Trump y las fake news
Combina la difusión deliberada de noticias falsas y el uso de una herramienta retórica para neutralizar cualquier crítica
La expresión “fake news” se convirtió, durante el primer mandato de Donald Trump (2017-2021), en un sello distintivo de su retórica contra el periodismo que consideraba hostil, En este segundo periodo presidencial de 2025, el uso del término se ha revitalizado y adaptado a las nuevas circunstancias, aunque las disputas con la prensa son similares a las de su administración anterior.
El contexto y los matices han cambiado.
En 2017, cuando Trump popularizó la etiqueta de “fake news”, la usaba principalmente para desacreditar a grandes medios de comunicación, como CNN, The New York Times o The Washington Post, que publicaban investigaciones o reportajes críticos sobre su figura. En 2025, este término se aplica con mayor frecuencia a un abanico más amplio de canales, desde perfiles de X-Twitter de analistas políticos reconocidos hasta fact-checkers independientes que contradicen la versión oficial de la Casa Blanca.
Del mismo modo, se ha observado que la acusación de “fake news” se emplea no solo para señalar supuestas falsedades, sino también para cuestionar enfoques editoriales, opiniones y hasta evidencias empíricas que difieren de la narrativa del gobierno. Esto ha provocado que la expresión se vacíe aún más de su significado original, que apuntaba a la difusión deliberada de noticias falsas y se convierta en una herramienta retórica para neutralizar cualquier crítica.
El equipo de comunicación de la Casa Blanca en 2025 ha institucionalizado el uso de la frase “fake news” en sus comparecencias y comunicados. Con frecuencia, cuando un periodista pregunta sobre inconsistencias en los datos gubernamentales o investiga controversias internas, la respuesta oficial es desacreditar la pregunta por considerarla parte de una supuesta campaña de desinformación. Paralelamente, las redes sociales oficiales (en X-Twitter, Facebook y otras plataformas) difunden videos y “memes” que caricaturizan a los medios críticos del gobierno.
La maquinaria digital oficial cuenta con el apoyo de influencers conservadores y medios alineados que amplifican su discurso, fomentando la duda sistemática sobre cualquier información que no provenga de los portavoces oficiales. A ello se suman bots y cuentas automatizadas que, según reportes de organizaciones civiles, podrían estar difundiendo mensajes a gran escala para “contrarrestar” las noticias negativas contra el Presidente Trump.
Ante la avalancha constante de acusaciones de “fake news”, la prensa profesional enfrenta el reto de defender su credibilidad. Aunque la mayoría de los grandes medios han fortalecido sus secciones de fact-checking y transparencia editorial, parte de la audiencia, particularmente la que respalda a Trump, prefiere seguir una narrativa que considera más afín a sus convicciones políticas. De esta manera, el concepto de “fake news” ha reforzado la tendencia a la creación de “burbujas informativas”, en las que el público solo consume noticias de fuentes que validan su postura.
Para el periodismo crítico, la repetición de esta acusación ha supuesto un desgaste. Incluso cuando se presentan pruebas documentales o investigaciones sólidas, un sector de la sociedad descarta esas evidencias con el argumento de que proceden de “medios corruptos” o “vendidos”. Ello dificulta el papel de contrapeso que, en teoría, ejerce la prensa en una democracia, ya que los hechos contrastados pueden ser enterrados bajo la sospecha de manipulación.
No todos los actores se han quedado de brazos cruzados ante la generalización del término “fake news”. Varios medios nacionales y locales, incluso algunos de corte conservador, han lanzado campañas de alfabetización mediática, explicando a la audiencia cómo corroborar la veracidad de una noticia, qué prácticas de verificación se emplean en sus redacciones y cuáles son las diferencias entre la opinión y la información.
También han surgido iniciativas conjuntas, en las que distintas redacciones se asocian para producir reportajes colaborativos sobre asuntos de relevancia pública, con la intención de compartir costos y, sobre todo, ganar solidez ante posibles ataques. Estas iniciativas generan un periodismo de mayor profundidad, que busca ofrecer un panorama claro ante la maraña de datos contradictorios y acusaciones cruzadas.
No obstante, el alcance de estas propuestas se enfrenta al fenómeno de la trivialización política, ya que quienes simpatizan con Trump descartan de antemano cualquier contenido elaborado por los medios que él ha etiquetado como “enemigos del pueblo”. Así, la fricción entre las dos visiones de la realidad se mantiene y podría incluso agudizarse a medida que avancen los años del nuevo mandato.
El resurgimiento y el reforzamiento del término “fake news” como arma política han tenido serias implicaciones para la libertad de prensa en Estados Unidos. Algunos periodistas denuncian haber recibido amenazas y hostigamientos en redes, alimentados por la retórica oficial. Instituciones como Reporteros sin Fronteras y el Comité para la Protección de los Periodistas han publicado informes en los que señalan un deterioro del clima de seguridad para el ejercicio periodístico en el país.
Si bien Estados Unidos cuenta con sólidas protecciones constitucionales a la libertad de expresión, el uso de la descalificación sistemática y los intentos de deslegitimación de los medios pueden tener un efecto inhibidor. A largo plazo el riesgo es que la sociedad pierda referencias informativas confiables y que el debate público se quede reducido a intercambios pasionales sin base factual sólida.
En conclusión, la retórica de Trump sobre “fake news” durante su segundo mandato en 2025 mantiene la esencia de la etapa 2017-2021, pero en un entorno mediático aún más polarizado y complejo. El efecto acumulativo es una erosión de la credibilidad de la prensa. El crecimiento de las burbujas informativas y el empeoramiento del clima de diálogo político, crean una prensa que lucha por adaptarse, reforzando sus mecanismos de verificación y recuperando la confianza de una ciudadanía fragmentada. Sin embargo, el Presidente cuenta con una estrategia bien aceitada que le permite acusar de “falsedad” cualquier cobertura incómoda, manteniendo así la brecha entre su administración y el periodismo crítico.
La relación de Donald Trump con el periodismo profesional y las redes sociales en 2025 no se comprende solo desde la perspectiva de la confrontación con los grandes medios establecidos. También es esencial analizar la proliferación de nuevos espacios informativos, tanto alineados con la visión del mandatario como abiertamente críticos, que han emergido en los últimos años y han contribuido a la segmentación de las audiencias.
Durante la administración Biden, se observó un aumento de los medios digitales ultra segmentados que ofrecían contenido informativo a comunidades específicas, algunos se enfocaron en un nicho ideológico muy concreto (por ejemplo, conservadores cristianos, libertarios, ecologistas radicales, etc.), mientras que otros se centraron en intereses temáticos (tecnología, salud, educación, etc.) con una fuerte inclinación política.
En 2025, estos medios han madurado y consolidado su audiencia, aprovechando la crisis de credibilidad que sufren los medios tradicionales, muchos usuarios prefieren la cercanía temática o ideológica que encuentran en estos portales, donde el sesgo es explícito y la comunidad de lectores comparte visiones similares, esto refuerza la tendencia al “consumo de confirmación”, que a su vez profundiza la polarización social y política.
Además de los portales de texto, han surgido canales independientes de video en plataformas como YouTube, Rumble o Twitch, dirigidos por creadores de contenido que se han convertido en auténticas figuras mediáticas con seguidores leales, algunos de estos canales apoyan abiertamente a Trump, defendiendo sus políticas y promoviendo teorías conspirativas sobre la manipulación mediática, otros en cambio, se especializan en desmontar la retórica presidencial, ofreciendo datos y argumentos que contradicen sus afirmaciones.
La naturaleza participativa de estas plataformas permite a los usuarios comentar, debatir y, en muchos casos, realizar donaciones a los creadores de contenido, ello ha permitido la supervivencia económica de proyectos informativos que, de otro modo, no encontrarían cabida en los modelos de negocio tradicionales. Sin embargo, también ha dado pie a la propagación de contenidos no verificados, bulos o desinformaciones, ya que los sistemas de moderación a menudo se ven sobrepasados por la magnitud del flujo de publicaciones.
Los podcasts que han vivido un auténtico boom desde el 2020, se configuran en el 2025 como uno de los canales predilectos para la exposición de análisis políticos y periodísticos, figuras cercanas a Trump han lanzado sus propios programas de audio, donde entrevistan a funcionarios del gobierno, expertos afines y otros líderes conservadores, por su parte, periodistas de investigación y analistas progresistas publican podcasts donde se debaten las políticas del presidente y se exponen críticas detalladas.
Un fenómeno similar ha ocurrido con las newsletters, donde comunicadores independientes, reporteros de medios tradicionales o académicos se han valido de plataformas de suscripción por correo electrónico para difundir artículos de opinión y análisis extensos, muchas de estas newsletters cobran una cuota mensual y ofrecen un contenido más profundo que el de la típica noticia de internet, así, se genera una relación directa entre el creador del contenido y una audiencia nicho que busca información sin el ruido de la inmediatez constante de las redes sociales.
La multiplicación de medios especializados y canales independientes ha fortalecido la diversidad de voces en el ecosistema informativo, lo que en principio podría considerarse positivo para la pluralidad democrática, sin embargo, la otra cara de esta moneda es la creciente dificultad para forjar consensos o narrativas comunes en la sociedad, cuando cada grupo de ciudadanos se refugia en los medios que validan sus creencias, el diálogo transversal se vuelve muy complicado.
La administración Trump ha sabido aprovechar esta segmentación de audiencias, desde la Casa Blanca se distribuye contenido adaptado a distintos perfiles y plataformas, a fin de llegar a todos los rincones del electorado conservador, paralelamente, sus oponentes políticos y medios críticos hacen lo propio, generando contra narrativas para audiencias específicas entonces, la pugna por la hegemonía del relato se libra en múltiples frentes, casi como una guerra de guerrillas mediática.
En consecuencia, la sociedad estadounidense de 2025 se presenta como un mosaico de subcomunidades informativas, cada una con su particular visión de la realidad y sus propias fuentes de autoridad periodística, donde Trump, con su estilo populista y su dominio comunicativo, ha capitalizado esta fragmentación, manteniéndose como un personaje omnipresente en la conversación, debemos considerar que el riesgo latente es la consolidación de un escenario en el que la unidad nacional se vuelve cada vez más frágil, y donde la verdad objetiva se difumine entre tantas versiones en competencia.