La ciudad de Los Angeles es reconocida por varias características. La vida de Lily Burk no fue una de ellas.
Es la capital mundial de los desamparados o homeless. Es la capital nacional de las pandillas criminales juveniles. El condado tiene la mayor tasa de homicidios del país, con más de mil por año.
Parecería que con tales negativas estadísticas, un asesinato más no causaría indignación, dolor y revuelo sino indiferencia, resignación y los regulares pedidos de más mano dura.
Pero la muerte violenta de Lily Burk cortó la ciudad como un cuchillo, aterrorizó a los padres y espantó hasta a policías curtidos y periodistas especializados. Y nos conmueve todavía.
Lily Burk tenía 17 años, iba a ingresar al último año de la secundaria. La describen como una chica maravillosa, amante de la vida. Unica, verdaderamente única.
A sus 17 años iba descubriendo el mundo. Era voluntaria de un programa de intercambio de agujas para drogadictos en Homeless Health Care Los Angeles. Su madre era activista que trabajaba de cerca con los homeless. Su familia, progresista, involucrada en la comunidad y la actividad social.
Era también actriz vocacional. Se iba a inaugurar en su barrio de Los Feliz una obra de David Mamet donde Lily iba a tener un papel protagónico.
El viernes pasado, fue a Southwestern University College of Law, donde enseña derecho su madre, Deborah Brooz, a buscar unos papeles.
La catástrofe sobrevino, no de noche, sino a las 3 de la tarde de un día soleado de un verano maravilloso que se estrelló en terrible tragedia.
Skid Row
Skid Row es el nombre de un barrio que en inglés muchos escriben con minúsculas, porque es una condición y no una identidad, porque no ha sido designado, porque el infierno que contiene no tiene nombre. Entre los puentes sobre el río Los Angeles que acercan a East LA y el distrito de los bancos, el distrito de los juguetes, y el distrito de las joyerías, a lo largo de la calle Los Angeles y la calle Quinta, las veredas están llenas de la gente más extraña imaginable. Sonámbulos, zombies, muertos en vida, harapientos, sin hogar, desamparados, homeless. Gente de mirada torva. Mujeres con hijos jóvenes. Personas que se quedaron sin nada.
De allí salió el asesino. Y muy cerca de allí se adentró Lily a su desgracia.
La catástrofe
Si, LA es la capital de los homeless de Estados Unidos. Cada noche duermen –es un decir- en sus calles y refugios 80,000 desamparados.
Ahora, Charlie Samuel.
Un hombre de 50 años que en los últimos 30 ha tenido 10 condenas criminales.
En el momento del asesinato, estaba bajo control: un juez le había ordenado, como condición para salir de la cárcel, participar en un programa de rehabilitación de drogas y asistencia psicológica, donde lo evaluaban y preparaban para una vida más provechosa, feliz y menos peligrosa.
Un acusado
El martes fue acusado de robo, secuestro y asesinato de Lily.
La reconstrucción de los hechos pinta un cuadro estremecedor. El drama duró horas. El secuestrador quería su dinero.
Parece una película, solo de una realidad aterradora.
No lo sabemos, pero nos están filmando. Son las cámaras que reemplazan a policías, guardias de seguridad y gente buena.
Las cámaras de surveillance, de vigilancia electrónica, dicen que Lily llegó al estacionamiento en la calle Wilshire sola en su automóvil Volvo. Al salir, conducía Samuel, ella iba de pasajera. ¿Adónde iban?
A buscar dinero en el banco. Usando una tarjeta de crédito. ¿Qué le dijo la víctima al rufián? ¿Le prometió dinero a cambio de la vida?
Otras cámaras los documentan frente a dos cajeros automáticos. Inutilmente, porque los cajeros no dan fondos a esas tarjetas de crédito. Pero ella, indudablemente, lo sabía. ¿Trataba de ganar tiempo?
Llama a sus padres por su celular. Dos veces. Habla con voz serena. Da indicios de su paradero. Dice cosas incoherentes, como para llamar la atención.
Imagínese el sentimiento de culpa, el nudo en el estómago del padre, la madre. Pensar que ella llamaba por auxilio y no le entendieron.
El asesino abandonó el Volvo sobre la Avenida Alameda y la Calle Cuarta, en 458 S. Alameda Street y se fue a tomar cerveza. Dentro del auto estaba el cuerpo de Lily Burk, con el cráneo aplastado y la garganta degollada. Murió en espanto, dolor, el paroxismo del terror. A las cinco de la tarde, Lily estaba muerta.
A las cinco y media Samuel estaba en skid row, a menos de una milla de distancia.
A las seis fue detenido por dos agentes de la Policía Montada, Miguel Dominguez y Gary Copeland, en una operación de lo más rutinaria posible.
La única razón por la que lo detuvieron es porque él dijo, de propia voluntad y sin ser interrogado, que se hallaba en libertad condicional. Eso permitió a la policía catear su cuerpo. Hallaron una pipa de marihuana. Se lo llevaron.
A las siete la familia notificó a la policía. Por las llamadas telefónicas de su celular y la actividad de los cajeros automáticos la ubicaron cerca de skid row. Pasaron una noche de terror. Pero no fue hasta las seis de la mañana del día siguiente que Sergio Reyes, empleado de la playa de estacionamiento en Koreatown donde el asesino había dejado el Volvo, halló su cadáver dentro del automóvil. El terror se confirmó de la peor manera.
Una hora después, la policía halló que las huellas dactilares sobre el manubrio del vehículo correspondían a Samuel, quien se hallaba detenido.
A las once de la mañana, el subjefe de la policía, Sergio Díaz, presentó ante los medios en una conferencia de prensa los datos preliminares del caso.
Faltan tres semanas para que Charlie Samuel de su versión de los hechos y formalmente se declare inocente o culpable. No que les importe mucho a los padres.
El papá, Gregory Burk, es un crítico de música que trabajó intermitentemente para el semanario LA Weekly y el Los Angeles Times.
Lily era hija única.
Ya no sirve
Los padres enviaron a Lily a la escuela secundaria Oakwood, donde estudian muchos hijos de celebridades hollywoodenses a un costo de más de 25,000 dólares por año.
Nada de eso sirve ahora.
Un sólo pensamiento adicional.
Charlie Samuel fue dejado en libertad condicional a pesar de haber cometido actos de violencia y secuestro.
Y el reciente presupuesto estatal aprobado por la Legislatura y el gobernador Schwarzenegger en Sacramento, California, significa la liberación temprana de 27,000 prisioneros de las cárceles.