Donald Trump, el enemigo de la prensa libre
Primera de tres partes
Para comprender la relación del Presidente Donald Trump con el periodismo profesional y las redes sociales en 2025, es necesario repasar los cambios ocurridos en el ecosistema mediático de Estados Unidos durante el lapso en que Joe Biden ocupó la presidencia.
Las transformaciones de los medios
Ese periodo fue testigo de varias transformaciones, que sentaron las bases para el regreso de Trump y su renovada interacción con los medios. Como ejemplo, entre 2021 y 2024, la prensa tradicional -la referencia es a publicaciones periódicas de gran tirada y canales de televisión en abierto- siguió enfrentando grandes desafíos económicos y la contracción de sus audiencias.
La aceleración de la digitalización, impulsada en parte por las secuelas de la pandemia, provocó que muchos usuarios migraran definitivamente al consumo de noticias en línea y a las plataformas de streaming. Así devino también el auge de los newsletters especializadas, numerosos podcasts y canales de YouTube con enfoque informativo. Todos estos ganaron relevancia, especialmente entre los más jóvenes.
Grandes periódicos como The New York Times y The Washington Post reforzaron sus sistemas de suscripción digital y apostaron por reportajes de investigación tipo long copy y formatos multimedia para seguir siendo referentes de calidad. La competencia provenía tanto de sitios conservadores como progresistas que encontraron en la polarización política un nicho rentable.
Portales como Breitbart o el canal One América News Network (OANN), que habían apoyado abiertamente a Trump, se reorganizaron tras la derrota de 2020 y mantuvieron un discurso crítico hacia Biden. Del otro lado surgieron nuevos espacios progresistas que impulsaron una agenda de reformas en materia de igualdad social, energías renovables y derechos civiles.
Esta dualidad reforzó una tendencia a la segmentación de las audiencias por afinidad política. Muchos expertos hablan de “burbujas informativas”, que se forman cuando los consumidores de noticias se encierran en medios que confirman sus sesgos, abandonando la búsqueda de visiones matizadas.
Tras el asalto al Capitolio en enero de 2021, cuando varias plataformas suspendieron las cuentas de Trump, se generó un amplio debate nacional acerca de los límites de la libertad de expresión y la responsabilidad de las corporaciones tecnológicas. El gobierno de Biden, a través de diversas instancias reguladoras, impulsó debates y propuestas legislativas para reformar la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones, que otorga cierto grado de inmunidad legal a las plataformas respecto al contenido que publican sus usuarios.
Mientras tanto, surgieron redes alternativas que prometían una moderación mínima o directamente nula, apelando a la libertad de expresión absoluta. Entre ellas se contaban plataformas como Parler o Truth Social (esta última impulsada por el propio entorno trompista). Sin embargo, su alcance se vio limitado por los problemas de financiación, los conflictos internos y las políticas de las grandes tiendas de aplicaciones, que en ocasiones suspendieron sus descargas por considerar que facilitaban la difusión de discursos de odio o incitación a la violencia.
Hacia 2023, la mayoría de estas redes alternativas seguía existiendo, pero con audiencias muy reducidas. Las grandes empresas tecnológicas buscaron equilibrar la presión política y social para regular los contenidos extremistas con su interés comercial en mantener un amplio rango de usuarios. Esto condujo a una serie de reformas en sus términos de uso y en sus algoritmos de recomendación, pero sin una política homogénea ni completamente transparente.
Trump y su gran retorno mediático
Trump, durante estos años, aunque fuera de la presidencia, siguió teniendo presencia en eventos y mítines. Su equipo trabajó para mantenerlo en la palestra, ya fuera mediante apariciones en canales afines o a través de comunicados en sus plataformas personales. Trump pavimentó el camino de su regreso político, explotando el descontento de ciertos sectores con la administración Biden y enfatizando narrativas sobre la “decadencia” de Estados Unidos en el ámbito económico y cultural.
En este periodo, Trump estableció lazos más estrechos con los nuevos medios conservadores y potenció la construcción de un ecosistema mediático paralelo, donde su figura era exaltada y defendida. El resultado fue que, al llegar 2025, Trump no solo recuperó sus cuentas en redes sociales masivas, sino que contaba además con una red de apoyo en línea que amplificaba su mensaje hacia una audiencia fidelizada. Todo esto creó las condiciones propicias para que su regreso a la Casa Blanca tuviera un impacto mediático mayúsculo.
Cuando Donald Trump fue investido nuevamente como presidente el 20 de enero de 2025, muchos observadores se preguntaban si su relación con el periodismo profesional sería diferente tras los cuatro años de Joe Biden. Sin embargo, los primeros meses del nuevo mandato ofrecieron señales claras de que el estilo combativo y la retórica anti-prensa se mantenían.
Por ejemplo, durante un mitin celebrado a los pocos días de asumir la presidencia, Trump recuperó expresiones que usó en su primera etapa, como calificar a ciertos de medios de comunicación de “enemigos del pueblo”. Los acusó de intentar “destruir” su administración. Aunque la expresión ya era conocida, su reiteración causó revuelo en periódicos y noticieros, que consideraron su lenguaje como un ataque directo a la libertad de prensa.
Danuncias y aclaraciones
En consecuencia, varios directores y editores de los principales medios publicaron editoriales en conjunto, denunciando el “acoso sistemático” a la profesión periodística. El pronunciamiento colectivo trató de visibilizar los riesgos de tales descalificaciones, especialmente el potencial de que sectores radicalizados de la sociedad vean a los periodistas como blancos legítimos de hostilidad. La Casa Blanca, por su parte, emitió un comunicado asegurando que el presidente se refería únicamente a “medios deshonestos” y no a la prensa en general. Muchos periodistas consideraron esta aclaración insuficiente.
Uno de los primeros pasos de Trump en su segundo período presidencial fue designar a un nuevo portavoz, quien ya había trabajado en otro puesto en su primera administración. Con un estilo directo y a veces confrontativo, este portavoz inició sus ruedas de prensa con un marcado sesgo favorable al presidente, criticando con frecuencia la forma de abordar las preguntas o sugiriendo que ciertos reporteros estaban “predispuestos” en contra de la administración.
Se establecieron normas más rígidas para las acreditaciones de prensa, con el argumento de controlar mejor el acceso y evitar “activistas disfrazados de periodistas”. Diversos medios independientes y corresponsales freelance se vieron en dificultades para obtener o renovar sus credenciales, lo que levantó acusaciones de discriminación. Desde organizaciones como la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca (WHCA), se exigió transparencia en los criterios empleados, sin obtener respuesta clara al respecto.
A finales de febrero de 2025, un incidente concreto dio un giro más áspero a la relación con la prensa. El reportero de una importante cadena de televisión nacional fue expulsado de la sala de prensa de la Casa Blanca tras plantear preguntas incisivas sobre un tema espinoso: la investigación que estaba llevando a cabo el Congreso acerca de la financiación de ciertos proyectos de infraestructura promovidos por la nueva administración. El vocero de la presidencia alegó que el periodista había mostrado una actitud “hostil” e “irrespetuosa”.
Este suceso se convirtió en tendencia en redes sociales. La reacción de la comunidad periodística fue inmediata: se emitieron comunicados de repudio y se exigió la restitución de la acreditación del periodista. El caso escaló a instancias judiciales, repitiendo un escenario similar al ocurrido en el primer mandato de Trump, cuando también se retiró la credencial a un reportero con la acusación de conducta indebida. Finalmente, un tribunal ordenó la readmisión temporal del reportero mientras se resolvía el fondo del litigio, argumentando que la Casa Blanca no había presentado pruebas de la supuesta mala conducta.
Paralelamente a estas confrontaciones, el Presidente y su equipo mostraron un claro favoritismo hacia ciertos medios y periodistas considerados “leales” o, al menos, “justos”. Concedió entrevistas exclusivas a redes de televisión y sitios web que habían apoyado abiertamente su candidatura de 2024, mientras que se redujo el número de entrevistas con canales tradicionales de orientación crítica. Esta táctica buscaba, por un lado, reforzar el discurso presidencial entre su base y, por otro, aislar a los medios que el Presidente consideraba hostiles.
La estrategia polarizó aún más la relación, los medios favorables a Trump ofrecían una cobertura entusiasta de sus iniciativas y minimizaban las polémicas, mientras que los medios críticos realizaban reportajes detallados sobre los desacuerdos y escándalos, señalando las contradicciones de la administración. En consecuencia, la audiencia quedó, una vez más, dividida en burbujas de información que difícilmente dialogaban entre sí.
En resumen, los primeros meses del nuevo mandato de Donald Trump en 2025 confirmaron la continuidad de una relación tensa, caracterizada por el ataque frontal a los medios críticos, la promoción de canales afines y la instrumentalización política de las credenciales de prensa. Estas fricciones han sentado las bases de un entorno mediático marcado por el recelo mutuo y la desconfianza, con el riesgo de que el deterioro en la interacción entre poder y periodismo afecte la calidad de la información que llega al público.
Redes sociales en 2025
En el año 2025, las redes sociales se han consolidado como uno de los espacios principales de debate público y como una herramienta fundamental de comunicación política. Para Donald Trump, que en su momento fue uno de los primeros mandatarios en utilizarlas de manera sistemática y polémica, su recuperación como canales oficiales de expresión ha sido clave en su estrategia de gobierno y en su relación con la prensa. Sin embargo, el escenario actual difiere en varios aspectos de lo que se vivió entre 2017 y 2021.
El retorno de Trump a plataformas como Twitter y Facebook no fue automático. Durante los años de Biden, cada empresa estableció sus propias normas de moderación, que incluían suspensiones temporales o permanentes para figuras públicas que incitasen al odio o a la violencia. Aun así, la presión de un segmento del electorado conservador y las amenazas de demandas antimonopolio llevaron a que, progresivamente, se levantaran las restricciones contra el expresidente.
En 2023 y 2024, las empresas Big Tech introdujeron cambios en sus políticas que buscaban encontrar un equilibrio entre la libertad de expresión y la moderación de contenidos. Estos cambios incluyeron la figura del “fact-checking colaborativo” y la posibilidad de etiquetar contenidos potencialmente engañosos. Sin embargo, la falta de uniformidad en los criterios generó confusiones y acusaciones de doble rasero. Para muchos usuarios, resultaba difícil entender por qué un mensaje de Trump era marcado como desinformación mientras mensajes similares de otras figuras políticas no lo eran.
Al asumir la presidencia nuevamente en enero de 2025, Trump se encontró con que sus cuentas estaban activas, pero bajo supervisión. Su equipo de comunicación consideró esta situación como una “censura encubierta”, sosteniendo que se aplicaban criterios más duros a sus publicaciones que a las de otros líderes progresistas. A pesar de ello, la presencia de Trump en estas plataformas comenzó a incrementar exponencialmente, recuperando millones de seguidores que se habían mantenido en redes alternativas.
Los nuevos formatos mediáticos
A diferencia de su primer mandato, en el que Twitter era el epicentro de su actividad, ahora Trump ha diversificado sus canales de expresión. Sigue utilizando X-Twitter, pero también recurre con frecuencia a videos cortos en TikTok y reels de Instagram para llegar a un público más joven, con mensajes simplificados y piezas de propaganda política cuidadosamente producidas. Además, su equipo mantiene una presencia activa en redes conservadoras, como Truth Social o Rumble, donde la moderación es aún más laxa.
Una de las novedades más relevantes en 2025 es la adopción de formatos de streaming en vivo, en los que Trump participa en conversaciones sin intermediarios con seguidores seleccionados. Estas transmisiones, que a veces se difunden simultáneamente en múltiples plataformas, le permiten monopolizar la atención mediática y lanzar mensajes que luego son recogidos por la prensa tradicional. El resultado es un efecto bola de nieve, donde la cadena televisiva reproduce los fragmentos más polémicos y refuerza la notoriedad del Presidente en la agenda informativa.
Para los medios profesionales, cubrir estos eventos se ha convertido en un reto, ya que muchas veces el contenido es efímero, fragmentado o presenta afirmaciones que requieren un fact-checking inmediato. Con frecuencia, la prensa se encuentra reaccionando a declaraciones que surgen en tiempo real, lo que dificulta el análisis pausado y fomenta la inmediatez de las respuestas. El resutado son discusiones superficiales o cargadas de emotividad en los espacios de opinión.
En este 2025, varios estados de la Unión han aprobado o están en proceso de aprobar leyes que regulan la actividad de las redes sociales en materia de moderación y transparencia. Algunos gobernadores republicanos, cercanos a la línea de Trump, impulsan normativas que prohíben a las plataformas apoyar a candidatos políticos durante procesos electorales. Mientras tanto, gobernadores demócratas promueven legislaciones que buscan proteger a las minorías del discurso de odio en línea, generándose así un complejo mosaico regulatorio.
A nivel federal, la administración Trump ha manifestado interés en reformar la Sección 230 para responsabilizar a las plataformas de ciertos contenidos, argumentando que deben actuar con neutralidad política. Los detalles de esta reforma siguen siendo objeto de controversia en el Congreso, por su parte. Los gigantes tecnológicos movilizan un fuerte lobby en Washington para evitar cambios que puedan mermar su capacidad de negocio o exponerlos a mayores demandas.
Un debate sin conclusión
El debate sobre la libertad de expresión se ha recrudecido. ¿Hasta qué punto puede regularse el discurso político en redes sin afectar derechos constitucionales básicos?, ¿Cómo equilibrar la protección contra la desinformación y el odio con la necesidad de un espacio libre para el intercambio de ideas?
Estas preguntas siguen sin respuesta definitiva, y la presencia de Trump en la Casa Blanca, acompañado de un discurso que denuncia la supuesta “censura sistemática” de voces conservadoras, dificulta aún más el consenso legislativo.
Un fenómeno interesante que ocurre en 2025 es el llamado “efecto bumerán” de los mensajes presidenciales que, debido a que Trump acostumbra a hacer declaraciones muy categóricas o incendiarias, en cuestión de minutos surgen respuestas virales que lo parodian, lo critican o lo desmienten. Hasta hashtags burlones y videos de reacción se convierten en trending topics en cuestión de horas, alimentando la polarización y la dinámica de confrontación.
Esta retroalimentación mantiene a Trump como el epicentro del debate público, algo que a su equipo de comunicación no le desagrada. Por otro lado, el ruido mediático puede eclipsar temas relevantes de la administración. Puede generar un desgaste en la relación con la prensa, que a veces se ve atrapada en una espiral de cobertura de polémicas. El resultado opera en detrimento de la cobertura en profundidad de las políticas gubernamentales. De esta manera, la sociedad se está acostumbrando a un ciclo informativo alimentado por titulares sensacionalistas y reacciones viscerales.
En definitiva, el uso de las redes sociales por parte del presidente Trump refleja la evolución tecnológica y la consolidación de la polarización política en Estados Unidos. Su retorno a estas plataformas, tras las suspensiones de 2021, ha demostrado el poder de su figura para dominar el flujo de información, pero también ha reavivado el debate sobre los límites de la libre expresión en línea y la responsabilidad de las empresas tecnológicas. Esta tensión configura un escenario en el que la prensa tradicional, lejos de desaparecer, se ve obligada a reinventarse y a responder con rapidez a una narrativa volátil e impredecible.
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