Verdaderamente descorazonadora resultó la última edición de “Nuestra Belleza Latina” de Univision, el domingo anterior, pues ocurrió lo peor que puede sucederle a un concurso de belleza: ausencia de mujeres bellas.
Por favor, no se deben confundir la elegancia, desenvoltura y aptitudes artísticas para el baile y la pasarela con la belleza física, esa que viene de fábrica. Son dos cosas diferentes.
Además, este año el jurado no tuvo la hegemonía que había tenido siempre, y la participación de Osmel Souza y sus siempre esperados comentarios fueron colocados en un discreto segundo plano. Sin duda la lengua bien afilada de Souza y su contrapunteo con Lupita Jones hubieran añadido sabor al show.
Los aciertos del evento, porque los hubo, fueron la coreografía, el vestuario y la escenografía, ingredientes indispensables en todo espectáculo de este tipo.
Por otra parte, ciertamente cada domingo el elemento sorpresa estuvo presente, lo cual nos hizo disfrutar de la muy profesional Giselle Blondet, con su acertada animación y conducción, algo que le facilitan sus condiciones histriónicas.
Hubo un destacado logro con el espacio “Sal y Pimienta”, en el que se aflojaron tensiones y se habló sin inhibiciones, ni tapujos. Felicitaciones al colectivo de este refrescante programa donde cada crítico aporta lo suyo, y lo hace con gracia.
La presencia de Rodner Figueroa se hace cada vez más necesaria en estas lides y no precisamente como “fashionista”. Sus enfrentamientos con Osmel Souza son de lo mejorcito que se nos queda al finalizar todo el show. Las lenguas filosas de “Sal…”, más que la cereza en el pastel constituyeron la tablita de salvación de “Nuestra Belleza Latina” de 2011.
La presencia de Maribel Santiago, quien pisoteó su propia autoestima con tal de imponerse, no debiera repetirse más. Eso le quita seriedad y credibilidad al certámen. Más bien parecía una broma de producción que la propia realidad.
Pero insisto en que lo único que no debe faltar nunca en un concurso femenino de belleza es precisamente la belleza como tal, que obviamente debe ir acompañada del gracejo necesario para comunicarse con el público. Quizás sea necesario en el futuro que algunos expertos vayan a reclutar muchachas con condiciones en vez de esperar que ellas se presenten como aspirantes por iniciativa propia.
El propio concepto del certamen debe revisarse. Está bien que le demos adrenalina al espectáculo, pero calificar y evaluar a las chicas por besos a un sapo, meterse en una nevera, escalar paredes y modelar sobre una estera en movimiento serían formidables para aspirantes a trabajar en un circo, o como bomberos. Eso nada tiene que ver con un concurso de belleza femenina. No tiene ningún sentido y además raya en la ridiculez. Lo peor es que quienes pasan estas pruebas de habilidades circenses luego no pueden señalar en un mapa la ubicación de su propio país.
La pregunta aquí es: ¿qué es «Nuestra Belleza Latina», un concurso en el que compiten bomberos y rescatistas? Si la respuesta es no, pues entonces los parámetros para evaluar a las aspirantes deben partir en primer lugar de la belleza física, y ademas tener en cuenta la dicción al hablar, el nivel educativo y el conocimiento elemental de aspectos clave del mundo en que vivimos, como el acontecer político y cultural. Todo esto merece una buena reflexión antes del próximo año, o el concurso estará condenado al fracaso.
Natasha Bolívar, la ganadora, y por tanto la “latina más bella”, simplemente no es una mujer bella. Es sólo una muchacha “graciosa” y, por cierto, con muy protuberante apéndice nasal. Y su limitado conocimiento de la lengua española agravó el desacierto de esta selección de 2011.
Ello, lejos de incentivar el estudio de nuestra rica y hermosa lengua castellana produce el efecto contrario y enrraiza un precedente y una lógica funestos: para qué esforzarse en mejorar nuestro desenvolvimiento en el idioma de Cervantes si manejándolo pobre y limitadamente se puede ganar un certamen cuyo premio es de $250,000 dólares.