Donald Trump y la libertad de prensa
El Presidente Donald Trump ha sugerido recientemente, en varios discursos y tuits, que impulsará reformas para que sea “más sencillo” demandar a quienes publiquen historias falsas o engañosas.
Inquietud en las redacciones
Aunque el Tribunal Supremo mantiene una doctrina sólida en favor de la libertad de expresión – la famosa sentencia New York Times Co. v. Sullivan de 1964 – el mero anuncio de posibles cambios legislativos genera inquietud en las redacciones. Numerosos abogados constitucionalistas advierten que una reforma de esta índole podría violar principios fundamentales de la jurisprudencia estadounidense y abrir la puerta a la autocensura por miedo a represalias judiciales.
Ya en su primera administración, Trump amenazó con entablar demandas demandas judiciales contra autores de libros que lo describían de manera poco favorable. En 2025, esta práctica se ha reactivado. Un ejemplo notable es la demanda interpuesta por el Presidente contra un reportero de investigación que publicó un libro revelando supuestas presiones a agencias gubernamentales para favorecer a empresas allegadas a la familia Trump.
Aunque la defensa del periodista presentó evidencias y testigos, el proceso continúa desarrollándose en los tribunales, atrayendo la atención mediática.
Estos litigios, más allá de su resultado legal, representan una estrategia intimidatoria que puede desalentar a otros periodistas a emprender investigaciones semejantes. La prensa se divide entre quienes consideran que es un derecho del Presidente proteger su honra en los tribunales y quienes ven en estas acciones judiciales un intento de censurar informaciones incómodas.
Por lo pronto, la Casa Blanca introdujo normas más restrictivas para la acreditación de periodistas en 2025. Más aún, no se limitaron a la sala de prensa. Varios corresponsales han denunciado que se les ha dificultado el acceso a eventos oficiales, viajes presidenciales o conferencias temáticas. A veces se alegan “razones de seguridad”, pero la opinión de que existe un filtrado ideológico es generalizada.
Una cacería de brujas
El caso más sonado tuvo lugar cuando un grupo de periodistas de medios críticos a Trump denunció que se les negó la posibilidad de sumarse al pool oficial de un viaje presidencial a Europa para asistir a varias cumbres internacionales, programado para junio de 2025. La polémica escaló hasta las cámaras legislativas, donde representantes demócratas exigieron explicaciones a la Administración y, la respuesta se limitó a generalidades sobre “criterios operativos y de espacio limitado”.
Frente a las reiteradas denuncias de ataques a la prensa, algunos comités del Congreso, con mayoría de demócratas y republicanos moderados, han iniciado investigaciones para determinar si el Ejecutivo ha incurrido en abuso de poder. Para ello, se citan ejemplos de amenazas públicas, la retirada de credenciales y presiones a anunciantes de medios críticos, por supuesto, Trump y su entorno han calificado estas comisiones de “cacerías de brujas”, negando cualquier conducta ilegal.
Paralelamente, la judicatura mantiene su rol de contrapeso. Varios jueces federales han fallado a favor de periodistas y medios en casos de retiradas de credenciales, basándose en la jurisprudencia que establece la necesidad de un proceso debido y la prohibición de represalias contra quien ejerce la libertad de expresión. Aun así, la lentitud de los procesos y los constantes recursos de apelación generan un clima de incertidumbre, en el que cada parte se siente agraviada y hay pocos espacios de reconciliación.
Las polémicas y litigios que rodean la relación de Trump con la prensa en 2025 profundizan la división en la opinión pública. Sus seguidores interpretan estas disputas como un intento del establishment mediático por socavar la legitimidad del mandatario, mientras que sus detractores ven en ellas la evidencia de que desprecia los principios democráticos. El resultado es una sociedad cada vez más atomizada, donde las conversaciones políticas se reducen a discusiones sobre la credibilidad de las fuentes informativas.
Por otra parte, muchos ciudadanos, saturados por el constante bombardeo de titulares sobre juicios, vetos y contrademandas, optan por la apatía o por la búsqueda de contenidos de entretenimiento ajenos a la política. Esta desafección puede minar la participación ciudadana y debilitar la rendición de cuentas, pues la vigilancia periodística es uno de los pilares del sistema democrático.
En definitiva, los choques entre el poder presidencial y la prensa en 2025 ilustran las tensiones de fondo sobre la libertad de expresión en un contexto de extrema polarización. La instrumentalización de demandas, vetos y amenazas revela una estrategia de desgaste que, a la larga, pone en riesgo no solo la labor periodística, sino la cultura cívica y la solidez institucional de los Estados Unidos.
Si bien me he enfocado en la relación de Donald Trump con el periodismo profesional y las redes sociales dentro de Estados Unidos en 2025, es imposible obviar la dimensión internacional que caracteriza hoy a la comunicación política. Aquí, el estilo trumpista ha trascendido fronteras, influyendo en la manera en que otros líderes y movimientos políticos abordan la prensa en sus respectivos países.
Al retomar la presidencia en 2025, Trump ha revitalizado una retórica contra las élites globalistas y ha reforzado sus críticas a la prensa “deshonesta”. Su narrativa resuena en dirigentes de tendencia populista o nacionalista en Europa, Asia y América Latina, algunos de los cuales adoptan estrategias similares para desacreditar a medios críticos. Por ejemplo, el término “fake news” se ha convertido en un eslogan global, empleado con frecuencia para evadir responsabilidades o deslegitimar investigaciones incómodas.
Países con tradición democrática consolidada, como Francia o Alemania, observan con preocupación la expansión de esta retórica, temiendo que fortalezca a partidos de ultraderecha que buscan socavar la credibilidad de la prensa libre. Allí donde la democracia es más frágil, el discurso de Trump brinda una coartada para endurecer la persecución de periodistas y cerrar espacios de disidencia.
Muchos medios internacionales, que durante la presidencia de Joe Biden optaron por una cobertura más desapasionada de la política estadounidense, han retomado la intensidad de 2017-2021 en su seguimiento de la administración Trump. Las grandes cadenas globales como BBC, Al Jazeera, Deutsche Welle o France 24, reportan el día a día de la Casa Blanca con énfasis en la tensión con los medios y en el impacto que las decisiones de Trump tienen en la geopolítica.
Para la prensa de otros países, cubrir a Trump en 2025 implica una mezcla de oportunidad y riesgo. Por un lado, su figura genera audiencias y titulares atractivos. Por el otro, el mandatario no duda en criticar a corresponsales extranjeros que lo cuestionan, lo que puede derivar en vetos o tensiones diplomáticas. Aun así, la atención mediática internacional sigue siendo elevada, ya que el presidente estadounidense conserva un enorme poder de influencia económica y militar a nivel mundial.
Cerrar espacios de disidencia
En su segundo mandato, Trump mantiene el hábito de dirigirse a líderes de otros países mediante X-Twitter (o su red social Truth), lo que a veces desencadena crisis diplomáticas repentinas. En 2025, no han faltado los choques verbales con mandatarios de naciones rivales, en los que la prensa internacional juega un papel de intermediación. Trata de interpretar y contextualizar sus mensajes cargados de adjetivos descalificativos.
Este modo de diplomacia tuitera también pone en jaque a los corresponsales estadounidenses en el exterior, quienes deben dar cuenta de la reacción de los gobiernos locales ante las declaraciones de Trump. Mientras algunas naciones optan por la cautela, otras responden con la misma moneda, elevando la crispación y reduciendo los canales formales de diálogo.
Desde la Oficina Oval, Trump no solo cuestiona a la prensa norteamericana, sino que extiende su retórica a organismos internacionales que publican informes sobre la libertad de expresión, la situación de los derechos humanos o la transparencia gubernamental.
Instituciones como Human Rights Watch o Amnesty International, que denuncian los ataques a periodistas, son tachadas de actuar bajo el influjo de potencias extranjeras u “oscuros intereses globalistas”. En paralelo, medios de investigación y consorcios periodísticos transnacionales, como el ICIJ (International Consortium of Investigative Journalists), continúan publicando reportes sobre presuntas irregularidades financieras que involucran a miembros de la administración Trump o su círculo empresarial. A esto, el presidente responde acusando a estos consorcios de ser parte de una conspiración internacional, impulsada por sus enemigos políticos.
Este choque de narrativas, amplificado por la cobertura global, configura un escenario en el que las controversias relativas a Trump tienen repercusiones en múltiples países, afectan la confianza en el periodismo de investigación transfronterizo y generan incertidumbre sobre la estabilidad de las relaciones diplomáticas.
Nuevo orden comunicacional global
No hay dudas que el nuevo orden comunicacional global es fruto de una crisis de credibilidad y de paradigmas. La prensa tradicional se ve obligada a competir con redes sociales descentralizadas y con líderes políticos que practican la confrontación directa. Los gobiernos autoritarios aprovechan la situación para reprimir periodistas bajo el pretexto de combatir “fake news”, mientras tanto, las audiencias se fragmentan, y las certezas que eran comunes a toda la población se diluyen.
En este contexto, resulta más complejo el funcionamiento de los acuerdos multilaterales y la coordinación internacional en problemas globales, como el cambio climático o la regulación de las grandes tecnológicas, ya que, cuando prevalece la lógica de la desconfianza, los consensos se vuelven difíciles de alcanzar. La prensa, en teoría encargada de informar y mediar, sufre los embates de una retórica hostil.
Así, la influencia de Trump en la escena comunicativa global no puede subestimarse. Su estilo y su discurso han abierto la puerta a un replanteamiento de la relación entre poder, periodismo y ciudadanía en varios rincones del mundo. Lo que está en juego no es solo la imagen de Estados Unidos, sino la solidez de la libertad de prensa y el libre intercambio de ideas como pilares de las sociedades democráticas.
La estrategia presidencial de vetar a periodistas y amenazar con endurecer las leyes de difamación ha provocado el contrapeso de los tribunales, que en repetidas ocasiones han emitido fallos a favor de la libertad de expresión, no obstante, los procesos son lentos y la administración Trump apela continuamente, prolongando el clima de inseguridad jurídica, mientras tanto, en el Congreso, la oposición intenta frenar algunas de estas iniciativas, pero no siempre logra unificar fuerzas, y la aprobación de leyes que protejan aún más a la prensa se ve obstaculizada por la división partidista.
Los retos de los próximos años
Mirando a los próximos meses e incluso años de la administración Trump (2025-2029), se plantean retos de gran envergadura:
Reforma de la Sección 230: La discusión sobre la responsabilidad de las plataformas y el margen de moderación que deben ejercer es un tema candente, cualquier cambio legislativo podría remodelar la forma en que circula la información en redes, y Trump ha expresado su intención de inclinar la balanza a favor de la “libertad” de sus seguidores, al tiempo que sanciona a quienes considere censuradores.
Elecciones de mitad de período: En 2026, habrá elecciones legislativas que podrían modificar la correlación de fuerzas en el Congreso. Si el Partido Republicano gana una mayoría más amplia, es probable que el presidente cuente con mayor apoyo para impulsar sus reformas y endurecer la relación con la prensa. Si, por el contrario, la oposición recupera espacios, el escenario se volverá aún más conflictivo.
Escenarios de crisis: Cualquier situación de crisis interna o internacional, desde un desastre natural hasta un conflicto bélico, pondrá a prueba la capacidad del periodismo para informar con rigor y la disposición de la Casa Blanca a permitir un escrutinio libre de sus decisiones. En momentos de emergencia, la comunicación fluida con los medios es crucial, pero la retórica de “fake news” podría obstaculizarla.
Credibilidad institucional: A medida que la confrontación se extiende, la credibilidad de todas las instituciones, incluida la prensa, se erosiona. Los ciudadanos podrían verse cada vez más tentados a la apatía o al extremismo, poniendo en peligro la cultura democrática del país.
Así, el balance provisional de 2025 sugiere que la tensión entre Donald Trump y el periodismo profesional no solo se mantiene, sino que se proyecta con fuerza. Ambos polos, la Casa Blanca y los medios críticos, se alimentan mutuamente en un ciclo de acusaciones y defensas, mientras que un público cada vez más fragmentado elige bandos.
El desenlace de esta relación turbulenta definirá en buena medida la calidad del debate público y la salud de la democracia estadounidense en los años por venir.