El martes a la mañana, las calles del centro de Los Angeles serán clausuradas. Esta será una ciudad sitiada. Sus accesos estarán cortados entre las calles Flower, Olympic, Pico y Blaine. Mil quinientos policías -el 15% del total de sus efectivos- patrullarán la zona así militarizada. Los contribuyentes y consumidores de LA pagarán más de un millón de dólares, quizás mucho más, por eso. Justo cuando el presupuesto tiene un déficit ya de 500 millones de dólares y no hay dinero ni para pagar salarios municipales.
En un día de semana centenares de miles de empleados que trabajan en el área afectada verán su libertad de movimientos limitada.
Es por la ceremonia fúnebre, en el Staples Center, del cantante y bailarín Michael Jackson.
Ni siquiera será un funeral, sino un evento «de cuerpo ausente», con discursos y canciones y promoción de ventas masivas.
Para conseguir entradas a la sesión, más de 1.6 millones de personas enviaron sus solicitudes y plegarias. Hoy los organizadores avisaron quién ganó el sorteo. Aunque las cifras varían: la «familia Jackson» (eufemismo que señala a su primer promotor comercial, el padre), dice que fueron muchos más.
La enorme mayoría de los que pidieron ir ni siquiera podrán concurrir si ganan. Viven lejos y es tarde para movilizarse a Los Angeles. Igual, solicitar admisión era rápido, gratis y los hizo parte de la historia. ¿No?
¿Qué pasa?
Desde su muerte, Michael Jackson dejó de ser quien realmente era. Poderosos intereses no perdieron ni un instante para tratar de convertirlo en mito, en arquetipo.
Su imagen fue aprehendida en aras de intereses ajenos.
Sus promotores anunciaron que las ventas de sus discos, antes en desgracia, superaron todos los récords.[/column]
Su padre, a quien él no dejó nada en su testamento y quien abusó del hijo, compareció sonriendo en un evento musical el domingo pasado (el hijo murió el jueves) y anunció la creación de un nuevo sello fonográfico de su propiedad.
Políticos afroamericanos de la vieja guardia como Jesse Jackson y Al Sharpton lo están convirtiendo en adalid de la negritud.
Sharpton solicitó que el servicio postal que emita una estampilla con la efigie del cantante.
Como si fuese Rosa Parks, lo que no es.
Como si Michael Jackson hubiera en vida bregado por los derechos civiles y luchado contra la miseria en la comunidad afroamericana. Ni bregó ni luchó, sino que trató incansablemente de borrar su negritud.
Su conducta en los últimos años tampoco fue algo que llenara de orgullo a su gente. Sí, fue sobreseído de acusaciones de abuso sexual a menores, pero, después de que él reclamó la inocencia de estar durmiendo con niños, ¿usted dejaría a su hijo sólo con él?
Pero debo aceptar que mañana, Michael Jackson se convertirá después de muerto en algo diferente: un cantante negro que impuso la integración racial, que rompió las barreras raciales del espectáculo. Como, por ejemplo, Sammy Davis Jr., Nat King Cole o Ray Charles.
Hace 20, 30 años era raro ver imágenes de personas de tez morena en la TV, la prensa. A menos que fueran criminales. Entonces, eso sí, no iba a faltar una cara negra. Es cierto que hoy incluso esa práctica continúa.
Pero hoy la cara de Jackson y las de centenares de otros afroamericanos aparecen por todas partes en gloria y alabanza. Así, él, con otros, definió la cultura estadounidense.
El evento multitudinario del martes es un testimonio del poder innegable de la industria del espectáculo en este país. Pero también de la gratitud de quienes, porque no pueden hacerlo por sí mismos, admiran a quien, sin ser consciente de ello, superó el rechazo y se impone como uno de todos nosotros.
Como quien ahora, con orgullo, ocupa el puesto de Abraham Lincoln.