La semana pasada se recordó el día del Holocausto, Yom Ashoa. Recordatorio muy doloroso. En la ceremonia a la que asistí en Austin, Texas, se prendieron seis velas, una por cada millón de judíos asesinados por la barbarie nazi. Y no faltan los enfermos que niegan esa realidad.
Muy estremecedor fue el testimonio de una mujer nonagenaria que relató como se derrumbó la existencia de su familia en Alemania y como tuvieron que huir siendo asaltados y robados como condición para dejarlos escapar de la barbarie.
Estrujantes son las imágenes de familias que celebraban fiestas antes que el horror se cerniera sobre ellos diezmándolos. Y en ese momento me di cuenta que todos somos sobrevivientes.
La nuestra como casi todas las familias judías, vivió una tremenda tragedia. Mis padres pudieron huir de Polonia aunque no corrió con la misma suerte la mayoría de sus familias.
Ambas familias prácticamente fueron diezmadas, pocos se salvaron. Pero las mismas familias fueron protagonistas de la resurrección del pueblo judío. Un primo de mamá trabajó en el reactor atómico israelí en Dimona, un tío fue miembro de un kibutz y otros familiares tuvieron vidas de éxito en los países donde encontraron refugio.
En casa la mantra era que todos debíamos ir a la universidad, éramos una generación que debía crecer y mostrar fuerza. Que no pudieron ni podrán eliminarnos. Que en nuestra inteligencia también se levantaba con energía el pueblo judío. El estudio era el antídoto para la persecución. Yo estudie Ciencias Políticas porque mi abuelo Salomón Nedvedovich me decía que yo llevó el nombre de su hermano Samuel Aaron que fue abogado y que yo debía seguir su camino. Me quedé en lo más cerca al derecho.
Los migrantes tuvieron que sobreponerse a las desventajas del desarraigo, a un nuevo idioma y a las agresiones que continuaron en el nuevo mundo, porque los prejuicios que alimentaron la judeofobia en Polonia seguían haciéndolo en el nuevo país.
Mi madre, Dora, estudió una carrera técnica, trabajó de secretaria y luego se embarcó en la aventura de construir una gran familia de la que salieron profesionistas, artistas, escritores y deportistas.
Fue socia de mi padre en la construcción de ese nuevo futuro. Ambos dedicaron una gran parte de su vida a la filantropía y la política sionista, que respondió a ese anhelo de no permitir que los judeofobos que la persiguieron cuándo ella era niña en Polonia aniquilaran ese sueño que no fue leyenda.
Cumplieron plenamente a los componentes de su identidad. Ayudaron a construir el Estado judío que es una garantía para evitar holocaustos futuros e invirtieron mucha energía para llevar beneficios a los más necesitados en México.
Ambos dejaron un fuerte legado sobre el tesón y la fuerza para no caer ante los embates del odio acompañado de un fuerte sentido de justicia y entrega para los otros. El valor supremo era que mientras menos te pudieran agradecer era mejor.
Los últimos días ha circulado con fuerza una carta solicitándole al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que no le de cupo en su gobierno al racista, homófobo y misógino Alfredo Jalife-Rahme.
Este tipejo ha dedicado su tiempo y décadas a dispersar mentiras y destilar odio para atacar y ensuciar judíos. Su verdad es mentiras conspiratorias que produce sin cesar y sin pudor, aunque el pudor es algo ajeno para alguien que ha hecho del odio el centro de su carrera. La carta ha logrado más de 7,300 firmas y es trending en change.org. Aunque su ego lo condena, debe ser terrible convertirse en trending topic a partir de su existencia moral decadente y viciosa.
Esta carta es similar a otra firmada por más de cien académicos, periodistas y artistas y como sucede con frecuencia, los ataques propiciados por el judeofobo se concentran contra los firmantes, no contra el contenido de la carta.
La síntesis de ambas cartas es que el gobierno no puede cobijar a un promotor del odio y mucho menos posicionarlo en una posición de poder desde dónde continuará derramando odio, prejuicio y racismo.
Soy sobreviviente en segunda generación del holocausto nazi y tengo que levantar la voz frente a aquellos que tratan de revivir la tragedia justificando a las bestias y la barbarie y por supuesto contra los que tratan de promover un nuevo holocausto.
Jalife promovía hacia pocos años la violencia en México, sosteniendo que López Obrador no servía para el cambio, pero México está por encima de los llamados enfermizos a que “las cosas se arreglan a chingadazos”.
El NUNCA JAMÁS consiste en que estamos atentos a los peligros que acechan no solamente a los judíos. Los llamados racistas, misóginos y homófobos atentan contra la dignidad, la justicia, la libertad y la democracia.
Firma en Change.org la petición contra la entrada de Jalife al gobierno de López Obrador.