El general polaco Andrzej Tyszkiewicz hubiera hecho las delicias de Bernard Shaw cuando el viejo cascarrabias escribía su prólogo a La otra isla de John Bull y se despachaba a gusto sobre las falencias de la profesión militar. El general Tyszkiewicz era (no sé si lo sigue siendo) el comandante en jefe al mando de la tropa multinacional de 9.000 soldados que, según él, estaban de visita turística en el sector llamado polaco del territorio iraquí. Lo infiero porque el general afirmó literalmente: “No somos ocupantes de un país derrotado, sino amigos en un país liberado”.
Además de que al decirlo se contradijo de manera radical con su frase entretanto más famosa (“Ésto [su misión en el Irak] no son vacaciones”), no le atestiguo al general Tyszkiewicz un despejado sentido de la amistad. Pero sí una imaginación desbordante. Porque sólo gracias a ella puede enorgullecerse de ser amigo nuestro alguien que nos visita vistiendo uniforme de camuflaje, armado hasta los dientes, protegido por vehículos blindados, tanques y helicópteros, e imponiendo su voluntad sobre la manera de comportarnos en nuestra propia casa.
En este contexto, le recordaría al general Tyszkiewicz lo que un joven llamado Bill Faulkner le escribió el 10 de septiembre de 1925, desde París, a su tía abuela paterna Alabama Leroy Falkner, en Memphis, Tennessee: “Estoy bastante disgustado con mi propia nacionalidad en Europa: imagínate a un forastero que entrase en tu casa, escupiera en el suelo y te arrojara un dólar. Así es como se comportan. No le reprocho a esta gente que les haga pagar caro el privilegio”. La cita puede trasladarse casi facsimilarmente a la situación creada en Irak.
Acaso al amistoso general Tyszkiewicz le conviniera leer también aquel tan preñado prólogo de Bernard Shaw, en especial este párrafo que viene aquí como yelito al whisky: “Cualquier demostración de las virtudes de un gobierno extranjero, aunque a menudo sea concluyente, es tan inútil como la demostración de la superioridad de los dientes artificiales, los ojos de vidrio, las tráqueas de platino y las piernas de madera patentadas, frente a los productos naturales”.
Y ya que andamos metidos en citas ortopédicas, uno de los mejores ejemplos que recuerdo fue incluido por Borges y Bioy Casares en su antología Cuentos breves y extraordinarios, y esos dos grandísimos farsantes se la atribuyeron a un tal John Wisdom bajo el título De la moderación en los milagros. Pues que habla de milagros, digamos que reza así: «Parece que Bertrand Russell recordaba siempre la anécdota de Anatole France en Lourdes; al ver en la gruta amontonados muletas y anteojos, France preguntó: -¿Cómo? ¿y no hay piernas artificiales?»
En el caso iraquí, y desde el punto de mira (respetemos los términos castrenses) del general Tyszkiewicz, el gobierno extranjero es el verdadero milagro. ¡Aleluya!, como dizque gritan durante sus orgasmos las muchachas del Ejército de Salvación.
Resulta temible que un general con mando en plaza, es decir, con responsabilidades hacia la ciudadanía de su demarcación, aún no haya entendido que a la población civil no se la gobierna con órdenes, sino con leyes. Unas leyes que sólo llegan a serlo después de seguir los cauces del procedimiento democrático, el cual incluye de manera obligatoria los recursos jurídicos para hacerlas valer ante la justicia.
Las órdenes de un jefe militar, en cambio, unicamente generan responsabilidad frente a sus propios superiores jerárquicos, y en último término ante el comandante en jefe, con lo que a fin de cuentas la máxima pena que puede aplicársele por una orden mal dada es la exoneración, y sanseabó. Dicho de otro modo: un jefe militar como el general Tyszkiewicz en su sector iraquí, es civilmente impune por definición, pues de las consecuencias de sus órdenes no es responsable nada más que en su propio fuero. Así las cosas, puede impunemente afirmar que se encuentra en el Iraq como amigo en un país liberado, aunque la verdad es otra, justamente lo que niega en contrapartida.
Sí sé quien dijo «He combatido mucho en mi vida y por eso sé que la victoria militar sólo es posible cuando Estados Unidos invade la isla de Granada». Fue el general ruso Aleksander Lebed, hace un par de años, en una entrevista concedida al diario El País, de Madrid. No sé en cambio quién fue quien dijo que la guerra era un asunto demasiado serio como para dejarla en manos de los militares. Modestamente opino que la paz es un asunto bastante más serio que la guerra. Ergo… Pero la conclusión la dejo al criterio de ustedes. Con permiso de los Rambosfeld.