WASHINGTON, DC – La miseria que marcó la corta vida de la niña guatemalteca Jakelín Caal Maquín solo le importó a sus padres, sobre todo al papá que emprendió con su hija la triste ruta al Norte que casi siempre termina en tragedia. La muerte de Jakelín, tras estar en custodia de la Patrulla Fronteriza, ha dado la vuelta al mundo y aunque muchos lamentan el deceso es bueno preguntarse qué pasará más allá de las lamentaciones.
En realidad, de este lado, no pasará mucho en el gobierno de Donald J. Trump, quien ha convertido la mano dura y cruel en materia migratoria en su tabla de salvación para mantener el apoyo de su fiel base. De hecho, la muerte de esta pequeña vendría a representar una consecuencia natural de esa política antiinmigrante, a cuyos representantes nada parece conmover, sobre todo cuando se trata de indocumentados de los países que tanto desdeña esta administración.
Trump culpa a la víctima
Para Trump y sus secuaces puede haber miles como Jakelín corriendo la misma suerte, pero ellos, con una mueca de fastidio, siempre considerarán esto como “daño colateral”. Culparán todo el tiempo a la víctima o, como en este caso, al padre por haberla traído consigo a tan dura travesía, con la esperanza de cruzar a Estados Unidos, la aún considerada “tierra prometida” para el migrante contemporáneo.
Poco les importan las razones que tengan estas familias para meterse en la boca del león en un último intento de tratar de salir de la miseria. A Trump y a su gente solo les importa explotar esa miseria con fines políticos, tildando a esos migrantes de “invasores” y “criminales”. En pocas palabras, lo que se ha propuesto a rajatabla es cortar todas las vías de acceso al migrante de color, aun cuando pida asilo legalmente.
Una respuesta impulsiva
Y la situación se pondrá peor porque mientras más se le cierre el cerco a Trump por todas las investigaciones que tiene sobre su espalda, no habrá duda de que intensificará sus ataques y sus propuestas antiinmigrantes con el fin de mantener el apoyo de la base, sobre todo ahora que las pesquisas podrían tornarse en su contra, corriendo el riesgo de que se inicie un juicio de destitución en la Cámara Baja que en enero pasa a manos demócratas. Y la historia nos enseña que cuando el miedo hace presa de los autócratas, estos siempre responden impulsivamente sin medir las consecuencias.
De ahí que esté dispuesto a provocar un cierre del gobierno si no le financian el inútil muro. Su asesor y el cerebro de las más desdeñables políticas antiinmigrantes, Stephen Miller, afirmó este domingo que Trump hará lo que sea para lograr ese muro, incluyendo el cierre gubernamental. Este tipo de declaraciones, en casos así, surgen como lo que son: una amenaza a la nación, más que una decisión de estado para unificar o para resolver una crisis.
Los gobiernos corruptos
Por otro lado, a los gobiernos corruptos de las naciones de donde provienen estos migrantes tampoco les importa la miseria, el hambre, la desnutrición y el abuso en que tienen sumidos a millones de sus habitantes, particularmente a los indígenas, sin que exista un verdadero interés por establecer una política integral que dinamice el desarrollo de esas comunidades, destinándolos a tomar la única opción que tienen a la mano: emigrar. Cuando la maroma del viaje al Norte termina en tragedia, luego se ve a los representantes consulares o a otras figuras de esos gobiernos dando pésames o financiando el traslado de un cuerpo a su país de origen, cuando en vida no hicieron nada por ellos. Solo se llenan la boca de expresiones oficiales manidas, tomadas del manual del perfecto diplomático o del hipócrita funcionario público.
La deshumanización del inmigrante
En la foto de Jakelín vemos a una niña dulce con un asomo de tristeza en sus ojos, reflejo quizá de la dura vida que lo tocó vivir. Y es doloroso pensar en que también tuvo una muerte terrible. Con ello se ha comprobado que la deshumanización de los inmigrantes es una férrea misión del actual gobierno, que sus seguidores justifican lanzando insultantes diatribas antiinmigrantes y con base en lo cual sus autoridades migratorias han convertido la negligencia, el maltrato y la crueldad en algo “normal”.
Lo peor del caso es que no se sabe cuántos menores como Jakelín habrán perecido en la travesía, y nunca lo sabremos; o cuántos correrán su misma suerte, empujados, por una parte, por los gobiernos corruptos de sus países de origen, y por otra, rechazados de este lado de la franja por el corrupto que ahora ocupa la Casa Blanca.
Maribel Hastings y David Torres