En una sociedad moderna no debe existir ningún problema que un mandatario o jefe de Estado profese alguna religión o fe determinada, al contrario, eso lo haría un hombre espiritual. Sin embargo, no hay que perder de vista que este culto, si se da en un estado laico, lo tendría que llevar a cabo obligadamente como parte de su vida privada, pues el propio marco legal así lo determinaría.
México constitucionalmente es un estado laico, condición que le debemos al Presidente Juárez. Por lo tanto su jefe de Estado está obligado a representar dicho orden legal.
Lo anterior lo expongo porque en la pasada ceremonia de beatificación del Papa Juan Pablo II, Felipe Calderón hasta donde entiendo fue invitado por el Vaticano a presenciar dicho acto.
A reserva de obtener el documento público que así lo acredite, no me parece mal que el representante del ejecutivo acuda; el problema es si aprovechando su condición de jefe de Estado se entrevista con el jefe de la iglesia católica en calidad de feligrés y pide oraciones a favor del pueblo mexicano.
Los despachos informativos que cubrieron la polémica beatificación de Juan Pablo segundo, dieron cuenta que Felipe Calderón le pidió al Papa Benedicto XVI tuviera la disposición de visitar México, pues nada les caería mejor a los ciudadanos mexicanos en estos tiempo de crisis y de inseguridad que la visita del santo padre.
Evidentemente esta petición se interpreta más como el deseo personal de un fiel de alto nivel y no la invitación formal de un jefe de Estado. Ante ello, la representatividad y la invitación es frágil, pues nadie puede a título personal ser el representante de un país. Para ello justamente hemos creado instituciones que respaldan esas relaciones, sean diplomáticas o religiosas.
Pero no es la primera vez que pasa. Felipe Calderón está acostumbrado a generalizar y a perderse y tropezar con sus propias palabras (todo parece indicar que es un rasgo distintivo de los mandatarios panistas); lo hemos escuchado sistemáticamente hablar muchas veces a título personal y no pasa de una inmediata solución a través de un atropellado comunicado de medios.
De hecho tantas han sido sus pifias que en materia de la lucha contra el crimen organizado se tuvo que crear la figura de un vocero que contuviera la voz de las acciones de dicha guerra.
Calderón quiere ser un santo, pero por el momento sólo es un pequeño beato, pues inocentemente anuncia que ha hecho todo lo mejor y lo posible por combatir el cáncer que aqueja al país y los mexicanos lo hemos dejado solo. Y aún más, triste y erróneamente lo habríamos acusado a él y a su estrategia de guerra como fallidos.
Y allá mismo en la sede del Vaticano en Roma fue entrevistado por el periodista Joaquín Lopéz-Dóriga quien le cuestionó (muy tibiamente) sobre su actuar y los resultados de la lucha contra el crimen organizado. En sus respuestas Calderón mostró su generoso desdén por las voces de mexicanos que han cuestionado los resultados deplorables de su lucha armada, construyendo argumentos al tradicional estilo de aquel célebre presidente que expuso: “ni los veo, ni los oigo”.
A pregunta expresa del periodista sobre por qué ha desoído las voces que le piden detenga la guerra, Felipe Calderón montado en su macho dice que no es que no los escuche, sino el problema es que nadie le ha presentado una propuesta mejor.
Sostiene que las mínimas propuestas que le han hecho, él ya las ha contemplado, como por ejemplo fortalecer la educación, habilitar a los adictos, etc. Sin embargo, lo que el necio Felipe no entiende es que nadie va a llegar a realizar el trabajo que sólo a él le corresponde, porque, si se trata de que llegue alguien con una solución bajo el brazo, pues mejor que aquella persona gobierne el país y tome las decisiones correctas que tenga que tomar.
Pero Felipe Calderón es cínico, necio y torpe. Su pequeñez intelectual no le permite observar que los ciudadanos mexicanos no somos menores de edad y por el contrario, no es fácil que se nos engañe.
Calderón definitivamente no entiende que lo que se le está exigiendo es que pare el derramamiento de sangre; tanto de las personas inocentes, como de los criminales que deben ser sometidos a juicios justos que los castiguen conforme a derecho.
Desafortunadamente Calderón vive y piensa en un México que sólo está en su imaginación y en los dichos de sus allegados, pues desconoce la realidad real.
Si los ciudadanos mexicanos estamos en movimiento a través de marchas, manifestaciones, denuncias, escritos, blogs, redes sociales, etc., es porque Calderón es sordo a los reclamos. Si en verdad Calderón es el hombre bueno que presume, debería por principio de cuentas escuchar a sus críticos, tomar lo mejor de las propuestas. Aquí una: aniquilar el sistema financiero del crimen organizado.
No con balazos, ni con el ejército, no con violencia, sólo con la ley (fiscal) y el respaldo de las instituciones. Pero lo que sí no se vale, es que nos quieran vender la idea de una eficiencia en los resultados de la guerra, cuando en realidad lo que estamos viendo es que se le está haciendo el trabajo sucio al gobierno de Estados Unidos.
Si Calderón en verdad fuese un hombre de fe debería escuchar y actuar en consecuencia. En estas líneas sostengo que si cambiara su estrategia y frenase el derramamiento de sangre, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa podría ser un gran beato mexicano.