Al pueblo pan y circo, pero el pueblo no tiene pan, entonces que coman pasteles.
La frase no va exactamente de esa manera.
Los romanos crearon la frase y se ocuparon muy bien de darle circo a su sociedad, aunque el circo consistió en poner a pelear a los esclavos y deshacerse de los “indeseables” entre los que iban cristianos. Y María Antonieta, totalmente cegada ante la crisis que vivía Francia y rodeada del boato y exceso de la corte, creía que el pueblo tendría a su disposición los pasteles (brioches) de los que ella gozaba cuando le dijeron que no tenían pan.
Tal vez habría que retrabajar el concepto: la carencia de pan por el pueblo no afecta las viandas de los poderosos y el circo le sirve a todos. A los jodidos los entretiene y puede distraer un poco de la condición miserable que viven cotidianamente, mientras que a los poderosos les tapa la vista desagradable de la ruina que han creado. Y si, no solo de pan vive el hombre, y la mujer.
También de circo.
Estaba viendo un noticiero en la televisión estadounidense. El entrevistado era un senador federal, y después de hablar sobre el juicio político a Trump y los vericuetos de la ley de auxilio contra el COVID, la conductora le pregunta:
– Bueno, y ¿a quién le vas?
El senador respondió, pero no registré la respuesta porque no me interesaba quién ganaría el Superbowl, además que ni siquiera sabía quién jugaba. Tal vez soy de los que se excluyen frente a la presencia omnipotente del deporte en la vida social.
Cuándo era profesor de Ciencia Política en la Universidad de Texas en El Paso (UTEP), había un estudiante que llegaba a clase y se sentaba a leer el periódico. No leía discretamente, sino que lo abría por completo y se lo ponía frente a la cara. Posiblemente la clase era aburrida pero eso parecía arrogancia y desprecio mezclado con insulto.
El estudiante llegaba vestido con ropa deportiva, era alto, delgado, moreno y como era esperable, reprobó el examen final porque no sabía absolutamente nada: el examen no incluyó preguntas de la sección deportiva del periódico.
No le dí mayor importancia al asunto. Era él uno más de los reprobados, hasta que ví mensajes telefónicos de su entrenador a uno de mis dos números de teléfono, llamadas que nunca respondí.
Un buen día, el entrenador me llamó a casa para reclamarme la reprobación del alumno, le aclaré dos cosas: él no era mi alumno, y por ningún motivo podía llamarme a mi casa, aún para los entrenadores debe haber límites en el respeto a la privacidad.
El alumno entonces se dignó a ir a verme y con actitud retadora, como cuando leía el periódico, me reclamó diciendo que debía aprobar el curso porque hacía algo muy importante para la universidad.
– ¿Qué es eso que haces?
– Juego basketball.
– A mi el basketball ni me gusta.
Y con eso terminé la entrevista.
La reprobación le costó a la universidad una beca y una marca negativa en la liga. Se supone que los entrenadores deben asesgurarse que los alumnos aprueben las materias, sea como sea, consiguiendo tutores o presionando a los profesores, una corrupción mayor. Y es que el deporte es un gran productor de dinero.
Esa historia es de una universidad menor. En las universidades mayores los entrenadores llegan a ganar más que el presidente de la universidad. La parte académica es una burla. Y muchos profesores se prestan, para evitar represalias de la administración.
Es tan grave el problema que recientemente se descubrió un mecanismo por medio del cual familias hacían “donativos” a universidades muy destacadas, para que sus hijas(os) fueran admitidos como miembros de algún programa deportivo.
Las manipulaciones y corrupciones del deporte universitario han llegado al cine y sin embargo, ante la potencia de la denuncia cinematográfica, nadie hace nada por eliminar los malos manejos, porque bien dijo Don Francisco de Quevedo:
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
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