Para la Real Academia Española, “indígena” es una persona originaria de un país… sin definir, en el tiempo y espacio… diría Einstein.
Es decir, definir “tiempo” es saber cuándo fue su origen, ya que, si nos remontamos al Homo Sapiens o al Hombre de Neandertal, no existirían nadie originario de un lugar. Y definir “espacio” o fronteras de un país es muy confuso, ya que todas las fronteras han cambiado en los últimos milenios.
Entonces, en realidad los “indígenas” son personas que forman grupos sociales y culturales con lazos ancestrales, que comparten tierras y recursos naturales donde viven en la actualidad, o de los que han sido desplazados, por razones políticas y/o económicas.
Tanto la tierra como los recursos naturales de los que dependen o dependían, están indisolublemente vinculados a sus identidades, culturas, medios de vida, así como a su bienestar físico y espiritual. Muchos pueblos mantienen su idioma autóctono, su religión y sus costumbres, muy distintos a las de la región en la que residen.
Los pueblos ancestrales
En la historia de la humanidad existieron grandes civilizaciones. Pero de muchas de ellas nunca sabremos nada, debido a guerras e invasiones que lo destruyeron todo. Los invasores implantaron su cultura y borraron la del pueblo conquistado.
Las primeras flechas tienen más de 200,000 años. Algunas de las pinturas rupestres son de hace más de 40,000. El primer texto escrito sumerio, en ladrillos de arcilla, tiene unos 8,000 años. Y suponiendo que si antes escribían en hojas de palmera o en madera, que el tiempo destruyó, es imposible saber cuando realmente comenzó la comunicación escrita.
Las excavaciones arqueológicas han confirmado la existencia de ciudades como Troya, que apareció en los libros de Homero, y que fue objeto de numerosas leyendas. De la misma manera, muchos creen que una parte del Arca de Noé fue localizada hace algunos años en el lugar señalado por la Biblia: el Monte Ararat. El diluvio que motivó su construcción se registra en la Biblia y en antiguas historias sumerias.
Asímismo las pirámides encontradas en la selva de Honduras, que aún no fueron estudiadas en profundidad por falta de presupuesto, nos develarán historias desconocidas de las culturas ancestrales precolombinas centroamericanas.
Pobres y olvidados
Según el Banco Mundial, en 2019 había casi 500 millones personas en más de 90 países que eran descendientes de pueblos indígenas. Representan menos del 7 por ciento de la población mundial, pero el 15 por ciento de los pobres extremos. Tienen una esperanza de vida de 50 años, o sea 23 años menos que el promedio general de los no indígenas en todo el mundo.
Por razones políticas, a menudo carecen de reconocimiento formal de la propiedad de sus tierras, territorios y recursos naturales. Son los últimos en recibir inversiones públicas en servicios básicos e infraestructura. Como se sabe, enfrentan múltiples barreras para participar plenamente en la economía formal, disfrutar del acceso a la justicia y participar en los procesos políticos y en la toma de decisiones.
Esta desigualdad y exclusión han hecho que las comunidades indígenas sean más vulnerables a los impactos del cambio climático, los peligros naturales y brotes de enfermedades como el COVID-19. Su vulnerabilidad al coronavirus se agrava por la falta de acceso a los sistemas nacionales de salud, agua y saneamiento, el cierre de los mercados y las restricciones de movilidad que han afectado en gran medida sus medios de vida y generalizado la inseguridad alimentaria.
Numerosas organizaciones con pocos resultados
Muchas organizaciones se formaron con la excusa de ayudar a los pueblos indígenas. Pero sus resultados son muy pocos o casi nulos.
Ejemplos de ellos son la Convención sobre Pueblos Indígenas y Tribales, el Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas (UNPFII), el Grupo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (EMRIP), el Relator Especial de la ONU sobre la Derechos de los pueblos indígenas (UNSR), la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (DNUDPI), la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, y muchos otras declaraciones y organismos. Todos ellos recaudan fondos de los gobiernos o de particulares, pero generalmente solo sirven para pagar los salarios de personas no indígenas que dicen ayudarlos.
En el contexto de la pandemia de COVID-19, es muy poco lo que se hizo para trabajar a través de las autoridades tradicionales y los chamanes o curanderos de los pueblos indígenas. Muy poco se hizo para brindarles información precisa sobre la prevención de enfermedades, distribuir equipos de protección y suministros de higiene. Tampoco se ha apoyado la medicina tradicional, los medios de subsistencia existentes, de una manera apropiada para las prioridades y culturas de los pueblos indígenas.
Menos burocracia y más hechos
Los pueblos indígenas viven, en su mayoría, en zonas donde la industrialización no ha avanzado como en otras. Son selvas, desiertos o parajes considerados inhóspitos. De esta forma ellos protegen el 80 por ciento de la biodiversidad del planeta, ya que poseen conocimientos y experiencia ancestrales vitales sobre cómo adaptarse, y cómo mitigar y reducir los riesgos climáticos.
Muchos gobiernos solo reconocen una fracción de las tierras que pertenecen a los pueblos originarios. E incluso cuando se reconocen los territorios y tierras indígenas, la protección de las fronteras y del uso de los recursos naturales es muy débil. La inseguridad en la tenencia de la tierra es un factor de conflicto. Lleva a la degradación ambiental y el subdesarrollo económico. Amenaza la supervivencia cultural y los sistemas de conocimiento vitales de los pueblos. Todos ellos son elementos capaces de contribuir, a su manera, a la integridad ecológica, la biodiversidad y la salud ambiental de las que todos dependemos.
Es de vital importancia asegurarles a los pueblos indígenas la tenencia de la tierra, promover las inversiones públicas y la prestación de servicios de calidad y culturalmente apropiados. Esto puede reducir los aspectos multidimensionales de la pobreza de estas culturas, que fueron relegadas por el avance de la mal llamada “civilización”.