En la mañana de mediados de octubre, varios centenares de acitivistas se apostaron frente a las oficinas del ayuntamiento de Los Ángeles para protestar contra el racismo y la discriminación de la que han sido objeto por muchos años. Pero en especial, en las últimas dos semanas.
Representaban a la comunidad oaxaqueña en Los Ángeles.
Los oaxaqueños de Los Ángeles
Entre ellos había activistas. También otros que no son parte de la comunidad pero son solidarios.
Esta vez, el objeto de su protesta eran otros latinos.
La presidenta del concejo municipal Nury Martínez; los concejales Kevin de León y Gil Cedillo. Tres líderes latinos poderosos, que a través de su devoción por el poder aspiraron el aire enrarecido del cinismo, y en la falsa seguridad de la privacidad dejaron entrever sus prejuicios. Especialmente los de Martínez.
Atrapados en esa conversación privada insultaron entre otros a los oaxaqueños. Los despreciaron, los menospreciaron, los rebajaron. Sí, junto a otros grupos: los afroamericanos porque según los concejales, son más poderosos de lo que merecen y constituyen una competencia a su propio poder político. Los judíos, porque manipulan un distrito electoral. El fiscal de distrito del condado, George Gascón, de origen cubano, porque, dijeron “está con los negros”.
¿Y a los oaxaqueños?
Nury Martínez fue la más explícita. Brutal.
Dijo: “pequeñas personas oscuras”, un estereotipo racista que a menudo se usa para degradar a las comunidades indígenas.
También dijo: “No sé de qué villa vinieroncómo llegaron aquí, pero vaya que son feos”. Y agregó: «(es)tan feos».
Martínez, De León, Cedillo
Sí, Martínez fue la más racista, o la más notable. Pero los otros dos, o bien se rieron, o agregaron algún dato mordaz – Kevin dijo del concejal Bonin que va mostrando a su hijo adoptivo afroamericano como si fuese la cartera Louis Vuitton de Nury Martínez -, o bien despectivo, o se callaron. Sin protestar, sin rechazar, sin salir del cuarto. Como si fuesen cómplices.
Pero esta nota no es sobre ellos, sino sobre el objeto de su burla. Los oaxaqueños de Los Ángeles.
Brittny Mejía, reportera del Los Angeles Times y premio Pulitzer, describió su marcha:
“Sus letreros ostentaban pueblos como San Bartolomé Zoogocho, Santa María Xochixtepec y Santiago Zoochila. Bandas de música tocaban sones y jarabes, representando la música ligada a su identidad. Sus cánticos resonaron por las calles: “Se ve, se siente, Oaxaca está presente”. “Lo ves, lo sientes, Oaxaca está presente”.
Araceli Martínez Ortega, reportera de La Opinión y amiga, cita a Arcenio López, director del Proyecto de Organización Comunitaria Mixteco Indígena (MICOP) de Oxnard, quien se sintió “molesto, triste y desanimado, pero no realmente sorprendido” por lo que los concejales dijeron.
“He experimentado este tipo de discriminación racista, y cosas similares que hemos visto a diario, pero no podía procesar que esto viniera de individuos que fueron electos a posiciones de poder, y que representan la diversidad de la ciudad de Los Ángeles”, dijo.
El periodista y escritor Richard Rodríguez afinó la idea: “Era como si estuvieran describiendo la ciudad multirracial con odio y oscuridad… estaban en guerra con el resto de Los Ángeles”. Y también: “Por qué no nos preguntamos, por qué no hay representación de las comunidades migrantes indígenas. Tenemos que poner intencionalidad al proceso de descolonización”.
La Guelaguetza
Amy Taxin y Brian Melley, reporteros de la Prensa Asociada (AP) visitaron la Guelaguetza, un restaurante de comida oaxaqueña situado en Koreatown y al que quien firma visitó varias veces.
Ahí hablaron con Bricia López, escritora culinaria y parte de la familia de los dueños, Lo que López les dijo es lo que en general, piensan los oaxaqueños:
«Esta no fue una sorpresa».
“He lidiado con mi parte justa de racismo. Pero es diez veces peor cuando se trata de una persona de color y una mujer”, dijo López sobre Martínez.
“Tanto al crecer en su tierra natal como después de llegar a Estados Unidos, dicen que se han acostumbrado a escuchar comentarios tan hirientes, no solo de personas que no son latinas, sino también de inmigrantes mexicanos de piel más clara y sus descendientes”, escriben los periodistas.
La Guelaguetza es una institución de la cultura oaxaqueña a la que Martínez ya no será invitada.
De claro a oscuro
Hace muchísimos años, circulaba en España esta frase: “el sultán le pega al árabe, el árabe al moro, el moro al judío y el judío al burro. Y como el burro no tiene a quien pegar, tira coces al aire…”
Quiso el autor mostrar que incluso aquellos que son discriminados racialmente, cuando tienen la ocasión, hacen lo mismo con los que están debajo de ellos.
¿Es cierto? ¿Así somos todos?
A algunos les pareció que la reacción a lo dicho en las grabaciones fue demasiado prolongada, demasiado violenta, exagerada si se comparaba con, no solamente palabras, sino hechos de odio y discriminación aún peores. O si se olvida cuánto ayudaron los concejales a sus comunidades.
Pero se puede entender cuando nos damos cuenta de la raíz del enojo:
«Es que nos mintieron».
Es que pretendían que eran lo mismo, que somos lo mismo, pero no era verdad; nos engañaron. Y fue durante muchos años. Y no nos dábamos cuenta. Así dijeron.
De Oaxaca a Los Ángeles
Oaxaca, uno de los estados mexicanos más pobres, comenzó a expulsar masas de población pauperizada en 1941, cuando inició el programa Bracero, por el cual un acuerdo entre Estados Unidos en guerra y México reemplazó la mano de obra reclutada para el combate, con trabajadores mexicanos. El programa siguió después del fin de la guerra, hasta 1964, e incluyó a más de cuatro millones de mexicanos.
A Los Ángeles llegaron unos 200,000 miembros de la comunidad zapoteca, según el profesor Raúl Hinojosa, del departamento de Estudios Chicanas y Chicanos en UCLA. Un número un poco menor, mixtecos. Son dos de 13 etnias de Oaxaca.
Aunque el censo no los contó separadamente, se calcula que viven en Los Ángeles 500,000 indígenas mexicanos. Medio millón y no tienen representación política.
Hispanos que no hablan español
Los catalogamos como hispanos aunque muchos de ellos no hablan español. Son entonces un remanente, los sobrevivientes de la catástrofe que fue para ellos la masacre de la conquista de América. Su propia existencia es un logro. Que hayan conservado su identidad, su lenguaje, sus raíces, es casi increíble. Pero en toda México, constituyen casi el 20% de la población.
Los distintos grupos étnicos de oaxaqueños hablan numerosas variantes del idioma maya. Pero muchas veces, por temor a la discriminación, callan su propio idioma y pretenden no saberlo.
“Es doloroso darse cuenta de que la discriminación nunca desapareció”, le dijo su fuente a Miriam Jordan, la corresponsal nacional de inmigración del New York Times. “Esto no es lo que esperas de L.A.”
Su interlocutor es Iván Vásquez, a quien cuando lavaba platos en un restaurante poco después de llegar de indocumentado a Los Ángeles le decían “la oaxaqueñita”, o le decían “indio” y quien hoy tiene tres restaurantes prestigiosos con un nombre: Madre!
“Simplemente hicieron público que sus mentes coloniales no han cambiado”, le dijo a Jordan Odilia Romero. Romero es la cofundadora y directora ejecutiva de la organización comunitaria oaxaqueña CIELO – Comunidades Indígenas en Liderazgo. El insulto, dice, es el legado de la época colonial.
El racismo tiene consecuencias
Odilia Romero apunta al resultado – serio, alarmante – de las palabras y pensamientos de los concejales: “Cuando los funcionarios electos se burlan de los indígenas, significa que las políticas y programas gubernamentales los están dejando atrás a pesar de sus contribuciones económicas”, le dice a la reportera Melissa Gómez, también del Los Ángeles Times.
“Los mexicanos me discriminaron por ser indígena y los estadounidenses me discriminaron por ser inmigrante”, le dijo a Gómez alguien que fue labrador y hoy es rapero, bajo el nombre artístico de Una Isu.
En tres idiomas, Isu declama, repite: “mixteco es un lenguaje, no es un dialecto”.
Latinos, progresistas, mujeres y racistas
Antes de seguir aclaremos que De León y Cedillo han sido campeones de la causa latina durante décadas. Han servido a la comunidad fielmente. Han tenido logros importantes; los eligieron para sus puestos precisamente por eso. Son latinos progresistas.
Pero que sean latinos y progresistas, o mujer como Martínez, no impide que sean también racistas. Es un racismo especial, pegado a la cultura cotidiana del latino. Es parte del sistema de castas, que aprendimos en la escuela y como lo explica aquí Jordan:
“Muchas personas ahora son de etnia mixta, pero las personas con piel más clara se han mantenido en la parte superior de la jerarquía socioeconómica, mientras que las personas con piel más oscura, ya sean indígenas o negras, a menudo tienden a ser más pobres y a ser excluidos de los círculos sociales y políticos de élite”.
Los indígenas mexicanos son de piel más oscura, de estatura más baja, y hablan otro idioma. Los describen como trabajadores, callados, que como grupo se aíslan del resto.
Económicamente, aquí se ha entrevistado a profesores, restauranteros y otros que son líderes respetados, es una comunidad pobre. Aunque no hay números oficiales, una organización dedujo que el 44% de los oaxaqueños trabajan en restaurantes, el 29% en el sector de la limpieza y 11% en fábricas de ropa.
Pero – apartándonos por un instante de Los Ángeles – el racismo llega también al top social de los oaxaqueños. Como por ejemplo, la actriz Yalitza Aparicio, protagonista del filme Roma y candidata al Oscar por su trabajo, quien fue objeto de burlas de sus propios colegas actores.
Importado de México
Esto es en México. En gran parte, el racismo contra los oaxaqueños fue importado de México. Se coló en la frontera junto con otros prejuicios.
Escribió esta semana mi colega César Arredondo en el San Fernando Valley Sun: «En México, la intolerancia racial está arraigada en el lenguaje con expresiones ofensivas como indio pata rajada, y trabajar como negro. Algunas palabras inocuas como prieto, cabezón, chaparro se usan a menudo para denigrar a los indígenas… …También se burlan de los dialectos de los indígenas mexicanos y su acento cuando hablan español, y su vestimenta tradicional, pobreza endémica y lugar en la sociedad mexicana moderna.
Una triste conclusión tentativa
Más allá de los oaxaqueños, la explosión de la grabación racista de los concejales revela lo que podría ser una dolorosa verdad:
Quizás, después de todo, al final del día, los latinos no existen. A lo mejor los inventamos aquí para ser más fuertes. Los inventamos en el acto de emigrar aquí; buscamos con quien tomarnos de las manos y llamarnos igual a igual. Pero las diferencias son demasiado fuertes, reales, concretas como para que cerremos los ojos a la realidad. En el caso de los indígenas, el español pasa a ser su segundo idioma, de hecho. ¿Son latinos? ¿Hay latinos?
Pero me lo advirtieron.
Hace muchos años estaba escribiendo mi columna Gente de Los Ángeles para La Opinión y pensé en que los argentinos que viven en el Valle de San Fernando también lo son. Entablé contactos y me encontré con un grupo de ellos en un restaurante cuyo nombre he olvidado.
No llevó mucho tiempo hasta que llegamos al tema de la identidad:
«Nosotros, no somos latinos» – me dijeron seriamente – «somos europeos».
¿Era un comentario racista? ¿No? ¿Era entonces verdad?
Quizás la publicación de la grabación racista fue una de las señales de que este es el principio del fin del mito del latino.
El próximo eslabón del proceso podría ser que en estas elecciones más latinos voten con los republicanos.
En cualquiera de los casos, tenemos que recoger nuestras partes y ver cómo armamos el rompecabezas de nuevo. Quizás los resultados sean diferentes.
Mientras tanto, en las casas de comida cuando la sirven, en la noche de las oficinas cuando las limpian, cuando cosen, los oaxaqueños son dignos, valerosos, cohesionados, honrados y fieles. Saben alegrarse. Saben llorar. Pelean por lo suyo, como en Guerrero, como en Chiapas. Cosa que no se puede decir de todos los grupos. Como sea, han sobrevivido la Conquista.
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