiere como “parte de la escoria gusanera”.
La Habana Vieja – detenida en el tiempo desde que Ernest Hemingway escribiese en un mantel “My mojito in La Bodeguita, my daiquiri in La Floridita” que aún se puede ver viejo y sucio, original, en La Bodeguita del Medio – es un bullicio de gente desde temprano hasta bien entrada la noche. Los turistas se mezclan, inadvertidamente, con agentes de seguridad de paisano. Las cámaras de vigilancia, como si fuera el centro de Londres, o muchas otras ciudades de Estados Unidos, están por todas partes.
Es curioso contemplar en el recorrido turístico de la Habana Vieja las muchas tiendas y puestos callejeros dedicados a la venta de una sobreabundancia de imágenes, fetiches y demás parafernalia de los héroes de la revolución, especialmente el Ché. La abundancia de objetos de éste último – gorras, bolsos, camisetas, imanes, pulseras, collares, sortijas, ceniceros, etc. – es un magnífico ejemplo de marketing moderno que para nada tiene en cuenta la conocida posición de Ernesto Guevara en contra de este tipo de explotación capitalista. Y también una muestra del excesivo “culto a la personalidad” típico de los regímenes totalitarios.
En las calles transversales, ya penetrando en el laberinto de estructura cuadricular, fácil de caminar, discurre un mundo paralelo donde una parte importante de cubanos continúa impertérrita la cada vez más difícil “lucha por la supervivencia”, como no la dudan en calificar. O por ponerlo en palabras locales: viven “por la izquierda” (po´laizquielda); es decir, de forma ilegal.
“Déme por favor unos pesos para comprarle leche a mis hijos”, “Puros baratos”, “Ron del mejor, a buen precio compay!”… ofertas no faltan por esas calles estrechas, llenas de baches y decadencia marchita de bellos edificios hoy desvencijados y otrora viviendas de señorío. En algunas esquinas de los ruinosos inmuebles, los locales de dispendio de avituallas de la Libreta de Racionamiento permanecen vacíos, de aspecto lúgubre.
Allí también están los Comités para la Defensa de la Revolución, con sus eslóganes doctrinarios, banderas e imágenes de Fidel y el Ché. Los habitantes de tan derruidos alrededores (un símbolo de la decadencia con la que el sistema ha tratado la otrora belleza arquitectónica de una de las más hermosas ciudades del mundo), juegan al dominó en la calle, los niños con pelotas, bates de béisbol los más afortunados, o cualquier otra cosa. Los vecinos, sentados en la aceras, charlan con otros que salen de los bares con sabor local donde sólo se paga en moneda nacional.
“Unos pesos por favor señor, el niño tiene hambre”, se escucha decir a una mujer que luego dio la vuelta no sin antes agradecer con dignidad los dos CUC (pesos convertibles, a los que también se le dice “chavitos”) obtenidos fruto de su reclamo: “Gracias señor”.
“El cubano no es que se muera de hambre, pero vive con hambre”, dice Pitágoras el Griego, un profesor de matemáticas de mediana edad y gran convicción católica. Con el recorrido íntegro de los 50 últimos años de Revolución castrista a su espalda, en su rostro asoma un gesto de resignación asumida hace mucho tiempo, un reflejo sin disimulo de la apatía que supone vivir a la espera de que el dictador – los dos – mueran en la cama.
“Es toda una vida de superviviente”, dice como a fuerza de la costumbre, sin aparente tragedia. A ver quien muere primero. Una carrera silenciosa que tienen los Castro con millones de cubanos, fuera y dentro de Cuba.
Lea mañana la segunda parte: «La otra Habana»
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Jesús Sanpedro (nombre ficticio) es un periodista que acaba de visitar Cuba y que no quiere dar su nombre para no poner en peligro la libertad y la integridad física de aquellos cubanos que cruzaron su camino y se arriesgaron a mostrarle parte de la realidad actual de su país. Esos mismos cubanos tienen nombre y apellido y se podrán reconocer en esta historia, si algún día tienen la dicha de poderla leer sin trabas ni restricciones mediáticas.