Desde un punto
del Valle de Anáhuac
Estar frente al monumento recién remozado, lo mueve a uno en el espacio a buscar la mejor perspectiva del mismo entre el contraste de los edificios del entorno, el movimiento de las cuatro banderas que lo rodean y sus enormes lámparas estilo art decó.
Hay que avanzar hacia el centro de la estructura para pasar por un doble cambio de nivel, que en el caso de ascender nos ubica en el punto de encuentro de sus ejes, para tener una panorámica de todo el espacio que lo rodea.
No me sorprende que entre los edificios que observo se encuentre la sede de la otrora poderosa Confederación de Trabajadores de México con una enorme escultura de Don Fidel Velázquez, el edificio de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, o un inmueble del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado.
– Puro emblema de la Revolución, que allí sigue y eso que el PRI ya no nos gobierna. ¿Cómo la ve?, – me dice un hombre de edad avanzada que vende tepache.
– ¿De qué es el tepache?, – le pregunto con la duda y las ganas de probar.
– Piña y Jamaica, pruébele, está bueno. Lo probamos, pero mi esposo me dice que es fake.
Hay que girar hacia el oriente para acceder a un enorme espacio abierto donde unas fuentes danzarinas son el punto de atracción de niños y jóvenes que mitigan el calor mojándose entre los chorros de agua que suben y bajan de manera caprichosa a ras del suelo.
– Está bonito para venir los domingos, – me dice una madre que está al pendiente de sus cuatro hijos.
Un enorme edificio en construcción color naranja rompe con las proporciones de los inmuebles que rodean la plaza, pero es un edificio horizontal en color amarillo que atrae mi atención hacia el norte. Es el histórico Frontón México con su singular estilo art decó, que fue remozado en su exterior junto con las obras de remodelación de la plaza, cuyos accesos están sellados y en uno de los cuales ondea una bandera rojiblanca.
– Sí joven, aquí era el Frontón México, nada más que hace quince años nos fuimos a huelga los trabajadores y lo cerraron. Nomás sé que es de mil novecientos veintitantos, – me cuenta un señor que está parado en lo que parece el único acceso al inmueble.
Caminamos hacia el oriente y observamos cómo terminan de montar un gran templete que a simple vista parece ser para un concierto.
– Disculpe, ¿para qué evento es el templete?, – le pregunto a un despistado joven de seguridad.
– Es para leer libros y así. –
Más tarde me enteraría que el templete sería utilizado para un evento masivo que denominaron “México a leer” para compartir lecturas con escritores, artistas y deportistas.
Tuvimos que rodear el escenario para observar la plazoleta con dos hileras de banderas mexicanas que representan los 32 Estados de la República.
Regresamos para intentar ingresar al Museo que se encuentra bajo el monumento pero ya estaba cerrado. Sólo nos queda el consuelo de subir al mirador.
[/caption]En todo el espacio bajo el monumento el acero es el gran protagonista, como si el elemento fuera el eje rector y que sólo en el protagonismo del ferrocarril en la Revolución encuentro relación.
Debo confesar que la polémica estructura del elevador en medio del monumento que tanta oposición despertó entre los especialistas, me resulta extraña y fuera de lugar. En lo personal y tal vez por culpa de mi niñez, sigo soñando con un simple cable tensor vertical para sostener una magna bandera nacional.
La cúpula de cobre atrajo mi atención al momento de ascender, al igual que algunos detalles interesantes del interior. Pero desafortunadamente las vistas desde ese punto y altura de la capital no ofrecen las mejores perspectivas de la ciudad, de tal manera que la permanencia en el mirador fue breve.
Una vez de vuelta a los pies del monumento recordamos que estábamos en un mausoleo, al leer los nombres de algunos revolucionarios en los muros de los apoyos.
Curiosamente el viejo ascensor para cinco personas estaba en el apoyo donde depositaron los restos de Lázaro Cárdenas.
Al final nos alejamos dándole la espalda al monumento, con el sol cayendo frente a nosotros como una especie de exorcismo hacia ese pasado fosilizado que olvidamos y a la vez repetimos, reflejo de un país a medio construir en busca de su identidad.
Construcción del elevador. / Foto: Excelsior