Seis poemas del exilio de Bertolt Brecht, poeta en Los Ángeles

El dramaturgo revolucionario alemán Bertolt Brecht huyó de Berlín a Dinamarca en 1933, víctima de la persecución nazi. Era judío. Allí se quedó hasta 1939, cuando se acercaban los Panzer alemanes y pasó por otros países escandinavos. Pero después se vino aquí, a Los Ángeles, con su esposa Helene Weigel.

Bertolt Brecht llegó a Los Ángeles como inmigrante en 1941, huyendo de la persecución nazi, y vivió en Estados Unidos hasta 1947, principalmente en Hollywood y Santa Mónica, antes de regresar a Alemania del Este.

Escribe Alex Ross en el NewYorker que en esos primeros años de la guerra Los Ángeles era una meca para intelectuales y escritores alemanes en el exilio. «Brecht vivía en una casa de dos pisos con tablillas en la calle Veintiséis, en Santa Mónica», pero a unas cuantas millas de distancia, vivían también el novelista Heinrich Mann, la guionista Salka Viertel, el escritor Alfred Döblin, autor de “Berlin Alexanderplatz”, su colega Lion Feuchtwanger; Vicki Baum, autora de “Grand Hotel”, el compositor Hanns Eisler, Alma Mahler-Werfel, la viuda de Gustav Mahler y su tercer esposo, el escritor Franz Werfel; el director de orquesta Bruno Walter; la escritora Elisabeth Hauptmann; el filósofo Theodor W. Adorno y Thomas Mann, hermano de Heinrich, el autor de «La montaña mágica». Todos vecinos, escribe Ross.

Hay más, muchos más. Los directores de cine Fritz Lang, Max Ophuls, quien también huyó los mismos días que Brecht pero a Francia, el austríaco Otto Preminger, Jean Renoir, Robert Siodmak, Douglas Sirk, el polaco Billy Wilder, and William Wyler; los directores de teatro Max Reinhardt y Leopold Jessner; Marlene Dietrich y Hedy Lamarr; los arquitectos Rudolph Schindler y su socio Richard Neutra, quien antes trabajó con el extraordinario Frank Lloyd Wright.

El peso específico intelectual de Estados Unidos subió de golpe con el advenimiento de estos gigantes de la cultura, que hicieron aquí su casa y le confirieron a Hollywood el alma de «Hollywood».

Todos ellos, al igual que a todos nosotros, quienes vinimos aquí de otros países, chocaron con el mismo muro, escribe Ross: «Cualquiera que fuera su opinión sobre Los Ángeles, no podían escapar de la condición universal del refugiado, en la que las imágenes de la patria perdida interfieren en cualquier intento de comenzar de nuevo».

Bertolt Brecht

Es el exilio, en cualquiera de sus formas. Una condición que obliga a un tipo de creación donde el autor se encuentra atónito, en el medio de una plaza gigantesca, sin dirección ni brújula ni conocimiento de la geografía local. Pueda o no pueda regresar.

El sueño del exilio de los judíos alemanes, austríacos o polacos en Los Ángeles duró poco. Ross lo llama «el improbable idilio de Weimar (la república liberal alemana que precedió a Hitler) en el Pacífico».

«Los exiliados que permanecieron en Estados Unidos sintieron una creciente inseguridad a medida que se afianzaba la Guerra Fría. El macartismo no hizo excepciones para los escritores de izquierda perseguidos por los nazis. Brecht se marchó en 1947, al día siguiente de comparecer ante el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, y posteriormente se estableció en Alemania Oriental.

El exilio de Brecht comenzó y terminó en una persecución, primero de los nazis y luego del MacCarthysmo y su neo fascismo.

Buscamos y encontramos esta reocopilación de poemas del exilio de Brecht, de Alejandro Oliveros.

Escribe Oliveros: «Sobre el exilio escribió Brecht a todo lo largo de su itinerario, en verso y en prosa. A él se refirió de manera reiterada entre 1937 y 1938; y luego, a partir de 1941 cuando se residenció en California. Los poemas sobre el tema fueron recogidos por su hijo en Gedichte im Exil (Tratados en el exilio), en 1969″. En 1987, el dramaturgo Howard Brenton lo adaptó bajo el nombre de Conversaciones en el Exilio.

Bertolt Brecht

G.L.

Reflexiones sobre la duración del exilio

No pongas ningún clavo en la pared
y tira tu abrigo en el diván.
No hagas planes para más de cuatro días,
mañana mismo estarás de regreso.

No riegues el pequeño árbol,
¿para qué sembrar otro árbol?
Antes de que alcances, la altura de un escalón
harás tus maletas y te irás.

Baja la visera de la gorra cuando pase la gente,
¿Para qué estudiar una gramática extranjera?
El mensaje que te pide que regreses
estará escrito en un idioma familiar.

Sobre la etiqueta «emigrante»

Siempre he creído que es falso el nombre que nos dan:
emigrantes. Eso está bien para los que dejan
su país. Pero nosotros no lo abandonamos
para escoger otras tierras. No llegamos a un lugar
para quedarnos, si posible para siempre. Simplemente
huimos; nos echaron, nos desterraron.
No será un hogar, sino un exilio el país que nos reciba.
Sin tregua, muy cerca de la frontera, esperamos
el día del regreso. Pendientes de cualquier alteración
al otro lado; preguntando con ansiedad a todos
los que llegan, sin decir ni olvidar nada.
El silencio del Sund no nos engaña. Desde aquí
escuchamos los chillidos de los campos. Nos sentimos
como el rumor de un crimen que atraviesa la cerca.
Con los zapatos rotos caminamos en la muchedumbre,
somos testigos de la vergüenza que agobia nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros se quedará. La última
palabra todavía no ha sido pronunciada.

La queja del emigrante

Me gané el pan y comí como tú.
Soy médico, al menos lo fui.
El color de mis cabellos, la forma de mi nariz,
me costaron la casa, el pan y mantequilla.

La que durante siete años durmió a mi lado,
mi mano sobre su vientre, su cara con la mía,
me ha demandado. La causa de mis desgracias:
mi cabello oscuro. Por eso me dejó.

En medio de la noche hui por el bosque
(de allí son los antepasados de mi madre)
en busca de un país donde quedarme.

Pero cuando busqué trabajo no lo encontré.
Usted es muy impertinente, me dijeron
No soy impertinente les dije: estoy perdido.

Soneto sobre la emigración

Arrojado de mi propio país tengo que buscar
una tienda o un bar donde vender
los productos de mi intelecto. Debo regresar
a viejos caminos conocidos,

gastados por las pisadas de los desesperados.
No sé a casa de quién me dirijo. Donde quiera
que vaya me dicen: ¿Cuál es su nombre?
Ah, una vez ese nombre fue importante.

Me gustaría que nadie lo conociera,
como alguien a quien se le ha dictado una orden.
Imagino que no tienen prisa en aceptarme.

Ya he tratado con gente como esta
y sospecho que se preguntan
si mis servicios pueden ser de utilidad.

En «Al poetry» aparece este, que espero no haber asesinado en la traducción.

Envíame una hoja

Envíame una hoja, pero de un arbusto
que crezca al menos a media hora
de tu casa, entonces
debes ir y serás fuerte, y yo
te agradezco la bonita hoja.

En «A los hombres futuros» de «Poesías escritas durante el exilio», encontramos un ejemplo paradigmático de muchos de los elementos de la obra de Bertolt Brecht. Escrito en 1938 durante su exilio en Dinamarca. 

A los hombres futuros

I
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia. «

Autor

Esta es la parte 1 de un total de 5 partes en la serie Poetas de la resistencia

Mostrar más

Comenta aquí / Comment here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba