El preocupante estado de salud mental de Donald Trump
Si Trump gana las elecciones y vuelve a la presidencia podría causar un terrible daño al país
Como se recordará, el 21 de julio, el presidente Joe Biden anunció que cancelaba su campaña de reelección. En la campaña de Donald Trump reinó por un tiempo confusión: no estaba preparada. Muchos no pudieron ocultar un suspiro de alivio. Las reacciones de sus colegas demócratas fueron altamente positivas; alabaron el sentido de generosidad, patriotismo y solidaridad del mandatario.
Pero Biden se retiró porque las encuestas aseguraban su derrota en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre. No solo no iba a ganar, sino que su debacle arrastraría tras sí las candidaturas de demócratas a la Cámara de Representantes y legislaciones y gobernaciones estatales. El mismo electorado se alejaba de él por las evidencias de su avanzada edad por un lado y su deterioro cognitivo, evidenciado durante el debate entre ambos candidatos, por el otro.
Durante meses, esa fue la base de la publicidad republicana: que Biden está viejo, que es un demente, que está gravemente enfermo, etc. La táctica resultó tan atrayente y prometedora, que ninguna alternativa se desarrolló suficientemente como para reemplazarla en caso de ser necesario, lo que efectivamente ocurrió.
Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos experimenta condiciones preocupantes, similares a las que atribuían al actual Presidente. Esto no es nuevo, pero llega a tal punto que ya no se puede ocultar, justificar, mentir o acusar de algo a los rivales.
Más y más episodios indican que el expresidente sufre de un serio deterioro cognitivo, que está perdiendo contacto con la realidad, que es incapaz de ilar oraciones, de seguir una línea de pensamiento, de concentrarse. Lo que resta es desinterés, lamentos, amenazas, gesticulaciones, furia y repetición de frases sin sentido.
Y sin embargo, no hay señales de que quienes cuestionaron la edad y la condición física y mental de Biden lo reconozcan y se alarmen. Ninguno de los que se hacían pasar por psicólogos republicanos por cuenta propia se atreve a decir nada.
Las arengas de Trump son cada vez más incoherentes. Parece incapaz de seguir una conversación, contestar preguntas simples y responder a críticas.
En sus mítines multitudinarios sus discursos duran ya más de dos horas – el doble que en la campaña anterior – sin comienzo ni fin ni contenido concreto. Salta de un tema a otro, deja ideas a medio explicar, olvida nombres, hechos, datos. (Agrego aquí que ayer ya llegó a tres horas. ¿De qué habló? No se sabe, pero los asistentes al «rally» salieron re-contentos y a la salida compraron más mercancía, juguetes y souvenirs)
Al público que acude a sus reuniones no parece importarle que Trump padezca de un principio de demencia o no, en tanto los divierta. Son acríticos. Por lo menos pueden – o podían – irse a casa antes del final, como lo estaban haciendo muchos hasta que de la campaña se cercioraron y los criticaron y ahora les gritan y amenazan si se van. Pero los políticos que están a su merced no pueden irse. Están para quedarse. Sin sus puestos, su imagen, su reflejo en los medios, no son mucho. Su candidato a vicepresidente, J.D. Vance, que alguna vez criticó correctamente a Trump, ahora lo imita hasta en sus peores arranques. La insistencia de Trump de que los inmigrantes haitianos de Springfield se comen los perros de sus vecinos es surrealismo puro, pero la idea le vino de Vance.
En sus acciones y declaraciones de Trump se mezclan la pérdida del sentido de la realidad con su trastorno narcisista. Cuanto más largos los discursos, más cortas las oraciones, más repeticiones de temas después de agotarlos, más palabras altisonantes y absolutas y más confusión linguística.
A continuación, un breve desglose de algunas de las instancias que muestran su deplorable condición, sin orden cronológico.
La semana pasada trascendió que a pesar de tener el derecho, como candidato, a recibir informes secretos de gobierno, el expresidente no los quiere.
En un nuevo libro el periodista Bob Woodward revela que después de dejar la Casa Blanca Trump habló al menos siete veces con Vladimir Putin y le pasó información clasificada sobre los exámenes de COVID. Este 10 de octubre trascendió de Moscú la confirmación de la comunicación y la prestación de servicios de información sobre el COVID, a la par que la campaña de Trump lo seguía negando furiosamente.
El rumor de que entregó o vendió a cambio de favores información secreta cuando era presidente persiste.
En un correo electrónico mandado con su firma la semana pasada el hoy candidato pide que “No dejen que nadie vea su pantalla” al incitar a la violencia contra los indocumentados.
El fin de semana anuló a última hora una entrevista en el venerable programa 60 Minutes de CBS. Como es de costumbre, criticó a Kamala Harris en vez de disculparse.
Cuando la popular cantante Taylor Swift anunció su endoso de Harris, publicó: “ODIO A TAYLOR SWIFT”, en mayúsculas. Como un niño caprichoso y egoísta.
En junio de este año, afirmó que su amiga, la actriz Joan Rivers le había confesado que votó por él en 2016. Pero Rivers murió en septiembre de 2014, a los 81 años de edad.
Su sobrina, la psicóloga Mary Trump afirmó este mes que …”Las preocupaciones sobre la edad de Biden eran legítimas… las preocupaciones sobre la edad de Trump y la facilidad con la que inventa fantasías paranoicas son entre silenciadas e inexistentes”.
En octubre pasado se refirió al primer ministro de Hungría Viktor Orbán como «el líder de Turquía. Agregó que el país liderado por Orbán es limítrofe con Rusia, cosa que no es cierta en ninguno de los casos. Y cualquiera que tenga paciencia de escuchar su voz imparable en los mítines debería contar cuántas veces aparece el nombre de Barack Obama en lugar de Joe Biden.
El mes pasado se vanaglorió que en el único debate presidencial entre él y Kamala Harris, «la multitud se volvió loca por él». Pero en el debate no había público.
Cada día, intensifica sus ataques contra contrincantes políticos, cualquiera que él considere su “enemigo”. Les promete encierro, juicio, venganzas.
Lo dicho: los comentarios sobre la salud física y mental de Trump llevan años. Pero es ahora, cuando el tono de las campañas electorales llegan al paroxismo, que cobran una nueva dimensión. Desde que comenzó su primera campaña presidencial en 2015, Trump se ha negado a dar a conocer la más básica información médica como corresponde a un funcionario público, a pesar de que en agosto de este año prometió publicar los resultados de su más reciente examen. ¿Quién va a explicar por qué se lo ve demacrado, torpe, fatigado, desganado?
Para disipar las preocupaciones, Trump debería publicar esos datos. No que guardemos alguna esperanza de que lo haga.
Y sí, tiene cabida la pregunta: si Trump se vuelve o se volvió demente, ¿cómo lo sabremos?
En el supuesto caso de que Trump gane los comicios y vuelva a la presidencia, su situación podría causar un terrible daño al país. A los peligros derivados de sus planes y posiciones se agrega que Donald Trump no parecería estar sano mentalmente. Por el bien de toda nuestra sociedad, no puede ser nuevamente presidente.