La administración Obama en política exterior se parece cada vez más a la de James Carter, con la singularidad de que mientras a Carter le tomó casi tres años consolidar su mensaje al mundo de un Estados Unidos abochornado y débil, al actual inquilino de la Casa Blanca podría bastarle con 12 meses.
Para regocijo de los enemigos de EEUU, hasta ahora lo que han hecho el Presidente y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, es “lavar” la imagen de EEUU a nivel mundial para caerle bien a tirios y troyanos.
Se puede comprender que el militante liberal más radical que ha llegado a la Casa Blanca quiera “reparar” el daño que según los demócratas hizo a EEUU el gobierno de George W. Bush. Pero es inaceptable que todo lo que haga sea con ese objetivo.
Barack Hussein Obama es un excelente orador y moralista, pero eso solo no hace de él en un buen presidente de la única superpotencia del planeta.
Su esfuerzo por dar una nueva imagen de EEUU no puede convertirse en la constante emisión de señales de “flojera” para enfrentar los desafíos de regímenes y fuerzas que constituyen un peligro para la paz y seguridad de este país y de la humanidad.
Lo peor es que ello ocurre cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sirve ya de muy poco. Baste saber que Cuba hace poco fue elegida por abrumadora mayoría de votos para integrar su Consejo de Derechos Humanos, pese a que en la isla si un policía sorprende a un ciudadano con la Declaración Universal de Derechos Humanos en el bolsillo es condenado a 4 años de cárcel por “propaganda enemiga” y “peligrosidad”.
Con la ONU paralizada o manipulada por más de 120 regímenes no democráticos, y por el derecho de veto chino y ruso que inutilizan al Consejo de Seguridad , es EEUU la única fuerza real que tiene el mundo para evitar que surjan nuevos Hitler, que Al Qaeda y los demás terroristas sigan avanzando, o que en Latinoamérica se expanda la ola chavista-castrista –cuyo objetivo es implantar “el socialismo del siglo XXI” , cuando los propios inventores del socialismo (léase comunismo) decidieron darle sepultura hace 20 años por inviable e inhumano.
El desafío de Norcorea, que se burla de la ONU y de EEUU con pruebas atómicas y amenazantes misiles, la aceleración de los planes nucleares de Irán, la sordera ante los desmanes totalitarios de Hugo Chávez y su intervención abierta en Bolivia, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Perú, sus amenazas a Colombia, y sus entregas de uranio a Teherán, son algunos ejemplos de la falta de liderazgo diplomático de la principal potencia mundial.
La táctica obamista de congraciarse con la izquierda latinoamericana para convertir el “lobo” en oveja produce paradojas kafkianas: en 1962 Cuba fue expulsada de la OEA por ser comunista, y en 2009 Honduras es expulsada por rechazar el comunismo, y encima se aprueba –con el voto de EEUU– levantar la sanción contra la misma dictadura castrista de medio siglo atrás para que regrese a la organización, pese a que en la ínsula no hay elecciones democráticas desde 1948.
En el caso de Honduras, Obama y Clinton exigen que Mel Zelaya sea reinstalado en el poder, a pesar de que la inmensa mayoría de los hondureños se opone, y de que fue destituido por violar la Constitución para intentar perpetuarse en el cargo como peón que es de Chávez.
De ser reinstalado Zelaya en el poder sería contra la voluntad del pueblo, una intervención en los asuntos internos hondureños que pulverizaría la bandera de “la no intervención en los asuntos internos de los estados” que desde México hacia abajo han enarbolado siempre las naciones latinoamericanas y la OEA.
Además, Washington dice que no reconocerá los resultados de las próximas elecciones hondureñas, que en su momento convocó el propio Zelaya. Obama se suma así a la posición de la OEA izquierdista actual –para colmo, su secretario general, el señor José Miguel Insulza, dice públicamente que es un admirador del dictador Fidel Castro– de que no importa que el pueblo hondureño elija limpiamente a un nuevo presidente en noviembre, éste no será reconocido si no es reinstalado antes el hombre quería entregar la nación a Chávez.
Se trata del tecnicismo jurídico de que la OEA debe revertir el golpe de Estado en Honduras para evitar nuevos golpes “contra la democracia”, obviando el hecho de que nada hay más antidemocrático que el castrismo y el chavismo que pretendía sembrar Zelaya en Honduras.
En política exterior el dueto Obama-Clinton es el que se ubica más a la izquierda en la historia de EEUU. Por eso percibe equivocadamente la realidad. Para percibirla tal y como es Obama debe hacerse la pregunta correcta: ¿quién gana y quién pierde si a los hondureños le imponen de nuevo a Zelaya? Ganan Chávez y Castro, y pierden EEUU y la democracia.
En la alta política la ingenuidad no existe. Nadie puede creer que porque EEUU se lleve bien con la izquierda, Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa, Cristina Fernández, o Fernando Lugo, y todos los militantes antinorteamericanos tipo Eduardo Galeano de pronto van a amar y darle besos y abrazos al “imperio yanki” y dejarán de combatirlo.
De hecho, la administración Obama se comporta como el bobo del barrio del que es fácil burlarse y pasarle gato por liebre.
Como decía hace poco The Washington Post, los países latinoamericanos en vez de pedirle explicaciones a EEUU por utilizar bases militares colombianas lo que tienen que hacer es denunciar los desmanes autoritarios de Hugo Chávez y sus amenazas a Colombia y su intervencionismo en toda la región.
La Casa Blanca no debe limitarse a expresar su “preocupación” por la fuerte alianza de Irán con Venezuela, sobre todo luego de que el presidente Chávez en tono desafiante revelase recientemente al diario francés Le Figaro que su país está recibiendo tecnología nuclear iraní. Con una fabulosa reserva de 50,000 toneladas de uranio, Venezuela es para los ayatolas iraníes el lugar ideal para construir allí armas nucleares lejos del escrutinio internacional que se ejerce sobre el gobierno persa.
La inteligencia estadounidense debe buscar pruebas para que Washington denuncie a Venezuela ante la ONU por violar las sanciones contra Irán en materia atómica. Y también monitorear la compra venezolana reciente de cohetes rusos de 300 kilómetros de alcance, tanques, cañones, barcos, aviones de combate y 100,000 fusiles automáticos AK.
También debieran ser congelados los miles de millones de dólares depositados en bancos de Miami, provenientes de Venezuela para ser “lavados”, fondos que las propias autoridades norteamericanas sospechan se utilizan para financiar a las FARC, los grupos islámicos de Al Qaeda, Hezbolá y Hamas; los Guardianes de la Revolución de Irán y la ETA, como reveló el 10 de septiembre la prensa de Andorra –de fuentes oficiales– al anunciar que fueron congeladas en ese pequeño país las cuentas de altos funcionarios venezolanos muy cercanos al presidente Chávez.
Al mismo tiempo Obama debe cesar el apoyo que, con su inercia, da a la expansión chavista y neocomunista en la región, y asumir con firmeza la defensa de los valores democráticos.
Si no lo hace, el actual presidente podría ser cómplice de un probable derrumbe de la democracia, la economía de mercado y las libertades individuales en buena parte de Latinoamérica, y de un rebrote del terrorismo internacional.