Por frustración, por repulsión, vuelvo a escribir sobre los padres asesinos y cobardes. Los pusilánimes, la hez de la tierra. Los más viles y despreciables: los que matan a sus cónyugues y a sus hijos y luego -demasiado tarde- se quitan la vida.
Hay en California una ola de exterminio de familias por parte de quien más debería cuidarlas.
La policía de Corona tiene detenido a Amado Esqueda, de 39 años, por sospecha del asesinato a puñaladas, este mismo fin de semana, de sus dos hijitos: una bebé de dos meses y su hermana de seis años. La esposa se encuentra herida.
El 5 de mayo en un apartamento en la ciudad de Orange, Craig Rubin , un contratista de electricidad, mató a su compañera Mary Striley y a su hijo Jake de tres años antes de matarse él. Al niño lo liquidó mientras éste comía en la mesa de la cocina, de un tiro en la nuca.
El 30 de marzo, en Santa Clara, Devan Kalathat, de 42 años, un ingeniero de Yahoo, mató a su esposa, su cuñada y sus tres hijos Akhil, Megha y Alaha. Y, demasiado tarde, a sí mismo.
En enero, Ervin Antonio Lupoe, un técnico de Rayos X de 40 años, asesinó a su esposa Ana Lupoe, de origen guatemalteco y a sus cinco hijos: Brittney, de ocho años, Jazmín y Jassely de cinco y Benjamín y Christian de dos años, en la casa que habían comprado en Wilmington en 2002. En 2008 le agregaron un segundo piso. Además, tuvo tiempo de enviar un mensaje a una cadena televisiva.
En octubre, Karthik Rajaram, un gerente de finanzas de 45 años de Porter Ranch, quien acababa de perder su empleo, mató a su esposa Subasri Rajaram, a su suegra Indra Ramasesham y a sus tres hijos Krishna de 19, Ganesha de 12 y Arjuna de siete. Luego se suicidó.
Estos asesinos son difíciles de detectar, porque no son criminales de carrera, no tienen prontuario. Muchos viven en residencias de lujo: el acto de sangre de esta semana ocurrió en la casa de la familia, 700 de Via Paraiso Circle, en Corona, una estructura nueva, amplia, de dos pisos, con una casa rodante estacionada fuera del garage.
De pronto, son muchísimos. Tantos, que la doctora Donna Cohen, de Florida, escribe sobre «qué hacer cuando sus parientes cometen un asesinato-suicidio».
Perdón, doctora, pero no es que «sus parientes cometan». Aquí uno sólo cometió un crimen. La otra parte, la asesinada, es una víctima.
Eso no es más que el abuso llevado a sus últimas consecuencias: la suposición del «padre» de que la vida ajena le pertenece. Que si él se va, se van con él.
En la saturación de noticias tendemos a analizar estos hechos y hasta comprenderlos, atribuirlos a la crisis económica, a enfermedades mentales.
Pero este abominable acto de padres no es sino la contrapartida de aquellos que de propia voluntad abandonan para siempre a hijos y mujeres e inician nuevas y mejores vidas.
No hay en esto nada romántico ni es interesante; no nos enseña nada.
¿La expresión más repulsiva? La de Lupoe, en su carta de auto publicidad a la TV: «¿Por qué dejar a nuestros hijos en manos de otra persona?»
Haberlo sabido a tiempo.