Estamos en un período histórico determinado y específico, con sus características y su lógica propia: el período de transición entre un presidente estadounidense y otro, entre las elecciones del 5 de noviembre y la toma de posesión de Donald Trump para su segundo período presidencial, el 20 de enero del año próximo. Es, en cierta manera, un interregno.
Rasgos que definen este período
Define este lapso un debilitamiento notable del presidente en funciones y de manera típica, los titulares versan sobre los preparativos del próximo mandatario y sus planes futuros de gobierno. En nuestro caso, el proceso que protagoniza Trump llama la atención, no solo por su intensidad y ritmo incesante, sino por su marcada desviación de las normas. Primero, en la identidad de sus nominados para puestos claves en su gabinete. Los define, no su capacidad o conocimientos, o la experiencia en la agencia o función que se les entrega, sino su fidelidad absoluta a los intereses personales del presidente.
Un ejemplo tardío de lo dicho es la invitación del presidente francés Emmanuel Macron a Trump para que participe – como si fuese ya el jefe de estado – en la inauguración de la renovada catedral de Notre Dame, mientras Biden visitaba Angola. Políticamente hablando, el viaje de Biden es más importante, porque forma parte de la ofensiva para contrarrestar la influencia de China en África. Pero nadie le presta atención.
Pero especialmente llaman la atención los bruscos anuncios de política exterior por parte de Trump, anuncios protagonizados por su obsesión de imponer aranceles a productos importados a Estados Unidos de países que quiere someter a su voluntad.
Así como anteriormente anunció que impondría aranceles universales del 25% a productos de México y Canadá, ahora publicó en su plataforma social Truth que si los países de la alianza BRICS+ no desistían de su plan de crear una divisa monetaria propia, para defender el “poderoso dólar” y la “maravillosa economía” estadounidense, los castigaría con aranceles universales del 100%.
BRICS incluye inicialmente a Brasil, Rusia, India, China, los fundadores; luego a Sudáfrica, los que le dan al bloque su nombre, así como Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía. En octubre se anunció la incorporación de otros trece países como miembros asociados: Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam.
El sueño de la divisa propia, sin embargo, jamás tomó vuelo entre los países participantes. Esto no le impedirá al magnate clamar victoria cuando efectivamente, BRICS+ no tome una decisión que de todas manera no iba a tomar.
Si ya estuviese en el poder
Todas estas bravuconadas tienen lugar en el período de interregno estadounidense, antes de que Trump asuma el poder. Así y todo, sus “truths” sacuden los mercados, preocupan a los dirigentes de las otras potencias y a nuestro propio gobierno que debe contener la avalancha de reacciones airadas. No cuesta mucho imaginar entonces el efecto que tendrán las publicaciones de Trump una vez en el poder.
No hay discusión entre los economistas que si estas amenazas se cumplieran serían el mayor peligro para la economía nacional en el próximo año. Sí se dividen en que algunos creen que el magnate no habla en serio y amenaza como parte de una supuesta negociación, y otros usan la memoria histórica para determinar que eso es lo que hará una vez en el poder.
En estas últimas semanas de la administración de Joe Biden hay algunas buenas noticias en el frente económico. La inflación que sacudió la confianza en el candidato demócrata parece estar lejos; las ventas en el Viernes Negro y el período previo a Navidad se desarrollan positivamente; el mercado laboral es estable y otros indicadores.
Pero el momento de transición es delicado. Con solo agitar la varita mágica de sus “posts” en Truth, Trump es capaz de sacudir nuestra economía. Si quedan asesores cuerdos a su alrededor, capaces de decirle la verdad, deberían aconsejarle que la inestabilidad económica dañará a todos, y en primer lugar a sus propios votantes, los trabajadores estadounidenses que se volcaron en masa para votar por él el 5 de noviembre.
Aunque no hay muchas esperanzas de que esos asesores siquiera existan.