El escudo de Talleres de Ballesteros fue, al decir de uno de sus fundadores, don Narciso Davicco, “celeste y blanco como la bandera, pero a bandas verticales”. Y su primera camiseta tuvo también ese diseño. Basta ver la foto del equipo campeón del ´57 (el que obtuvo la primera estrella del club) para corroborarlo. O preguntarle, en todo caso, a don José Carlos Flores; uno de los jugadores que, 66 años después de aquella foto, aún vive para contarlo.
Con el paso del tiempo, aquel diseño fue mutando hacia una “camisa doble banda” pero en celeste y blanco. Y de hecho aún recuerdo, en nuestros tiempos de básquet a fines de los ´80, haber descubierto en un cajón de madera (estaba en el escenario del club como un sarcófago egipcio) aquellas camisas. Estaban dobladas y planchadas, como si aquel Talleres del ´70 fuera a salir en cualquier momento a la cancha. Pero ya no se usarían jamás y acaso aun duerman ahí, esperando el beso de Osiris, que las resucite.
Albicelestes pero también albiazules
En los ´80 y tras el “boom” nacional de su homónimo cordobés, Talleres usó, lisa y llanamente, la camiseta del cuadro de barrio Jardín; la clásica a bastones azules y blancos. Y también una maravillosa casaca alternativa color azul marino con números en “3D”. Con esa «Sportlandia» ancestral, el equipo jugó hasta desteñirla contra soles y lluvias del lejano sudeste; en polvorientas canchas de Cintra y Ordóñez, Morrison y Bell Ville.
Con la llegada de los ´90 y “el primer mundo”, hubo varios modelos donde la publicidad importaba más que el diseño. Pero finalmente ocurrió el milagro: Talleres aunó las tres bandas verticales de su indumentaria primitiva con los colores de la segunda. Es el maravilloso diseño que, con mayores o menores variantes, utiliza hoy.
Debo confesar (y acaso yo no sea del todo objetivo) que es la camiseta más hermosa del mundo para mí, incluida la primera albiceleste. Y además, que a ese diseño no lo vi jamás en camiseta alguna; excepto en su réplica parisina o “plagio textil”, la nueva indumentaria del París Saint-Germain.
Cuando la vi estrenar el año pasado, pensé que algún espía francés había estado viendo casacas albiazules de todo el mundo en busca de una variante potente y original. Y que al dar con la de Talleres de Ballesteros (posiblemente vía Facebook) “robó” la idea sin cargo de conciencia alguno; de la misma manera que un escritor famoso le roba un poema a otro, que es pobre y desconocido. Y sólo le puso ínfimas tiras rojas (separadores entre el azul y el blanco) para disimular el plagio.
Luego, alejé de mí ese pensamiento paranoico. Y me dije que acaso fuera yo el que me equivocaba, que el PSG tal vez “ya tenía” una camiseta así en el pasado más remoto. Y entonces, al trabajo de espionaje (o mejor dicho, de investigación) lo hice yo mismo. Pero entre todas las casacas de la historia del PSG, lo más parecido que me saltó fue una a “tres bandas verticales” pero con la franja del medio en rojo; la que usó el mismo Carlos Bianchi en su paso por ese club, que en esa década recién nacía. (De hecho, el PSG se fundó en 1970, cuando la ancestral casaca ballesterense ya tenía 25 años de uso).
Escudo contra la tormenta
Hoy, cuando veo todas las camisetas del París Saint-Germain que se venden en el mundo (la “30” de Messi, la “7” de Mbappé, la “10” de Neymar) me digo que sería inútil un reclamo por “copyright”. Y que si Ballesteros de casualidad ganara ese juicio, de seguro no le cobraría al PSG ni un centavo. Sólo le pediría, acaso, que venga a jugar un partido amistoso al “Javier Arbarello”, un tiempo cada uno con la misma casaca a tres bandas verticales en azul y blanco y azul; porque lo mismo habría hecho o pedido don Miguel Davicco, el fundador del club. Y tengo razones de sobra para pensar así.
Una vez, cuando en 1949 dos aviones de guerra se quedaron sin nafta y aterrizaron forzozamente en el pueblo (la anécdota es parte del imaginario ballesterense y hay fotos por todos lados que lo testimonian) Don Miguel los remolcó hasta la ruta con un camioncito.
Y cuando los militares le preguntaron cuánto le debían por «el flete», don Miguel les respondió: “Nada, muchachos… Sólo una pasadita para nuestra gente…” Y eso fue lo que sucedió. Porque esa tarde, dos aviones a chorro con forma de zepelines sobrevolaron y “besaron” la flamante torre de la iglesia a la velocidad del rayo. Y a esa anécdota me la contó también don Narciso muy poco tiempo antes de morir. Ese era el espíritu de “su viejo”, pero también del club que fundara junto a un grupo de trabajadores, entre los talleres de soldadura del pueblo.
“Éramos gente servicial, nada más… Nunca nos interesó hacer plata… Sólo queríamos el bien para nuestra gente…” me había dicho don «Nacho» en una esquina del 2017, antes de despedirse de mí para siempre.
Lo único que yo quisiera hoy, en tanto “copyright”, es dejarle en claro a cada chico y cada hombre que se pone la camiseta del PSG en el mundo, que ese diseño no salió de las grandes marcas parisinas ni de sus diseñadores prestigiosos; ni de Pierre Cardin ni de Pumas o Adidas. Salió de un grupo de muchachos metalúrgicos que, una tarde de 1945, en un pueblo de la llanura, inventaban un club y un maravilloso escudo.