En una entrevista a Michel Houellebecq realizada por el periodista español Javier Esteban en julio de 2003, el escritor se refiere en elogiosos términos a la idea de la clonación humana. «Es una buena idea. Es otra manera de fabricar un ser humano. Luego, la personalidad se construye en torno a una historia individual. Así que si los dos seres son idénticos en un principio, luego habrá diversificación de caracteres. Habrá una individualidad creada por las experiencias y los pensamientos personales».
Quienes hoy se siguen oponiendo a la clonación humana suelen tener sus propias ideologías apuntaladoras bastante frágiles, casi como tejaditos de vidrio. De cualquier forma, aunque sigamos viniendo mayoritariamente al mundo sólo gracias a la desprolijidad de un coito casual, pocos nos sentiremos verdaderamente congraciados con la existencia, y un tufillo a nadismo y prescindencia nos perseguirá tal como una nube negra persigue a un villano en una caricatura cómica.
No sé si valga la pena clonar a todo el mundo. Yo no clonaría a un especulador financiero ni a un católico ni a un musulmán integrista. No clonaría a ningún ególatra dirigente político, ni menos a un artista pop. Quizás le robaría un mechón de cabello a la soprano rusa Ana Nebretko o a la soprano chilena Verónica Villarroel. Qué mejor que imaginarse un mundo futuro plagado de bellas sopranos vociferando en cada esquina las delicias de la ópera.
Personalmente no le encuentro sentido ni razón a mi propia clonación. El mundo no necesita a otro idiota igual a mí.