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Cuadernos de la Pandemia / El día que una escuela de Texas enterró el idioma español (Parte II)

Ilustración por Marcela Rojas

Hablar español en los Estados Unidos es soportar el peso de su pasado colonial,
ser visto para siempre como “el otro”.
    -Ilan Stavans, escritor y académico mexico-estadounidense

En 2015, un año antes de las pasadas elecciones presidenciales, Donald Trump se quejó en un debate televisivo porque uno de sus oponentes, Jeb Bush, hablaba ocasionalmente en español en su campaña política. Dirigiéndose a su oponente, dijo, “Este es un país donde hablamos inglés, no español”. La multitud en el Auditorio de la Biblioteca Ronald Reagan, en Simi Valley, Calif.,  donde se encontraban, lo aplaudió con entusiasmo. Como ya había venido haciendo en otros escenarios, siguió usando este discurso de odio contra el español en la campaña que lo llevó a la presidencia.

Ahora vuelve a la carga no solo contra el español, sino contra todos los idiomas que identifica como las lenguas de los inmigrantes. Es claro que para él, como para quienes lo aplauden y celebran el monolingüismo en un país multicultural, multiétnico y multilingüe, su antipatía no es por el español en sí mismo sino porque lo que cree que representa.

Pese a ser la lengua europea más antigua del continente americano, el español ha estado sujeto a una larguísima historia de represión en los Estados Unidos, donde todavía en muchos ámbitos “el verdadero problema no es el español de por sí […], sino la equiparación del español con la inmigración de los indocumentados, la pobreza y la delincuencia” (1). Esta percepción, claro está, ignora el hondo arraigo histórico del español en Norteamérica. Una lengua que llegó al menos cien años antes que el inglés, y que ha sido, junto con su bagaje colonial, no hay que olvidarlo, el medio de comunicación, de creatividad y de la construcción de un parte significativa de la cultura en una enorme porción del territorio actual de los Estados Unidos.

Como las demás lenguas reprimidas o suprimidas en este país, el español tiene su propia historia. Sus hablantes eran, o bien descendientes de colonos españoles ya bien asentados, o nativos que habían sido colonizados por los españoles, o mestizos españoles-indígenas, e incluso esclavos o ex-esclavos negros y mulatos en los tiempos del imperio español. El avance militarista estadounidense hacia el oeste en la segunda mitad del siglo XVIII habría de toparse con estas poblaciones hispanohablantes, que fueron sometidas en una tumultuosa historia de desposesión y dominio, cuyos efectos siguen muy latentes el día de hoy.

La parte central de este despojo fue la invasión y toma por parte de los Estados Unidos del 55% del territorio mexicano entre 1846 y 1848, en la Guerra Mexico-estadounidense que terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, un acuerdo de paz escrito e impuesto en su totalidad por los EE. UU. y bajo sus términos. Este episodio, el más trágico de la historia del México republicano, convirtió al español dentro de los territorios conquistados por Estados Unidos, en una lengua colonial dominada por otra lengua colonial, el inglés. Un fenómeno único en sus dimensiones en todo el continente.

La historia de la represión a que ha estado sometido el español desde esa fecha, y aún desde antes, y en mayor o menor grado hasta hoy, ha sido portentosa, como también ha sido portentosa la resistencia que han mantenido sus hablantes en estos cerca de 200 años. En este período, una de sus historias más emblemáticas y gráficas en la campaña sistemática por borrar el español en los Estados Unidos es la ocurrida en la Escuela Blackwell, en Marfa, al sur de Texas.

Blackwell era una escuela segregada de facto, solo para estudiantes de origen mexicano que funcionó desde 1909 hasta 1966, y cursaba estudios del primero al octavo grado. Como en cientos de otras escuelas, y de la vida diaria en general, el ataque para eliminar el español era constante. Pero una práctica habitual y un evento específico de esa escuela simbolizan mejor que nada los esfuerzos para imponer el inglés a niños cuya lengua materna era el español.

Era ya costumbre que las maestras obligaran a los estudiantes a escribir repetidas veces la frase en inglés “I will not speak Spanish” (“No hablaré español”). Un día del otoño de 1954 las maestras decidieron dar un paso más en su agenda, e hicieron escribir a los niños y niñas la frase en un trozo de papel. Después reunieron a los niños en la esplanada de la escuela, detrás de una enorme bandera de los Estados Unidos y pusieron frente a ellos una caja de madera que simulaba ser un ataúd con el letrero “Mr. Spanish”, pegado al frente de la caja. Luego se pidió a los estudiantes que depositaran el trozo de papel en la caja, y vieron con asombro y tristeza cómo las maestras bajaban la caja al fondo de un hoyo que habían cavado en la tierra. El hoyo fue tapado y las maestras decretaron que el español había muerto.

Los niños volvieron silenciosos y confundidos a sus salones. Pero desde ese mismo día, decidieron desafiar la prohibición de hablar su lengua. Maggie Márquez, una de las niñas estudiantes, se volteó hacia una compañerita y le dijo, “Nadie me va a impedir que hable español”. Lo que no sabía es que la maestra estaba detrás de ella y de inmediato la llevó con el director. Tanto la maestra como el director la azotaron con una regla. Al volver a casa, Maggie le mostró a su mamá los grandes moretones y estuvo incapacitada para volver a la escuela por tres días. La Escuela Blackwell fue clausurada en 1966 como parte de la lucha del movimiento por los derechos civiles de la década de los 60.

Varios de los estudiantes de Blackwell, hoy mayores de 70 años, siguieron carreras en la medicina y educación, sirvieron en el ejército y en puestos administrativos. En 2006, un grupo de estos ex-alumnos y sus descendientes, liderados por José Cabezuela, uno de los ex-alumnos, formó la Alianza de la Escuela Blackwell con el objetivo de hacer conocida su historia y luchar para que fuera reconocida como un Sitio Histórico Nacional.

En 2007, José Cabezuela y demás miembros de la Alianza, organizaron una ceremonia para desenterrar a “Mr. Spanish”. Primero pusieron un Diccionario de Bolsillo de la Lengua Española en una caja en forma de ataúd y la enterraron en la misma esplanada frente a la escuela donde el español había sido enterrado 53 años antes. Luego la desenterraron simbolizando la resurrección de su idioma natal. Jessi Silva, una ex-alumna que asistió a la ceremonia, dijo que había experimentado un gran alivio y felicidad. “A pesar de haber ocurrido hace tanto tiempo, ” asintió Jessi, “yo sabía que nos habían robado algo importante. Después de la ceremonia me sentí liberada” (2).

La Alianza finalmente logró su objetivo y el 17 de octubre de 2022 la Escuela Blackwell fue designada Sitio Histórico Nacional. En julio de este año 2024 su administración fue transferida al Servicio de Parques Nacionales y transformada en un museo. De los 423 Sitios Históricos Nacionales solamente otros dos cuentan la historia de los latinos: El National Monument Cesar Chavez en Keene, California, y el Chamizal National Memorial, en el Paso, Texas. La designación de Escuela Blackwell como Sitio Histórico Nacional es la primera en reconocer la segregación de los latinos en el sistema escolar.

Historias de discriminación como la de la Escuela Blackwell de Texas abundan en todo el país, aún en los lugares donde el español tiene mayoría de hablantes. Los atropellos han ido desde castigos físicos, acoso y burlas, hasta lavarles la boca con jabón a los niños y niñas latinas para que dejaran de hablar una lengua sucia. Estos y otros atropellos siguen ocurriendo, en mayor o menor medida, a pesar de que el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960 y buena parte de los 70 logró que se crearan leyes federales y estatales que prohiben y penalizan contra la discriminación de personas y grupos por razones de raza, color, origen nacional e idioma.

Diversas leyes como la Ley de Derechos Civiles de 1964 (Título VI), La Ley de Derechos Electorales de 1965 y sus Enmiendas de 1975, la Ley de Educación Bilingüe de 1968, reemplazada por la Ley “No Child Left Behind” de 2001, y La Orden Ejecutiva 13166 (2000), reconocen los derechos de los hablantes de lenguas minoritarias a tener intépretes en las cortes y hospitales, la educación bilingüe, el acceso al voto en español, la enseñanza del español y la enseñanza del inglés como segunda lengua.

Pero a pesar de estas leyes, los atropellos y agresiones contra los hispanohablantes siguen latentes en distintos escenarios de la vida diaria del país, como lo documenta Kim Potowski, profesora de lingüistica española en la Universidad de Illinois en Chicago. Potowski ha recolectado en su página de internet algunos artículos de prensa entre 1995 al 2020, que narran historias de agresión a personas y grupos de personas por hablar en español en el trabajo, en las tiendas, restaurantes y en espacios públicos (3).

Como indica Roberto Rey Agudo, director del Programa de Idiomas del Departamento de Español y Portugués de Dartmouth College, “Sin duda, el inglés es importante para cualquiera que viva en Estados Unidos. Sin embargo, todos podemos estar de acuerdo que cuando alguien grita, “¡Esto es Estados Unidos! ¡Hablen inglés!” a los hispanohablantes,  o insta a otros a regresar a su país de m*, no está deseando iniciar un diálogo reflexivo sobre el multilingüismo. Es, simple y llanamente, un acto de odio” (4).

Podría decirse, en efecto, que la percepción sobre la presencia del idioma español en la vida diaria sufre de una suerte de bipolaridad en el conjunto de la población que no habla español. Por una parte es rechazado, como lo expresa el candidato republicano y sus áulicos; pero, a la vez, es el segundo idioma más enseñado en las escuelas y universidades del país después del inglés, donde se ofrecen licenciaturas, maestrías y doctorados en español. Esto último se debe a la importancia geográfica, histórica, comercial y el injerencismo político de los Estados Unidos en los países de América Latina desde hace casi dos siglos.

En una sociedad educada y pluricultural debería ser suficientemente claro que no hay idiomas superiores a otros. Tanto el español como el inglés, igual que el ebonics de los afroestadounidenses, el navajo, el cherokee, sioux, apache y shoshone de los pueblos nativos, entre las más de 700 lenguas que se hablan en el país, son el vehículo del espíritu, el ruach que anima la vida de las personas, sus comunidades y la sociedad toda.

De allí que resulte ofensivo y denigrante que un individuo monolingüe, que ha sido y espera ser nuevamente presidente, piense que los idiomas que no entiende sean algo horrible. Claro, sabemos que lo que le anima a él como a los que piensan de manera parecida, es una idea nacionalista y supremacista blanca, que es lo único verdaderamente horrible y despreciable.

Fuentes citadas:

1) “Tienes que hablar ‘americano’. El rechazo público del español en los Estados Unidos durante la presidencia de Trump”, por Silvia Betti, Glosas – Volumen 9, Número 10, Marzo 2021, Università di Bologna y ANLE.
2) “Students forced to bury ‘Mr. Spanish’ look to make Blackwell School a historic site”, por Mónica Ortíz Uribe. El Paso Times, 21 abril, 2022.
3) Linguistic Repression in the USA, en Kim Potowski Homepage, 2022.
4) “The Danger Of Speaking Spanish In Public”, por Roberto Rey Agudo. WBUR, Marzo 4, 2019.

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