Toda revista es la voz de un conciliábulo, de una complicidad que se pregona más allá del entorno de aquellos que la hacen realidad.
Es el “taller renacentista” donde todos se desdoblan para ser el otro, y para organizar la faena alternativa, la que corresponde y la que no.
Ese sentido de grupo que siempre es el hacer una revista, se hace difícil en esta actualidad del mundo donde el individuo olvida que representa al otro, al que le acompaña, y que al escribir y decir para un gran entorno, lo hace como si hablara al oído de un amigo.
En medio de este olvido desasido del que lee o escucha, que se ha adueñado del sentido de la cultura hoy día, como vía mediática, sin más, cultura masiva que no se corresponde al eco o la onda del agua, sino a la diatriba altisonante y aislada, el encuentro con “Palabra Abierta” nos hace volver a ese sentido magnífico que es el quehacer humano más íntimo.
Y no porque sea su espacio virtual y lance su sitio en el soporte más capaz y de mayor alcance hoy día, no por ese diapasón abierto y extendido que ha ganado con fuerza la revista, olvida que escribe para uno solo: aquel que lee en la soledad de esa, su lectura.
Yo saludo, más que la belleza de las páginas, la conjugación tan lograda de literatura y plástica, la audacia de sus artículos, el diseño de una estructura que abarca y consigue tantas complacencias de gusto, más que la hazaña de situarse en tan corto tiempo en la preferencia de la intelectualidad de habla hispana, en el corazón mismo de otro idioma en busca del tuétano de esa hispanidad, yo saludo, repito, la posibilidad de enfrentarme a una página web y pensar que repaso manuscritos escritos para mi, páginas refulgentes por el fuego de una hoguera, aquel misterio que siempre es, “el oscuro esplendor” de la palabra a punto de ser abierta.
La Habana, Cuba