Claudia* abortó hace unos cuatro años. Me lo contó una noche de copas, cuando el peso del secreto se le desbordó entre los labios. Lloraba mucho, desconsolada y buscaba en mi mirada una señal de validación o condena; yo solo podía verla con amor, entre las lágrimas que tampoco podía contener. Se nos alargó la noche hasta la madrugada y con los rayos de sol, después de la catarsis vivida en la obscuridad, se enfrentó a la verdad: quería un bebé; siempre lo quiso.
Mi amiga no es solo mexicana; es norteña. Habla golpeado, le hierve la sangre con facilidad, es amena, graciosa y dadivosa, se entrega con pasión y maldice de forma natural. Va de un extremo a otro. Aborrece la tibieza. Es feminista. Marcha, se desnuda y lo quema todo. Fue en una protesta en la Ciudad de México donde conoció a su expareja; ella se enamoró y él no quería nada serio. Cuando supieron del embarazo, conciliaron: No era el mejor momento; ella decidiría en su cuerpo y él solventaría la mitad del costo.
Claudia es curiosa y estudiosa. Visitó varias clínicas, habló con su terapeuta, le dijo a su familia y buscó apoyo en su grupo de amigas. No tomó la decisión a la ligera. A las pocas semanas de gestación, sola, decidió terminar el embarazo. Hubo cólicos y un desajuste hormonal; tristeza por la ruptura amorosa, pero no remordimientos ni culpa… hasta ese día que hizo efecto el tequila, y quizá muchos días antes en los que no se atrevía a decirlo en voz alta.
El aborto de Claudia no era secreto, pero tampoco un estandarte. Pasó, como pasa todo en esta vida: de la intensidad al casi olvido. Ella siguió su camino; él también. Ella siguió con su activismo. Marchó, pintó, gritó, se desnudó, cargó pancartas y altavoces, luchó, buscó a mujeres desaparecidas y consoló a las madres de las que nunca volvieron, y abrazó a las que como ella tenían que decidir si querían ser madres o no. No estaba ni se sentía sola.
Hasta que un día vio a un pequeño de dos años en una manifestación. Lo vio caminando, medio tambaleándose, vestido de morado y aplaudiendo con emoción. Corrió a abrazarle las piernas y le dijo mamá. El niño se había confundido y esa muestra inesperada de cariño la sacudió también. Ese podría ser mi hijo, pensó. Tendrían la misma edad.
Claudia no se desmoró al instante. Pasaron semanas y el recuerdo de ese abrazo infantil la perseguía. Descubrió que quiere ser madre, que siempre lo ha querido, y por primera vez se preguntó si ese verano en la Ciudad de México había hecho lo correcto. Entonces, cuando se cuestionó a sí misma, empezó su despertar.
Mi amiga tiene 37 años. Sigue marchando por los derechos de las mujeres en México, incluido el aborto. Anhela con todo su corazón ser madre, pero quiere que las mujeres que no están listas o deseosas de serlo pueda decidir en su cuerpo. Ella, asegura, está preparada para una maternidad consiente y buscada.
Historias como la de Claudia, contrastantes, polémicas y humanas, son las que se escucharán con más eco en Estados Unidos en las próximas semanas, tras la filtración del documento de la Corte Suprema que podría revocar el derecho al aborto. Son casos difíciles, con muchas perspectivas, pero reales. Conversaciones difíciles obligadas que todos deberíamos tener.
*Claudia no es su nombre real; lo cambié para proteger su privacidad.