Los orígenes de la emigración hispana en New York y su repercusión en las próximas elecciones
El emigrante hispano hoy es el eje de un nuevo horizonte que debe recordarnos que la aportación del ciudadano al futuro es más genuina cuanto más se percibe de dónde se viene
La emigración es tema de actualidad. Tenemos unas elecciones por delante en que nos jugamos hacer las cosas bien, por una vez, y, mucho más importante, recordar el significado de la emigración, porque es fácil hacerse los locos y ver a quien se acerca a nuestro país hoy como un vestigio de una situación ya superada. Cada emigrante nos recuerda a otro emigrante. Hay quien mira para otra parte porque no quiere saber de dónde viene. Los cambios sociales que han forjado nuestra historia, no se olvide, han viajado hermanados firmemente con las nuevas generaciones migrantes.
En búsqueda de la libertad y la fe católica
El país ha cambiado, cuando los hispanos llegaron a Nueva York en el siglo dieciocho se perseguía a los católicos (1642-1763). Llegó a haber pena de muerte en 1647 para los practicantes en Massachussets. La antigua catedral de San Patricio, levantada como la nueva sobre un cementerio, tuvo que ser rodeada por un muro debido al vandalismo en forma de odio anticatólico. Hoy parece normal ser católico en Nueva York, pero hasta el siglo diecinueve no se pudieron impartir los sacramentos. El padre Félix Varela y Morales (1788-1853), de procedencia cubana, estuvo unos 30 años en la diócesis neoyorquina.
Con él toma cuerpo el activismo hispano en Nueva York. Antes ya había participado en la Constitución española y latinoamericana de 1812, después tristemente derogada en 1814 por el rey. Representó a Cuba con Leonardo Santos Suárez y Tomás Gener. En 1823 votó la destitución de Fernando VII como rey de España y, perseguido por los franceses, le tocó emigrar en la fragata Draper para Estados Unidos.
La guerra de 1812-1815, llamada Segunda Guerra de la Independencia entre EE.UU. y Gran Bretaña, peleada como la Primera de ellas por intereses comerciales, tuvo un extraño desenlace en el que intervino la cuestión católica. Podía fácilmente haber terminado con la absorción de Canadá, igual que ocurrió algunos años después con Texas, sin embargo, no se quiso llegar hasta ese extremo porque se habría añadido por el norte un alto contingente de católicos que hubiesen desequilibrado la balanza nacional en lo religioso y añadido aún mayores presiones políticas contrarias a los intereses de los estados esclavistas del sur. Faltaba mucho todavía para la Guerra Civil (1861-1865).
Los hispanos siempre fueron mayoritariamente católicos, lo que llevó a una fuerte unión con los irlandeses y los italianos. Las novedades de Europa llegaron en un importante número de casos por esta vía e influencia. Los restaurantes con menús a elegir entraron de mano de los Delmonico, católicos suizos del Ticino (o Tesino). La ópera italiana entró de la mano de la compañía ambulante del tenor sevillano Manuel García, con su hija María de prima donna: La Malibrán, llamada así por su marido Eugène Malibrán, comerciante francés. Su nombre completo era Eugenio Malibrán Santibáñez. Entre los tres testigos de su boda, dos eran Laescala, y Peter Harmony; que no se engañen, su nombre de nacimiento era Pedro Ximeno, nativo de Vilagarcía, España. La alteración de los nombres en la emigración es un fenómeno natural de acomodación a un nuevo medio. Nada ha cambiado. Nos ha ocurrido a todos.
La prosperidad económica y el aporte a la sociedad
En la lista de los más ricos de mediados del siglo diecinueve en Estados Unidos aparece Peter Harmony. Era banquero y comerciante. Participó en la fundación de la bolsa de Nueva York: Wall Street, e hizo de Estados Unidos el primer productor mundial de algodón a través de los Harmony Mills de Cohoes, NY.
El comercio entre Nueva York y Santa Fe (desde Independence, Misuri) lo desarrolló su compañía, llegando a darse la carambola de que en una de sus caravanas a la villa de Santa Fe, de ida, se iba a la ciudad de Santa Fe, México, y a la vuelta, tras el estallido de la guerra de 1846, ya se regresaba de una Santa Fe estadounidense. Hubo hispanos en los dos lados del comercio entre los dos países desde sus inicios. Típicos comerciantes americanos como los Magoffin tenían también ciudadanía mexicana y hablaban español. Eso hay que reseñarlo.
Los emigrantes son modelos formativos, sirven para dar una idea de hasta dónde el desarrollo de una sociedad es perceptible.
El dinero hispano contribuyó a levantar la nueva San Patricio de NY. El hospicio católico fue beneficiado con 25,000 dólares por Harmony en su testamento. Los hispanos tenían sus academias de estudio y toda suerte de servicios. Hoy, se diluye el pasado y cuesta aceptar la evidencia histórica. El periódico en español de NY más importante en mitad del siglo diecinueve fue La Crónica (v. Guía de Nueva York para uso de españoles e hispanoamericanos, 1863). Varela ya había publicado antes en Filadelfia El Habanero (1824-1826), después coeditó El Mensajero semanal (1829-1831) con José Antonio Saco. De 1826 a 1831, se publicó El Redactor, de Juan José de Lerena y Eugenio Bergonzio.
Kamala Harris y su mirada migrante
En la campaña electoral en curso tenemos en Kamala Harris, una candidata de segunda generación migrante. El empuje que da iniciarse en un nuevo espacio ciudadano es beneficioso para toda la población.
El emigrante hispano que llega hoy no debe verse solo a través de la desolación de la huida de políticas dictatoriales o la penuria económica. Hay que verlo como el eje vertebral de un nuevo horizonte que debe recordarnos que la aportación del ciudadano al futuro es más genuina cuanto más se percibe de dónde se viene.
Adónde se va es un regalo que trae el emigrante. Ya ocurrió, que no se olvide.
Si quitáramos a los emigrantes de este país solo quedaría un espacio en que el concepto de pertenencia y el de propiedad no existían como un todo, y que dejó de existir de un plumazo el día de la llegada del colono emigrante. El infausto atropello al indígena no descalifica la emigración per se. Siempre hubo migraciones invasoras entre los propios pueblos indígenas. Lo dicho, no impide que el hispano deba ser siempre respetuoso con la historia y nunca permanecer impasible ante los genocidios.