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Los que sí y los que no

Siete poemas de tony ruano

Hay grandes diferencias entre quienes tienen parientes en el extranjero (la mayoría en Estados Unidos, principalmente en Miami, punto neurálgico de la “Mafia cubana” según repite continuamente el diario Gramma) y quienes no los tienen.

Se percibe entre quienes tienen hambre y no la tienen. Jóvenes que acuden a una matinée y quienes sueñan con hacerlo, quienes estrenan ropa el 31 de diciembre y quienes no, quienes tienen un plato decente de comida que llevarse a la boca y quien se conforma con un mendrugo de pan duro, unos algunos frijoles y un poco de arroz.

Las diferencias en calidad de vida se ven. Es el precio que están pagando millones de cubanos.

Un futuro incierto

Son muchos los cubanos – dentro y fuera de la isla – que esperan el final del régimen castrista. Se podría decir que comparten con resignación la idea de que Fidel morirá en la cama. Menos probable parece la idea de que Raúl sea quien muera antes; en ese caso Fidel seguiría en el poder, como siempre. De ser Raúl quien siga vivo, muy pocos creen que haya cambios de calado, aunque cualquier cosa podría pasar. (“All options are open” imagino a más de una persona decir).

Nada de esto – que nadie sabe ni qué, ni cómo, ni cuándo ocurrirá – impide a los cubanos (de dentro y de fuera) compartir también la idea de que Cuba se integrará, tras un periodo de transición, al conjunto de países libres con economías de mercado.

Magaly Álvarez mantiene viva la llama de la esperanza: “Hay muchas personas que nos resistimos a pensar que el espíritu cubano se limita a la salsa y el folklore. Aquí hay muchas cosas que contar cuando esto acabe, y mucho talento que explotar”, dice gesticulando con las manos. Sin embargo, reconoce que una gran parte de la sociedad no está preparada para ello, especialmente los jóvenes.

Según Magaly mucha gente se ha acostumbrado a vivir con inquietudes pragmáticas para la “realidad cubana”, pero no para otra cosa. “Saben que vendiendo puros, como taxistas, en paladares, músicos, jineteras, empleados de hotel, etc., ganan más dinero”.

Es cierto. Ganan dinero en chavitos y tienen a su disposición cosas de otra forma imposibles o muy difíciles de obtener en Cuba (maquinas de afeitar, mecheros, camisetas, zapatos, ropa, diversos utensilios de cosmética e higiene personal…).

Son los chavitos – todos por la izquierda – los que invitan al disfrute de estridentes sesiones de regatón en cualquiera de las discotecas en el Vedado, una auténtica fiesta. Visten a la moda aunque muchas de las prendas son falsas, pero se ven bien.

Las personas que laboran para el gobierno, las empresas estatales, el partido, los comités de defensa de la revolución, soplones, etc. tienen arraigada la pauta laboral de las economías comunistas. Es decir, muchos ni trabajan, no hay incentivos, y lo irrisorio de los salarios sólo se compensa con los chavitos obtenidos por la izquierda.

“En cuanto tengamos un sistema de economía de libre mercado, el desempleo alcanzará niveles críticos”, dice haciendo una mueca de preocupación Pitágoras, el profesor de matemáticas.  “Aquí hay mucha gente con el `trabajo´ de vigilar a los demás. ¿Quién va a querer a todo un ejército de inútiles?, ¿qué país, qué empresa puede soportar eso?”, razona el profesor dejando la pregunta en el aire.

Circulando en un taxi por delante de las ostentosas y palaciegas embajadas de Miramar, voy pensando en esas y otras cosas. Mi imaginación vaga acongojada hasta que, después de un giro inesperado, me encuentro con una de las más humillantes tarjetas postales de la realidad habanera: la prostitución.

Una hermosa joven de provocativo atuendo se sienta a mi lado en el taxi. Con tacones altos, ropa ceñida, bolso a juego y pelo teñido de rubio, Susana Sienpies (nombre ficticio) acaba de finalizar dos días de jornada laboral.

Junto a una amiga, acompañó a dos mexicanos de turismo el fin de semana. Salvo para cenar una noche, no salieron del hotel. El precio – 100 chavitos diarios a cada una – es algo al alcance de pocos. Además de dormir en un buen hotel, tienen garantizada la comida y el aseo. Hasta ropa nueva en algunas ocasiones.

Esos son los auténticos privilegios y no tanto el dinero. Los chavitos se reparten con el taxista que esta vez sirvió de enlace, con “alguien” del hotel, y con el chulo (proxeneta) que las vigila y quien a su vez, “moja” al soplón del barrio.

“Tremenda jodedera”, se escucha decir a Susana al contar las pocas divisas que le quedan antes de salir del taxi y dirigirse a una  humilde morada, ahora ya en una concurrida calle del Cerro.

Ejercen para salir de la miseria, y dada la juventud de estas mujeres, bien podría parecer que se cuentan entre quienes mejor viven en la isla. Pero pocas cosas hay más lejos de la realidad. Tal vez a los 17 años, Susana y su amiga no sepan hacer muchas otras cosas para sobrevivir, ni conozcan otro oficio que reditúe tan bien. Pero todo sugiere que de algo sí están seguras: prefieren vivir así y no como otras que están peor.

Al atardecer, en el inmenso Malecón habanero (de casi 7 Km.), junto a decenas de pescadores con los ojos puestos en el mar, jóvenes botella de ron en mano, gays (hoy tolerados), y demás multitud, las jineteras de barrio pasean ostensiblemente tratando de ganar unos chavitos.

Tras una breve conversación, algunas se montan en los carros alquilados por turistas o en taxis. Otras apuran el paso ante la presencia inmediata de algún policía ocasionalmente reconvertido en proxeneta.

Todas parecen tener un chulo a quien rendir cuentas. Y así todos contentos.

Prostitución, alcoholismo, delincuencia y drogadicción son fenómenos que se dan en Cuba por mucho que la propaganda oficial insista en negarlo.

La otra mafia

No hizo falta que pasaran muchos días en La Habana para que una noche topase con la oferta de marihuana, cocaína o cualquier otra droga sintética. “Aquí no hay problema para conseguirlo”, me dijo un joven y atlético negro, repleto de cadenas, pulseras y anillos de oro, ambos expuestos a los decibelios de un estridente ritmo de música rap.

Seguramente el consumo de drogas sea menor en Cuba que el de otros países de Latinoamérica y El Caribe, pero la delincuencia existe de verdad.

Aquellos que pueden, instalan rejas en las puertas y ventanas de sus casas. Se enteran de los robos, algunos con violencia, los asaltos, muertes y golpizas porque aún no hay sistema que impida la comunicación boca a boca de todo cuanto calla la prensa oficial.

“Te enteras de que robaron en una casa porque ocurre en el barrio donde vives”, dice uno de mis interlocutores en el exilio. Relata que una vez mataron a uno con un machete, “Le cortaron en pedacitos que un tipo llevaba en la guagua en un bulto que empezó a escurrir sangre”. Eso ocurrió estando él en Cuba, “Pero nada salió en la prensa” añade.

Historias similares se repiten una y otra vez, tanto que casi se convierten en irrelevantes. Muchos lo saben, pocos dicen algo y casi nadie en voz alta. Hay cosas que no se pueden esconder, y la pobreza y la marginación se ve nada más recorrer las calles de barrios como el de Regla a la otra orilla de la Bahía de La Habana. En Cuba hay muchos lugares parecidos.

La Virgen de Yeyemá

Fábricas abandonadas; barcos desvencijados a la intemperie, corroídos por lustros de calor y humedad; carrocerías de automóviles oxidados; casas de material barato y madera avejentada con el paso del tiempo; calles con baches por todas partes; gente arremolinada alrededor de las tiendas donde se despachan las miserias de la Libreta, mal vestidos, algunos casi harapientos.

Saltan a la vista numerosas personas que a todas luces parecen enajenadas, por su forma de andar, por su balbuceante discurso ininteligible, por su comportamiento ambiguo y modales desagradables e insospechados que mejor no comentar.

Muchos jóvenes, me dicen, se dedican a robar coches, ruedas, turistas y cosas así. Muy pocos trabajan.

El deterioro del barrio convierte a Regla – más allá de lugar de peregrinaje a la Virgen que lleva su nombre (“Yeyemá” en el rito afrocubano) – en un lugar predestinado a convertirse en tierra de nadie, “gang land”, cuando el régimen castrista pase a la historia.

“Serán años muy duros, de mucha violencia, narcotráfico, inseguridad…”, dice Pitágoras el Griego. “Tendrán que invertir los cubanos de fuera; tendrá que pasar un tiempo para que se estabilice la situación, y entonces Cuba recobrará todo su potencial”.

Ojala pueda algún día volver a Cuba y ser testigo para poder contar el desarrollo de los acontecimientos. Hoy es imposible. Sin libertades – especialmente la de expresión – es muy difícil cualquier planteamiento que discrepe de la voluntad de los dos “gaitos” en el poder. No obstante, y a la espera de mejor ocasión, lo fácil ahora resulta aventurar el desmoronamiento del monopolio mediático estatal que, como todo lo demás, sigue en manos de Fidel, 50 años después del triunfo de la Revolución.

Mañana: cuarta y última parte: «A callarse».

***

Jesús Sanpedro (nombre ficticio) es un periodista que acaba de visitar Cuba y que no quiere dar su nombre para no poner en peligro la libertad y la integridad física de aquellos cubanos que cruzaron su camino y se arriesgaron a mostrarle parte de la realidad actual de su país. Esos mismos cubanos tienen nombre y apellido y se podrán reconocer en esta historia, si algún día tienen la dicha de poderla leer sin trabas ni restricciones mediáticas.

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