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Marx o Lenin, quién tenía razón

Marx o lenin, quién tenía razón

Los estudiosos de las doctrinas de Carlos Marx y de Vladimir Lenin han preferido siempre disimular u ocultar la contradicción que enfrenta a ambos líderes históricos del comunismo en el plano teórico.

Para Marx la construcción del socialismo debe tener lugar en una sociedad capitalista cuyas fuerzas productivas están ya tan desarrolladas que chocan con las relaciones de propiedad privada que las sustentan, mientras que para Lenin la revolución socialista sólo puede ocurrir en los países más atrasados y explotados por el “capitalismo monopolista”, naciones denominadas por él “el eslabón más débil de la cadena de explotación imperialista”.

O sea, son dos concepciones totalmente opuestas en algo tan medular como saber en qué momento se debe sustituir el capitalismo por el socialismo.

Los pocos académicos que abordan el tema, como la filósofa cubana Nidia Nelia Estévez -radicada en la isla-  empeoran el problema. Afirman que Lenin se percató de que “el capitalismo evolucionó de modo desigual” –es decir, que descubrió el Mediterráneo- y que por ello la revolución socialista debía realizarse en un país pobre como Rusia y no en Inglaterra o Alemania. Eso coloca a Marx como un retardado mental que creía que el capitalismo se desarrollaría de manera pareja en todo el planeta ¡Por favor!

Estévez y demás teóricos marxistas alegan que Lenin descubrió esa “ley del desarrollo capitalista desigual” pero caracterizó al imperialismo a partir de las ideas de Marx y Engels sobre los países coloniales y semicoloniales. O sea, que no hay discrepancia alguna. Esto es un subterfugio para mantener la “unidad” del movimiento revolucionario internacional.

Ante todo, Lenin no llegó al poder porque descubriera ninguna ley, sino porque el Ejército se sublevó contra el zar Nicolás II debido al hambre y las muertes que provocaba la I Guerra Mundial, y le puso en bandeja de plata a los bolcheviques la oportunidad de contar con miles de soldados para lanzar la revolución socialista. Era cuestión de “ahora o nunca”.

Derrocado el zar prácticamente sin la intervención de los bolcheviques, éstos apoyaron al gobierno provisional de Alexander Kerenski sólo para salir de la clandestinidad y controlar los soviets. Después –con el concurso de los trabajadores que habían sido armados por Kerenski— bolcheviques y soldados derrocaron a Kerenski y Lenin emergió como jefe supremo del inmenso imperio ruso fundado por Iván el Terrible.

Marx y Lenin sí coincidían en que la concentración, centralización y exportación de capitales agrava la “contradicción fundamental” del capitalismo, la que supuestamente acaba con dicho régimen: el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación de esas riquezas producidas colectiva o socialmente por los obreros.

En su ensayo “Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx escribió:  “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social…”

La revolución bolchevique de 1917 hizo trizas esta tesis marxista y puso en ridículo al pensador alemán. Desde el Kremlin Lenin formuló una nueva y opuesta: la del “eslabón más débil”.

A punta de bayoneta

Aún así, teóricamente Marx parece más coherente, pues para repartir las riquezas primero hay que producirlas. Lo que pasa es que si hoy le preguntan en un plebiscito a los pueblos y sindicatos de Holanda, Dinamarca, Canadá o Japón, si quieren una “dictadura del proletariado” para construir el socialismo creerán que es una broma.

La historia tampoco le dio la razón a Lenin. Eso de canalizar revolucionariamente en países atrasados el descontento popular motivado por la pobreza y la injusticia social apenas ocurrió.

De los 35 países –contando a las 15 ex repúblicas soviéticas y las 6 ex yugoslavas–en que se instaló el comunismo en el siglo XX, en 31 de ellos fue impuesto a punta de bayoneta por potencias extranjeras. Rusia lo implantó en sus 14 repúblicas soviéticas, en Mongolia (1921), y luego de finalizada la II Guerra Mundial también en otras 13 naciones europeas y en Corea del Norte, con apoyo de China, que también ayudó a Vietnam a imponerlo en Laos y Cambodia.

Sólo en 4 naciones hubo revoluciones socialistas autóctonas: Rusia, China, Viet Nam y el singular caso de Cuba, en el que Fidel Castro traicionó el carácter nacionalista y socialdemócrata inicial de la revolución y estableció una dictadura comunista personal a cambio de millonarios subsidios de la Unión Soviética para mantenerse en el poder.

De manera que casi el 90% del sistema comunista mundial fue montado a la fuerza por tropas invasoras al margen de las disquisiciones teóricas de Marx o de Lenin, y sin revolución socialista alguna.

Sin libre empresa no hay economía

Hace 2,360 años Aristóteles rechazó ya la “propiedad comunal” (comunista) que propugnaba Platón , y defendió la propiedad privada, por ser coherente con la “diversidad de la humanidad”, “es más productiva” y porque “los bienes cuando son comunes reciben menor cuidado que cuando son propios…”

En la Edad Media, siglo XIII, el filósofo y sacerdote Tomás de Aquino se percató de que sin propiedad privada no hay economía y escribió: “el individuo propietario es más responsable y administra mejor”.

Siendo Felipe González presidente del gobierno español, me consta que en una visita a Cuba le comentó a Castro: “Fidel, siempre las lechugas que yo cultive en mi patio van a ser mejores que las que coseche el estado español”.

Ni Marx ni Lenin tuvieron en cuenta a la propia condición humana y no quisieron entender que sin propiedad privada no hay economía que funcione. Ambos se burlaron de Adam Smith cuando el economista británico aseguraba genialmente que por instinto natural todos buscamos un claro beneficio personal, pero al lograrlo automáticamente se beneficia toda la sociedad.

No sospecharon que el “paraíso socialista” por ellos propuesto era simplemente un regreso a las monarquías absolutas en las que el Estado lo era todo y el individuo nada –recordemos a Luis XIV-, o que, en el mejor de los casos, estaban propugnando una utopía tan disparatada como las de Moro,  Saint Simon,  Campanella, Owen o Fourier.

Fue por no haber libre empresa que Europa de Este se quedó detrás del resto de Europa . A 21 años de la caída del Muro de Berlín, la ex Alemania comunista sigue a la zaga de lo que fuera Alemania Occidental. ¿Y la diferencia abismal entre Corea del Sur y Corea del Norte no es elocuente?

En fin, que la experiencia histórica muestra que ni Marx ni Lenin tenían razón. Eso sí, el pensador germano era más listo que el ruso, pues propuso correr el riesgo de la revolución comunista donde hubiese ya riquezas abundantes para repartir.

Lenin, propuso partir de la nada, repartir la miseria, y en la nada todo quedó.

Autor

  • Roberto alvarez quinones

    Roberto Alvarez Quiñones (1941), periodista, economista y licenciado en Historia cubano residente en California, con 40 años de experiencia como columnista en el área económica, primero en Cuba en el periódico “Granma” (1968-1995), y simultáneamente en la Televisión Cubana, donde fue comentarista de economía internacional, desde 1982 a 1992. Profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana desde 1982 a 1992. Llegó a EEUU en 1995, y en 1996 comenzó a trabajar en el diario “La Opinión” de Los Angeles, donde fue editor y columnista de las secciones de Negocios, Latinoamérica, El Mundo, y el suplemento “Tu Casa” (bienes raíces), hasta 2008. Actualmente es analista económico de Telemundo (TV), y escribe columnas y artículos para varios medios en español de EEUU y España. Es autor de 6 libros, 4 publicados en La Habana y 2 en Caracas, Venezuela. Ha recibido 11 premios de periodismo.

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