Poeta de la resistencia: Martin Niemöller
Martin Niemöller no fue un poeta. Quizás este texto versificado que presentamos ni siquiera lo sea. Pero condensa en sí el espíritu de la resistencia. Dice: «Nosotros, los espectadores, tenemos que defender incluso a las personas que son perseguidas físicamente, incluso y especialmente cuando no estamos de acuerdo con sus opiniones». Así escribe el profesor Harold Marcuse del departamento de Historia de UC Santa Barbara.
Sabemos de Niemöller como sacerdote luterano alemán. Desde antes la Segunda Guerra Mundial, escribió después, estuvo en contacto con los jerarcas nazis en intentos de aliviar el peso de la persecución de la población. Y lo conocemos, y se hizo famoso, por el fragmento poético que sigue. Pero sería ingenuo describirlo como un luchador antinazi. De hecho, expresó apoyo a Hitler así como a los principios antisemitas que el jerarca nazi llevó hasta sus últimas consecuencias.
Pero antes de ser pastor, fue oficial de la Marina alemana, llegando a comandar un submarino y a participar en combates navales durrante la Primera Guerra Mundial. Después, encontró su vocación religiosa.
Pero como uno de los dirigentes de su organización protestante, aunque estaba en contra del gobierno democrático postguerra, también se opuso enérgicamente a la nazificación de la iglesia dentro del estado alemán, a la unificación de la religión evangélica en la Iglesia Evangélica Alemana. Con lo demás, en esos años, no tenía problema. Fue encarcelado y pasó los años de la guerra en campos de concentración, entre ellos Dachau. Hay una versión que afirma que se ofreció a servir como comandante de un U-Boat para quedar en libertad, pero lo rechazaron.
O sea, hizo lo que millones de alemanes: aceptó, se mimetizó en mayor o menor medida para encajar dentro de la ideología fascista. Contrariamente al resto, tuvo un «hasta aquí». Como otros millones.
Pero es quizás esa condición de ciudadano alemán común y corriente que rescata el poema y que justifica la imagen de Niemöller.
Porque el brevísimo poema, que presentamos en el original y la traducción al español, es entonces verídico. Y es más estremecedor entonces, porque todo él es una lección que debemos aprender.
Otra observación: el poema fue escrito en 1946. Y la guerra terminó el 8 de mayo de 1945, una semana después de la muerte de Hitler. Fue parte de su proceso de arrepentimiento, que culminó al año siguiente, cuando como miembro del Consejo de iglesias protestantes de alemania, confesó su culpa públicamente en un documento llamado Declaración de culpa de Sttutgart por la ciudad donde se habían reunido. El poema es el punto culminante de su confesión de culpa.
En momentos en que el fascismo y el odio levantan su fea cabeza, podemos encontrar solaz y consuelo, pero también un aliciente para la acción en estos pocos versos.
Continuó su actividad antibélica por el resto de su vida, incluyendo su oposición a la guerra de Vietnam.
Otro dato más: algunos lo critican porque dicen que cambió los sujetos que fueron perseguidos y que no ayudó, agregando en distintas versiones a los católicos, Testigos de Jehová y sindicalistas. En otos lados y durante la Guerra Fría algún gracioso cambió «comunistas» – que sí escribió y repitió – por «socialistas», para no asustar. Sostengo que cuanto más etiquetas y características de los perseguidos que había que apoyar, mejor. ¿O no?
Digo: al contrario. ¿Dónde está el verso sobre los Roma (gitanos), los homosexuales, o los discapacitados?
Martin Niemöller murió en 1984 a los 92 años.
Original en alemán
Als die Nazis die Kommunisten holten, Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, Als sie die Gewerkschafter holten, Als sie die Juden holten, Als sie mich holten, |
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista,Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata,Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista,Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío,Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar. |
Finalmente, el 6 de enero de 1946, seis meses después del fin de la guerra, Niemoler – precisamente en la asamblea de la Iglesia de la Confesión – explicó:
… los que fueron puestos en los campos eran comunistas. ¿A quién le importaban? Lo sabíamos, estaba impreso en los periódicos. ¿Quién alzó la voz, tal vez la Iglesia de la Confesión? Pensamos: comunistas, esos oponentes de la religión, esos enemigos de los cristianos: «¿debo ser el guardián de mi hermano?».
Luego se deshicieron de los enfermos, los llamados incurables. Recuerdo una conversación que tuve con una persona que decía ser cristiana. Dijo: Tal vez sea correcto, estos enfermos incurables solo cuestan dinero al estado, son una carga para ellos mismos y para los demás. ¿No es mejor para todos los involucrados que los saquen del medio [de la sociedad]? Solo entonces la iglesia como tal tomó nota.
Luego comenzamos a hablar, hasta que nuestras voces fueron silenciadas nuevamente en público. ¿Podemos decir que no somos culpables/responsables?
La persecución de los judíos, la manera en que tratamos a los países ocupados, o las cosas en Grecia, en Polonia, en Checoslovaquia o en Holanda, que fueron escritas en los periódicos… Creo que nosotros, los cristianos de la Iglesia de la Confesión, tenemos todos los motivos para decir: ¡mea culpa, mea culpa! Pero nos convencemos a nosotros mismos de que nos habría costado la cabeza si hubiérmos hablado.
Preferimos permanecer en silencio. Callar. Ciertamente no estamos libres de culpa y me pregunto una y otra vez: ¿qué habría sucedido si en el año 1933 o 1934 -debía haber existido una posibilidad- 14.000 pastores protestantes y todas las comunidades protestantes en Alemania hubieran defendido la verdad hasta la muerte? Si hubiéramos dicho entonces: no es justo que Hermann Göring simplemente meta a 100.000 comunistas en campos de concentración, para dejarlos morir. Puedo imaginar que quizás entre 30.000 y 40.000 cristianos protestantes habrían sido decapitados, pero también puedo imaginar que habríamos rescatado entre 30 y 40 millones de personas, porque eso es lo que nos está costando ahora.